El Balcón en verano

Fotografía de catalá-Roca 1952

¿Y si escribo en el balcón? Por fin ahora sopla una brizna de aire que disipa, solo un poco, este bochorno de agosto. Se escucha entrechocar de cubiertos y platos, rumores de conversaciones y el grifo de la pica de la vecina de en frente, que enjuaga los cacharros. A lo lejos, sirenas –porque en la ciudad suenan siempre–. Y música, creo, que llega de muchas calles más allá.

Paseantes nocturnos: de perros, de bolsas de basura, de conversaciones con cascos inalámbricos – insulsas, comunes, de las que nadie recuerda –, comprometidos corredores de equipamiento singular, poseedores de todos y cada uno de los gadgets del deporte. Bajan, también corriendo, los críos del quinto, que no debe haber quien les aguante: sin colegio, sin playa, sin pueblo, solo asfalto.

Me ha dicho mamá por teléfono que esta noche va a haber lágrimas de San Lorenzo . por un momento he levantado la mirada de la pantalla , buscando, en el cachito de cielo que me corresponde una estrella fugaz. Me he reído. Lo más tintineante de ahí arriba son las luces de los aviones de la ruta Palma-Barcelona.

Fotografía de Brassai

Dentro, fútbol. Verde reluciente en pantalla y soldaditos de uniforme. Públicos embravecidos, fervor, batalla. La voz monótona del locutor del partido que, por costumbre, por asociación, me da ya sueño.

Me fijo de nuevo en el exterior porque los críos del quinto han asaltado la fuente de la esquina. Guerras de agua, cubos de colores. Un retazo de infancia. El pastor alemán de la señora rubia les ladra al pasar y le sacan la lengua, imitando su fatigado jadeo veraniego.

La mujer tira del perro, decidida a alejarle del agua, pero, como siempre, es el animal quien decide el rumbo. El jaleo ha debido cabrear al señor mayor del entresuelo – el que anda asomado por las mañanas en camiseta blanca de imperio – porque ahora oigo claramente la película que dan en la uno.

Han cerrado ya las tiendas de recuerdos, los minimarkets, las heladerías, los restaurantes de paella barata con colorante. Han desaparecido las hordas de turistas que envenenan, cada día, un poquito más, estas calles. Y eso, aquí, desde este torreón que es el balcón de un primero, se siente -por un instante- como recuperar el barrio.

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