1. Un mundo semipermeable
Navidad, viajes, familia, vacaciones, compras, vuelos, esquí, nieve, peligro, y regreso en la península. Ansiedad, miedo, hambre, arrojo y dolor al otro lado de las cuchillas de Melilla.
Arden las luminarias de las calles de París y de New York y no hay invierno que las apague: son parte de la causa del cambio letal en el clima del mundo globalizado.
La Gran Muralla China, el muro de Berlín y el de Gaza, las alambradas de Ceuta y de Melilla, las aguas turbulentas del Río Bravo… nunca serán fronteras suficientes.
Las pateras esquivas cruzan los mares del sur de la península, mientras un Airbus-380 con 800 pasajeros a bordo las sobrevuela.
En Tijuana se ven muchos canales de televisión norteamericanos. En Camerún se ve gratis la BBC y también hay canales de pago por satélite.
Al sur del Sáhara hay inmensos territorios donde los ricos del norte practican la caza mayor, y al acabar regalan la carne a los nativos y truecan con ellos recuerdos por regalos.
Los mexicanos han pintado en la cara sur del interminable muro de “chapa” el graffiti más largo del mundo. Hay quien trata de imitarlo en la cara este del muro de Gaza, pero los israelitas saben cómo limpiarlo.
El top-manta amenaza de quiebra al business mundial de la moda y el espectáculo. El arte global se alía con el hambre y la miseria.
Cancún está a seis horas de Madrid, Chiapas a tres patadas de Las Vegas, pero de Nigeria a Gibraltar hay siete mil kilómetros de arena, sudor y sangre.
En los aeropuertos de Tokio y de New York tienen las Tie-Rack a treinta dólares, en París y en Madrid también pero las cobran en euros.
En Londres y en Moscú puedes comprar un Mercedes, en Abuja, capital de Nigeria, también, pero es más caro.
A diez mil metros sobre el suelo, por encima de la atmósfera habitable, miles de aviones surcan el cielo dejando una red de nubes rectilíneas que revelan rutas invisibles: los cielos están absolutamente saturados.
Algunos sueñan con viajar, mientras otros dormitan en las salas VIP de los aeropuertos. Muchos se desplazan por placer, por capricho, mientras otros aspiran a no tener que hacerlo nunca más por nada.
Todo caminante va, pero sólo es viajero el que vuelve. Todo desasosegado ansía, busca, se remueve y se conmueve, pero sólo es verdadero viajante el que escriben cartas al llegar, el que lo deja contado.
El lema de todos los Ulises (“ulisionistas”) es: “Ir tras una meta improbable, para alcanzar una posible y regresar”; ese es también el dilema de su vida.
Está claro, el mundo está lleno de inquietos y transterrados.
2.- Viajar por viajar
Viajar es un placer. Viajar es un dolor. Viajar es un modo de ser, de existir, de vivir, de convivir, de ser humano. Viajar es una moda, una necesidad, una costumbre, una manía, una obsesión, una compulsión.
Hay viajeros clásicos, famosos, necesitados, huidizos, desasosegados, enfermos agobiados, imaginarios, fantasiosos, insatisfechos, presuntuosos, mitómanos.
Hay quien viaja sin viajar y los hay que sólo se desplazan. De hecho no es lo mismo viajar que desplazarse.
Hoy día todo el mundo viaja, todo está lleno de viajeros, de turistas, de domingueros. Hay más viajes y viajeros que destinos. El mundo ya no es suficiente para tantos viajeros
Los viajes también viajan, se mueven, cambian, están llenos de sorpresas. Nunca sabes cómo va a acabar lo que empezó siendo un sueño.
Los novios y sus lunas, los turistas y sus compras, la familia y sus maletas. Viajes de placer, de negocio, de ensueño, de compras, de convención, de incentivo, de juego, de ciencia, de sexo, de iniciación, y de acabose.
Hay enfermos del viajar, adictos a viajar, viajeros compulsivos, y hay viajeros fóbicos. Viajar tiene que ver con la forma de ser: “Dime cómo viajas y te diré como eres”.
Moverse es una condición propia de la especie humana. Buscar, rebuscar, acomodarse, incomodarse, sentirse insatisfechos, hambrientos, necesitados, volver a empezar.
La actual es la era del gran viaje universal. Viajar es causa de la globalización, también es su consecuencia. Causas y consecuencias se cruzan en el gran viaje evolucionante y globalizador.
El primer resultado del impulso viajero es el animal más complejo de la naturaleza, el último es el mayor mestizaje de la historia.
3.- Homo Viator
En el principio todo el mundo era un jardín paradisíaco, y los pocos seres proto-humanos que lo habitaban no tenían necesidad de moverse. Todo fácil, sencillo, templado y madurito. Un verdadero placer.
Luego vino Dios y lo puso más difícil. Primera salida, primer desplazamiento, primer viaje… de polvo, sudor y lágrimas. Desde entonces todo es movimiento, inquietud, desasosiego y búsqueda.
Así empezamos a viajar. Como individuos y como especie. Todo viaje empieza con la pérdida o la búsqueda de un paraíso. Así nació el viaje como conducta humana. En principio no fue nada específico, actos sin razón de unos seres prehumanos. Viaje de animal hambriento, amenazado por la naturaleza cambiante y caprichosa, por los dioses caprichosos y volubles. Luego en la cabeza les fueron creciendo las preguntas y cada vez se parecían más a los dioses. Así fue como pasamos de erectus andarines a “Sapiens” preguntones. Y el homo sabio se convirtió en “homo viator”1.
Según los paleontropólogos es muy probable que la expulsión del paraíso sucediese en África, más o menos entre las colinas del Serengeti y las vaguadas de Laetoli, a la sombra del volcán Sadiman, en cuyas cenizas se quedaron grabados nuestros primeros pasos. Por allí merodeaban los Australopitecus de ojos curiosos y mirada inteligente, animales de dos patas y largos brazos que jugaban a empinarse obligados por el hambre. Ponerse de pie fue la primera hazaña, marchar la segunda, ir quién sabe dónde la peregrinación inacabable.
Ahora bien, para que se pueda aceptar la existencia del viaje como conducta es preciso que se haya desarrollado la mente simbólica. Eso sucedió entre cuatrocientos y cien mil años antes de ahora. Quizá fue al verse en el espejo de las aguas limpias, y reconocerse, cuando el primer humano empezó a tener auto-consciencia. El resto fue un viaje veloz hacia la inteligencia y la sabiduría.
Reconociéndonos a nosotros mismos aprendimos a diferenciarnos de los demás, descubrimos las peculiaridades y las extrañezas, las separaciones y las fronteras, y por ende la necesidad de trans-pasarlas, de ir más allá, en busca de otros semejantes o diversos.
Puede que, paradójicamente, la necesidad de agrupamiento fuese una de las primeras razones para desplazarse. Necesitar ir a otro lugar diferente del tuyo, en busca de otros semejantes para reafirmarte en lo propio, para establecer peculiaridades en las que perpetuarte, mezclándote.
4. A modo de síntesis
Podemos cerrar la primera parte de esta reflexión sobre el viaje y el viajar con algunas conclusiones:
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Somos animales imperativamente viajeros, el resultado de un acuerdo entre las necesidades migratorias determinadas por la naturaleza y las costumbres viajeras impuestas por la cultura.
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Nuestro actual hábito físico y mental es el resultado de la integración de sucesivos desarrollos evolutivos y culturales relacionados con el desplazamiento.
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Los humanos modernos somos adictos a viajar, pero puede que detrás de tanto turismo no haya más que una aleación de rutinas instintivas y genes egoístas.
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Nuestra especie debería llamarse “Homo Viator”.