Hechos negativos y ordinarios: la gran distorsión

Si un bombero salva a un grupo de personas en un incendio lo consideramos un héroe. Celebramos que en un acto de coraje, entró en el edificio en llamas y salió con un bebé entre los brazos. Si estuviésemos en una mala película norteamericana, en la escena siguiente el alcalde del pueblo le entregaría una medalla en un acto público. Sin embargo, nadie parece caer en la cuenta de que los incendios son algo poco común. Ver alguno se considera un hecho extraordinario. Nadie cae en la cuenta de que no hay muchos incendios gracias a una gran cantidad de medidas preventivas: materiales ignífugos, extintores, salidas de emergencia y demás medidas de seguridad. Con total certeza, estas medidas salvan muchísimas más vidas que la puntual acción del héroe. Empero, en ninguna película norteamericana dan una medalla a los arquitectos, técnicos e ingenieros encargados de diseñar edificaciones que impidan o minimicen los efectos de un incendio.

 

Science

 

Un segundo ejemplo. Cuando estudiamos la historia militar de Roma nos hablan de las grandes victorias de Julio Cesar en las Galias o las batallas entre Aníbal y Escipión en las guerras púnicas. Nos enseñan que unos acontecimientos extraordinarios (una gran batalla no ocurre a diario) fueron muy decisivos como agentes causales de los hechos posteriores. Sin embargo, no nos suelen contar que el temor a la superioridad militar de las legiones romanas entre los pueblos bárbaros evitó muchísimas más batallas que las que Roma ganó realmente. Para la supervivencia del imperio este hecho fue mucho más decisivo que todas las victorias de Escipión, Cesar o Marco Aurelio juntas. Pero es que claro, por seguir con el símil cinematográfico, hacer películas en las que se mantiene la paz y no hay luchas, héroes y villanos no parece muy atractivo para ningún productor.

 

La-revista-Nature-habla-en-su-portada-de-la-desigualdad-de-la-mujer-en-la-ciencia

 

Así sucede en gran parte de nuestra apreciación de la realidad. Tenemos un sesgo muy grande hacia lo extraordinario en detrimento de lo ordinario. Un tercer ejemplo: pensemos en que tenemos un amigo al que consideramos muy inteligente. Un día cualquiera le vemos decir o hacer una estupidez, Vaya – nos decimos – pues a lo mejor no era tan listo. Veamos el suceso opuesto: alguien a quien consideramos muy estúpido le vemos decir o hacer algo muy ingenioso. Vaya – repetimos – pues a lo mejor no era tan tonto. El caso es que después de observar ambas situaciones tendemos a igualar la inteligencia de ambos personajes cuando, si fuésemos objetivos, tendríamos mucha evidencia a favor de la inteligencia del primero y de la estupidez del segundo ya que, habitualmente, siempre les habíamos visto actuar de forma inteligente y estúpida respectivamente. Damos mucha más importancia a un hecho aislado pero extraordinario, que a una larga sucesión de hechos ordinarios.

Si lo pensamos con profundidad, este sesgo causa una enorme distorsión en la interpretación causal de nuestro pasado. Pensemos cuántas veces decimos que un acontecimiento extraordinario ha tenido mucha importancia a la hora de marcar el rumbo de nuestras vidas, mientras que no damos importancia alguna a lo ordinario. Cruzar una calle y mirar a ambos lados para ver si viene algún coche es un hecho trivial que repetimos decenas de miles de veces a lo largo de nuestra existencia. No le damos ni la más mínima importancia, pero el hecho de no hacerlo y ser atropellados tendría, seguramente, una importancia crucial en nuestras vidas. No usamos la misma vara de medida para los sucesos que nos pasan que para los que no nos pasan.

 

CERN

 

Este sesgo llega hasta contextos de alta racionalidad, como puede ser la misma ciencia. Los investigadores basan su carrera, su prestigio y, a la postre, su salario y puesto de trabajo, en la publicación de papers en revistas científicas. Su mayor objetivo consiste en publicar en revistas de alto impacto (en teoría, revistas que llegan a un mayor número de lectores) como pueden ser las famosas Nature o Sciencie. La institución científica tiene un excelente (si bien siempre cuestionado) mecanismo para garantizar la calidad de sus publicaciones: la revisión por pares. Cada revista tiene un grupo de revisores especializados que aceptan o rechazan los artículos que reciben. Huelga decir que las revistas de mayor impacto tendrán una revisión más estricta y solo publicaran investigaciones muy relevantes. Pues bien, cuando alguien está haciendo una investigación cualquiera, si usa protocolos muy rigurosos, es más probable que sus resultados sean negativos. Cuantas más restricciones pongas a la verificación de una hipótesis, más difícil será tener un resultado concluyente. Por lo tanto, la mayoría de los descubrimientos científicos son negativos, del tipo “No hay relación concluyente entre este tipo de cáncer y la dieta mediterránea” o “No hay pruebas claras de que estimular musicalmente a un bebé cause un mayor desarrollo cognitivo”. El problema estriba en que una revista como The New England Journal of Medicine gusta de publicar artículos con resultados positivos del tipo “La ingesta de tal sustancia reduce el riesgo de padecer cáncer de páncreas en un 30%”. Vale, ¿dónde está es el problema? Si los descubrimientos positivos son minoría, los artículos publicados en las principales revistas también lo son. La cuestión es que si, al realizar tu investigación, eres menos cuidadoso, es más probable que llegues a resultados positivos, por lo que, paradójicamente, ser peor científico te sale más rentable que ser demasiado bueno: resultados positivos te llevarán a revistas de alto impacto y tus papers serán más citados (el número de veces que es citado un artículo se usa como indicador de su importancia. Existe una publicación únicamente encargada de cuantificar eso: el Journal Citation Reports). Además, está el tema del fraude. No pensemos que los científicos son todos santos héroes del conocimiento. Son personas de carne y hueso tan sensibles al engaño como cualquier otro hijo de vecino, más cuando se están jugando su carrera en ello. En gran parte de las investigaciones es muy fácil falsear datos. Quitamos de aquí algunos decimales, suavizamos este pico, no tenemos en cuenta estos datitos de aquí y de allá… ¡Voila! ¡Resultados positivos! ¡Artículo listo para publicar! Sí pero, a fin de cuentas, la investigación será falsa y, al final, se descubrirá el engaño. Tengamos en cuenta que otro de los mecanismos de control que tiene la institución científica es la reputación: si te pillan en un fraude tu carrera se hunde irreversiblemente. Fue muy sonado el caso del famoso primatólogo Marc Hauser, el cual fue pillado en ocho instancias de fraude científico, por lo que su credibilidad y, por tanto, su probabilidad de publicar, se han visto reducidas exponencialmente. Quizá no te salga a cuenta mentir. De acuerdo, pero tengamos en cuenta el siguiente ejemplo: supongamos que yo soy un físico de partículas del CERN. Mis experimentos son carísimos ya que utilizo una tecnología muy avanzada y costosa: nada menos que un enorme acelerador de partículas. El modo de saber si una investigación es fraudulenta es replicar el experimento y ver si sucede lo mismo. El grave problema estaría en que para saber si mis resultados son falsos, la revista científica a la que he mandado el artículo, debería realizar mí mismo experimento ¡y poder pagarlo! Es fácticamente imposible que la revisión editorial pueda reproducir todos los experimentos que recibe (ni siquiera una mínima parte), por lo que seguramente, mientras estás leyendo estás líneas, se están citando un montón de artículos falsos que todo el mundo da por verdaderos.

 

The Dalai Lama Speaks In Sydney

 

Corolario: existe un grave sesgo cognitivo que hace que no valoremos los hechos negativos (lo que no ocurre) en simetría con los hechos positivos. Del mismo modo ocurre con los hechos ordinarios  y los extraordinarios. La importancia de esta distorsión es tal que en un contexto tan racional como el científico también actúa, además, con más virulencia dados los mecanismos de revisión y publicación de la misma institución científica. Creo que aun no comprendo bien el alcance de tal engaño sobre cómo me narro mi propia vida y lo que creo conocer, pero sospecho que tiene que ser mucho más grande de lo que imagino, y que vivo en un mundo mucho más ficticio de lo que estaría dispuesto a aceptarme a mí mismo.

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4 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Me gusta, pero no lo entiendo muy bien.

    No se pone una medalla al ingeniero no porque no salva vidas, sino porque no lo hace arriesgando la suya. Tenía entendido que en los largos siglos de Imperio Romano sólo hubo dos días de paz completa; la idea de que una sola potencia dominante enormemente armada traiga la paz mundial es una idea que suele surgir del interior de dicha potencia. Sorprenderse de lo extraordinario, seleccionarlo en nuestra atención, es la definición misma de “extraordinario”. Por último, el experimento de Michelson-Morley fue un resultado negativo extraordinario que dio lugar a las ecuaciones de contracción de Lorentz y finalmente a la teoría de la relatividad.

  2. says: Santiago

    Óscar:

    Te explico por partes:

    1. Evidentemente, a un bombero se le da una medalla por su acto de coraje, pero eso nos hace valorar mal la causa real de nuestra seguridad. En tu casa estás mucho más seguro debido a la gran cantidad de medidas preventivas antiincendio que a la labor de los bomberos. En la mente de cualquier persona que piense en seguridad ante el fuego, aparecerán bomberos y no ingenieros.

    2. Con respecto a las legiones romanas, no he querido hacer ninguna valoración ni mucho menos una apología de la carrera armamentística. Sin duda, en tiempos de Roma había guerras por doquier. Pero imagina lo que hubiese pasado si sus legiones no hubieran inspirado temor.

    3. Sí, lo extraordinario es lo que se sale de lo común y por ello centramos en ello nuestra atención. Lo que critico no es que nos llame la atención un hecho poco común, sino la atribución causal que damos a ese suceso. El hecho de que algo sea extraordinario no implica que sus consecuencias sean extraordinarias.

    4. Con respecto a la ciencia claro que puede haber descubrimientos negativos de gran importancia, pero eso no es lo común. De hecho el experimento de Michelson y Morley se ignoró durante mucho tiempo hasta que yo tuvo sentido hacerlo. Las revistas científicas quieren descubrimientos positivos más que negativos. Esto es un hecho que se constata leyendo cualquier número de cualquier revista importante o mirando por qué descubrimientos se dan premios Nobel.

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