Cuando conocí a Elena Arnedo, a mediados de los 70, ella era la ginecóloga del primer Centro de Planificación Familiar en Madrid y creo que en España, en la calle Federico Rubio 36. Junto con otras mujeres crearon este primer punto de atención a la sexualidad femenina y al control de la fertilidad. En esa época, cuando en España estaban prohibidas la información y la venta de anticonceptivos hormonales e incluso de preservativos, la existencia de este centro era un desafío a la España pacata y oscurantista del franquismo. En este centro se prestaba asistencia ginecológica y consejo; se enseñaba a las mujeres los secretos recónditos de sus órganos genitales, desconocidos para una mayoría de ellas y, sobre todo se las escuchaba; era un paso decisivo, revolucionario, en la autonomía sexual de la mujer española.
Otras compañeras y yo, veinteañeras feministas estudiantes de medicina cargadas de idealismo y de ingenuidad, tomamos contacto con esta nueva forma de hacer las cosas, de hacer la medicina, y allí nació nuestro deseo de ser como Elena, de ser ginecólogas. Ella nos había precedido a todas y nos había abierto la puerta a un universo de independencia, de libertad en la sexualidad, de compromiso profesional con una causa, de “revolución feminista de la ginecología” .
Elena había estudiado senología en Francia, había sido alumna del Liceo Francés y era hija de la novelista Elena Soriano. Pertenecía a la burguesía culta heredera de la Institución Libre de Enseñanza. Su esmerada educación le daba un aura de dignidad profesional y personal que mantuvo hasta la última vez que la vi, hace dos años en la presentación de un libro, cuando ya se hacía patente su deterioro físico en su pequeña figura.
Elena era una mujer renovadora, demócrata, de izquierda política -militante del PSOE desde siempre- y siempre se mantuvo en la primera línea de la lucha por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres: en la defensa de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, de la inclusión de la Planificación Familiar en la red pública asistencial. Participó de forma destacada en la Comisión que asesoró al Ministerio de Sanidad, en 1984, cuando yo trabajaba en ese organismo; en el Plan de Centros de Orientación Familiar, que fue el primer paso en la inclusión de la prestación anticonceptiva en la Seguridad Social, hasta entonces excluída.
Se había casado con Miguel Boyer, compañero del Liceo del PSOE y de la vida desde adolescentes. Boyer, que ya ministro socialista de Felipe González aterrizó bruscamente en la sociedad del glamour y la “beautiful people”, tuvo un romance con Isabel Preysler que finalmente condujo a la ruptura con Elena para casarse de nuevo con Preysler, la mujer de Porcelanosa, presente eternamente en las páginas de Hola.La deriva del ex ministro socialista Boyer hacia el Partido Popular llegó de la mano de ese mundo. La prensa del corazón, los dimes y diretes cortesanos hicieron de esta ruptura alimento de libelos y chismes de todo tipo. Podemos imaginar el mordisco a su autoestima en este episodio. Sin embargo, Elena mantuvo en todo momento su dignidad, su discreción a pesar del viento desfavorable . Y siguió trabajando, siempre dispuesta a colaborar cuando se le pedía. Rehizo su vida sentimental en una nueva pareja y siguió en la brecha
Cedió generosamente parte de su archivo personal sobre feminismo a la exposición que organizamos, junto con Paloma Alcalá y Oliva Blanco, con el Instituto de la Mujer en 1995. En el año 1997 colaboramos juntas en el libro dirigido por ella “El Gran Libro de la Mujer” que recopilaba información sobre salud, derechos y otras cosas útiles para las mujeres del fin de siglo XX.
Elena, además de una profesional de prestigio ha sido una gran divulgadora de temas de salud que importan a las mujeres; había heredado de su madre la vocación literaria, pensaba y escribía.
Para las mujeres ginecólogas-feministas de la transición ha sido siempre una referencia en los ámbitos importantes de la vida, y un punto de apoyo en este largo camino hacia la igualdad de hombres y mujeres.
In memoriam