La lista de la compra

“Abrir el frigorífico de una casa es conocer un poco a sus habitantes”. Era lo que él siempre decía; y fue exactamente eso lo que sucedió en mi propio apartamento, así que tuve que invitarle a traspasar el cuadrado de luz de mi puerta. La curiosidad, supongo. Se me apareció como algo bastante absurdo que cotilleara el mosaico de los alimentos allí dentro. Pero, bien pensado, él acababa de atravesar impunemente un grado de mi intimidad, casi aprovechando un despiste mío. No pidió permiso para acercarse. El rectángulo de la cocina resultaba tan estrecho que casi era necesario abrazarse al pasar de un lado a otro. Era entonces de esperar que, en algún momento, se quedara arrinconado junto a la puerta del frigorífico. Tras la minuciosa evaluación del almacenaje de mi comida, no sé si llegó a extraer una conclusión interesante. Su rostro no traslució sorpresa alguna, o quizás disimulaba. Seguramente acabó pensando que no era más que un auténtico tetris de cajas sobre nichos rectangulares. Me hubiera gustado sorprenderle, pero sin duda me delataba la cuidadosa alineación de envases o el colorido cajón de fruta. La nevera también estaba engalanada para nuestra cena, aunque de esto me di cuenta después. Quizás la intimidad más grande está guardada en los cajones, con los fetiches inútiles y la ropa interior, pero hay algunos vicios sofisticados en la comida. Están los envases esbeltos, la sinceridad de los tarros transparentes, el cuidadoso almacenaje de los paquetes de formas imposibles y las botellas con líquidos espirituosos, de pie o tumbadas. La nevera, esa estantería blanca, oculta en verdad más secretos que todos los diarios, esconde incluso el tiempo. Supongo que cuando contemplaba los alimentos, se podía apreciar esa caducidad que las cosas albergan. El tiempo ralentizado por el frío. Allí dentro está lo que sobrevive o no al despiste humano; incluso nuestros estados de ánimo materializados en salazón o dulzor. Esa noche, sin embargo, su mirada sí se detuvo en el pequeño papel pegado a la puerta con un imán de propaganda. Era el revés de un ticket con la lista de la compra anotada a lápiz. La lista de la compra es el inventario del futuro. Pensar en después. Porque más tarde estaremos sentados a la mesa con el fruto de nuestras elecciones justo enfrente.

Fotografía de Carl Warner

*Fotografías de Carl Warner

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