Pensaba dedicar alguna atención al fenómeno de la despoblación de las castillas mesetarias que lindan por el centro con la capital y por la periferia con las playas de turismo y pandereta, pero he aquí que recibo la noticia de que cuatro compañeras de trabajo se han quedado embarazadas. ¡Qué alegría! De repente habrá cuatro criaturas más como cuatro soles, con sus cuatro boquitas abiertas al beso y sus ocho manitas llenas de caricias. Los padres afinaran la voz a la nana y el lenguaje al diminutivo, harán un doctorado en insomnios y un máster en ansiedades, se cansaran primero de los brazos y luego de los corazones, y acabarán descubriendo que no tenemos hijos para que nos quieran, sino para que se dejen querer. Puede que, quizá tal vez, cuando aun estén entusiasmados se deslicen desde el primero al segundo y entonces sus alegrías se duplicarán, sus preocupaciones se triplicarán y nuestro contento se multiplicará por ciento, pues el segundo hijo hace que la población se renueve y el estado pueda pagar las pensiones.
Pero, ¿por qué tenemos tan pocos hijos? Hay razones objetivas: malos trabajos, pésima economía, escasez de tiempo…; y subjetivas: mal momento, displacer, egoísmo… Muchas de mis compañeras son jóvenes profesionales, mujeres valientes y listas, con todo a favor, pero no se deciden por un no sé qué temeroso e incómodo. Y en esas dudas se les va la edad de embarazarse. Nada de eso tiene buena solución. Los expertos y gobernantes no saben ni pueden hacer nada para resolverlo. Solo buenas intenciones y discretas ventajas sociales.
Por eso, como es mi costumbre, he hurgado en los diccionarios. Embarazo es una palabra de origen portugués que equivale a atadura, impedimento o estorbo: Embarazarse es “embarazoso”. Y esto sí que tiene solución. La he encontrado en China, donde han vuelto a ser líderes en nacimientos. En mandarín la palabra embarazada se compone de dos caracteres, you (tener) y xi (felicidad). Estar youxi significa tener felicidad. Ya está, esa es la solución, en vez de hablar de “embarazada”, que es una palabra prosaica y “grávida”, recuperar el clásico “estado de buena esperanza”, que es poético y liviano. Ya sé que esto es una bagatela, pero a falta de mejores soluciones objetivas, quizá el lenguaje nos ayude a encontrar razones más subjetivas y esperanzadoras. No en vano, lo que nos emociona nos motiva más que lo racional, y lo que nos motiva nos activa más que lo que nos informa. Hemos de activar mecanismos subjetivos, emocionantes y motivadores para invertir la tendencia negativa de los nacimientos, que en definitiva es la solución realmente eficaz para la despoblación de las sociedades más avanzadas y las mesetas más desérticas.
*Una versión reducida de este artículo fue publicada en el Diario de Burgos, 4-2-17.
En ese caso espero que haya muchas más que se hundan de tan delicada manera!