Escribo por las cicatrices

“La pesadilla” de Johann Hinrich Füssli

Escribo por las cicatrices. Las de la piel y las del alma. Por los cortes que dibujan, que trazan, que insinúan nuestras líneas; que tratan de definirnos, de describir los márgenes.

Por el recuerdo de algo que fue y está aún presente; que nos empujará hacia el futuro, que no se pierde. Por todo lo que llevamos dentro, por la tierra que somos, de la que venimos. Por el cielo hacia el que nos movemos, hacia el que vamos. Por el aire que nos rodea, que inhalamos, que nos eleva. Por todos aquellos que nos mecen, nos acompañan, nos son marea.

Los mayas creían que la vida era un viaje, un tránsito, un camino. Que éramos peregrinos, aprendices entre el suelo y las estrellas. Dicen que veían en los avernos nuestros orígenes. En la oscuridad de las profundidades, dentro de la tierra: el vientre, la madre. Creían que nos elevábamos, incesantes, hacia las estrellas. Que nos desplazamos en la verticalidad, hacia lo infinito. Que los ciclos de los días, los meses, los años nos son, en realidad, lineales.

“Astarté Syriaca”. Dante Gabriel Rossetti, 1877

Y a pesar de todo, de la direccionalidad inherente en nuestro ser, nos empeñamos ahora, en embarrancar en círculos. En viciosos torbellinos que nos atrapan. En ideas recurrentes que lo ocupan todo, que llenan nuestras mentes.

Parecemos, demasiadas veces, cautivos en las olas cuando rompen. Incapaces de ver la inmensidad del océano.

Para escapar debemos dejar atrás las costas, los acantilados, nuestra bahía. Nadar en mar abierto.Observar, desde mucho más allá, la orilla. Divisar, a lo lejos, bañistas agolpados, temerosos veraneantes de playa.

Entender a quienes, con ojos curiosos, escrudiñan el horizonte en busca de un velero, de un mercante. En busca de quienes les tiendan manos, cuerdas, cabos a los que agarrarse para embarcar, lejos de allí.

Dante Gabriel Rossetti
“Vestido de seda azul” (Jane Morris), 1868

No entienden que la única salida es a nado. Que el camino debe trazarse, que esta por construir.No entienden, los náufragos de orilla, que el navío que pueda rescatarles yace cautivo, dormido en su propia botella de cristal. Que es bajo la piel, en el alma, donde hay que buscar preguntas, encontrar respuestas. Que es desde nuestro vientre, nuestras profundidades, nuestro averno. Hacia nuestras cicatrices, nuestras heridas. Que debemos cruzar las olas rompientes, dejar atrás las costas.

Que debemos surcar los mares abiertos en busca, como los mayas, de la inmensidad de las estrellas

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