La bola de cristal

"El espejo Psique" de Berthe Morisot

A veces, la soledad entra en mi casa cuando tú estás. Me despierto temprano, cuando el sol está saliendo y, como en un cuadro de Hopper, me siento entre las sábanas dejando que los rayos de sol me llenen de luz; mientras tú duermes. Sentir la soledad a tu lado me gusta. Dice la wikipedia que la soledad es un estado de aislamiento en el cual el individuo se encuentra solo, sin acompañamiento de una persona. Pero no es así cuando estoy contigo. A tu lado me invaden las ganas de un recogimiento acompañado. Una soledad íntima y deseada. Y entonces, en medio de nuestro silencio, me entran unas ganas terribles de aprender el idioma de los ángeles, la lengua oculta del enoquiano, ahí en mi lámpara de la mesilla, que es muy redonda y parece una bola de cristal.

Las flores

“Rosa y Anémonas” Van Goch

La señora Daisy se ha hecho mayor pero las flores las sigue comprando ella. A su edad, cuando ya parece que todo está hecho, el silencio es su nueva ocupación así que una de sus aficiones favoritas es sentarse a no esperar nada. Cada sábado a las cinco de la tarde con puntualidad de Big Ben recibe la llamada de su vecina Dorothy para tomar el té, y la señora Daisy cada sábado a las cinco de la tarde con paciencia cabalística le dice que lo siente mucho pero que tiene una cita con sus tulipanes frescos y el señor Hopper, que se esfuerza en leer sin lentes su libro sobre antiguos globos aerostáticos engalanado en su traje y botines para la ocasión, que todo libro merece un respeto. El aburrimiento de su vecina Dorothy hace que nunca desista en su llamada porque piensa que la señora Daisy se ha vuelto rara. Por eso, cada sábado lo intenta, para cotillear como una forma de supervivencia. Mientras, la señora Daisy vive el mundo en colores con elegante sencillez.

La señorita Flaneur

“Jeanne Hébuterne (au foulard)” Amadeo Modigliani, 1919

La viajera residente se sube al primer tren que llega y con su mirada prismática se sienta enfrente de la señorita Flaneur. La observa furtivamente porque sabe que no es una mujer recién salida de un cuadro de Hopper sino de la cama de su amante, un bibliotecario de provincias felizmente casado.

Por supuesto que la señorita Flaneur vuelve a la residencia de señoritas donde no hace otra cosa que pasearse por las bibliotecas de todas las redes comarcales y claro ya se sabe a dónde llevan los libros. Hay ciertos recuerdos que se gozan más que el hecho en sí por eso deduce que la señorita Flaneur ahora cierra los ojos para entregarse a un sueño todavía más placentero que el rato que acaba de pasar entre sábanas. Qué placer pensar que, después de una cariñosa dosis de láudano, ese bibliotecario insensato entenderá que se ha acabado para siempre. Está claro que a la señorita Flaneur no le gusta ser la segunda. La viajera residente sonríe y apunta en su libreta: hoy registro que otras vidas flotan en este tren. Después, cierra los ojos. 

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