La eterna cosecha de Neil Young
Con su melena despeinada cada vez más blanca y un físico robusto, carcomido por la edad y los excesos, el casi setentón Neil Young…
(Florencia, 1988). Estudia Literatura Francesa porque siempre intuyó que encontraría las respuestas en las páginas olvidadas de algún libro, aunque quizá su gran error fue que su pasión por la música no la incitara a aprender a tocar la guitarra para subirse a un escenario. Puede recitar todos y cada uno de los grupos que revolucionaron los setenta, pero si tuviera que hacer el acto heróico de elegir, se quedaría con Led Zeppelin, porque la energía de Plant la conecta con sus deseos de dominarlo todo. Fantasea con alejarse de la mediocridad y, a veces, con parar el tiempo y hacer la vida lenta. Mataría por una buena pizza, una cerveza fría y un café solo. Sabe que una semana lo puede cambiar todo, y que su sombra siempre la perseguirá para ponerle un sombrero negro y crema de coco. Aprendió español con Cortázar y francés con Rimbaud, porque sus primeras palabras en italiano fueron cerca de la casa de Dante. Alguien la definió una vez como un reflejo de luz y un cúmulo de casualidades. Por eso escribe, para no olvidarlo.
Con su melena despeinada cada vez más blanca y un físico robusto, carcomido por la edad y los excesos, el casi setentón Neil Young…
Partout, j’ai cherché moi-même, partout, j’ai rencontré la vision, mais c’est ici que je commence à voir. J’ai marché longtemps, toute seule, jusqu’a voir…