La infosfera y el cerebro que la crió

Días de fútbol europeo, es decir mundial, y por lo tanto de hiperconexión humana global. El “Global Consciousness Project” una iniciativa entre la ciencia ficción y la parapsicología, estará encantado de detectar un aumento de las interacciones info-humanas globales. Millones de sonidos e imágenes en los mass-media, infinitos bites de información moviéndose por las redes, y nosotros tan contentos y descuidados.

 No en vano somos los protagonistas de “La Era de la Información” , miembros de honor de una sociedad cuyo pretexto, texto y contexto es la información. Alguien la denominó “Infosfera”. Ésta influye en como somos, sentimos, convivimos, enfermamos o morimos. Nosotros la creamos y mantenemos, pero además nos encanta consumirla: somos “infodevoradores”. Nuestros cerebros ya no son órganos individuales, son instrumentos informacionales hipercomunicados, cuya vitamina más esencial es la información. Casi todos los días se publica algún hallazgo científico que demuestra que los seres humanos nos “contagiamos” informaciones que influyen en nuestra conducta, tanto positiva como negativamente. Pero no sabemos qué consecuencias tendrá estar sometidos a tanta cantidad y velocidad informacional a medio y largo plazo.

De hecho Alvin Toffler acuñó en el ya trasnochado 1970 el término “information overload” para referirse un estado futurible de infosaturación de consecuencias imprevisibles. Pero realmente no abundan los estudios científicos sobre los efectos de la sobresaturación informativa en la conducta humana. En los últimos años el debate se ha centrado en Internet, el gran modelador de la conducta individual y colectiva. De acuerdo con Nicholas Carr, parece posible aceptar que influye en las conductas emocionales, en las relaciones humanas, en los comportamientos agresivos y violentos, en los hábitos de consumo, incluso parece que el uso de Internet afecta a ciertas funciones cognitivas, como la atención, la memoria o el lenguaje, pero es arriesgado asegurar cómo las afecta, si las mejora, las empeora o ni lo uno ni lo otro.

Pero que esas nuevas maneras y magnitudes informacionales influyen sobre el cerebro es evidente. Pongamos un ejemplo: Ahora mismo, si usted pretendiera ver de un tirón los anuncios que emite durante un año su televisor, tardaría casi dos años en conseguirlo. Cualquiera de nosotros tiene a su alcance varias pantallas por las que se recibe o emite información. Casi todos los hogares españoles tiene dos o más televisores, varios móviles y la mayoría tiene alguna conexión a Internet. La vida posmoderna es, en palabras de Lipovetsky, una “Pantalla Global”, por la que entra y sale información, y eso es lo que produce la infosaturación, una especie de enfermedad mental social, de la que todos somos víctimas potenciales. Pero, insisto, qué efecto tendrá eso sobre nuestros cerebros, sobre nuestra salud, sobre nuestras vidas aún no lo sabemos con certeza, y no será fácil saberlo, pues a medida que emitamos y recibamos información iremos adaptándonos a ese proceso, ¿o tal vez no? Necesitaremos años para estudiarlo concienzudamente y concluir algo sensato.

De momento podemos especular que una de las consecuencias de la infosaturación puede ser el hastío, el aburrimiento, la desatención y la inmunidad informativa, una especie de vacuna contra el exceso de información. En este caso se corre el riesgo de caer en la atrofia, la negligencia y el asilamiento.

Otra puede ser la infovigilancia permanente, que puede producir adicción y síndrome de abstinencia. Es decir una dependencia en toda regla con las consecuencias que ello conlleva para la salud, el rendimiento y las relaciones. En este segundo modelo los riesgos son la ansiedad, la compulsividad y la deficiencia de otros nutrientes relacionales básicos para la vida humana.

Pero también podría producirse lo que en psicología cognitiva se denomina “indefensión aprendida”, una especie de agotamiento mental por la saturación de malas noticias, miedo, amenazas y castigos recibidos. En este tercer supuesto el riesgo es caer en una depresión franca, cuando no en el suicidio.

En definitiva, y aparte de estas especulaciones, lo que nadie sabe a ciencia cierta es qué va a suponer todo esto para la evolución biológica, social y psicológica del complejo cerebro-mente, y como eso afectará a la salud mental individual y colectiva.

En todo caso hemos de admitir que estamos ante un tema serio, que los expertos en información, sociología, psicología y psiquiatría deberán plantearse al menos con la misma intensidad y velocidad con la que aumenta la infosaturación, es decir a un ritmo de un 30% anual según sugieren los expertos. Quizá sea el momento de formar expertos en “Infosalud”, que entiendan de las ventajas y peligros del cerebro humano hiperconectado. Esa es justamente la esencia del proyecto que hace un par de años pusimos en marcha en forma de Máster universitario en la Universidad de Burgos . Tratar de entender y prevenir los riesgos de la infodevoración y atender los males de la infosaturación. El tiempo dirá si el proyecto era atinado o descabellado, si hemos sabido plantear las preguntas adecuadas y encontrar las respuestas eficaces, o si no era más que humo y viento.

Nosotros de momento seguimos informándonos e informando, pero, eso sí, cada día lo hacemos con más cuidado, seleccionando lo bueno y bonito y despreciando lo grosero y amenazante, que, curiosamente, casi siempre coincide con las causas y consecuencias de estos nubarrones morbosos que hemos dado en llamar, muy desacertadamente, “crisis”.

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