La copia informática que la industria y la SGAE llama piratería forma parte de un proceso histórico imparable. Es una evolución en la que suele haber víctimas, pero menos de lo anunciado y, en cualquier caso, es el precio del progreso. Un progreso al que el hombre, por muy piadoso que se muestre, nunca ha renunciado.
Cuando apareció el primer magnetófono se decía que los discos de vinilo iban a morir porque todo el mundo copiaría la música de sus cantantes favoritos en cintas. Pero los discos sobrevivieron, incluso tras la aparición de los equipos HiFi con dos pletinas que facilitaba el trabajo y aumentaba la calidad de las grabaciones. El vinilo murió poco después, pero no por razones de copia.
También, cuando apareció la televisión con las primeras películas en su programación, se empezó a repetir la cantinela de que nadie iría ya a las salas de proyección, que era más cómodo y barato quedarse en el sofá de casa, que la industria del cine desaparecería, o produciría directamente para la pequeña pantalla.
El futuro del séptimo arte se dibujó aún más negro cuando apareció el vídeo VHS. ¡Aquello sí que sí era la muerte del cine! porque todo el mundo copiaría las películas de la televisión y las pasaría luego a los amigos. Pero se produjeron efectos positivos, como el desarrollo de los videoclubs que aparecieron como champiñones en las esquinas.
Todo eso me hacía pensar en otras situaciones de la historia. Cuando apareció la fotografía, algunas almas cándidas temieron por el futuro de la pintura al óleo. Eran los que pensaban que la pintura debe reproducir la realidad en vez de producirla. Y apareció el arte abstracto. Y pensé en un siglo atrás, cuando aparecieron los primeros tranvías en Londres, y hubo un gremio que se soliviantό y los atacaba a pedradas: eran los zapateros que veían en ese ingenio un peligro a su supervivencia. En efecto, “la gente andará menos y no gastará las suelas de los zapatos, perderemos nuestros trabajos” pensaban en su ingenuidad. Era la muerte de los zapateros remendones.
Como entonces, las reacciones que ahora suscitan los intercambios de ficheros son reacciones un poco cavernícolas y corporativistas. El cine sonoro asesinó sin piedad al cine mudo, ¿quién lo llora hoy? Eso no impide que pueda hacerse una película muda que compite en los Óscar de este año 2012. Siempre habrá irreductibles.
Más recientemente, cuando se extendió la fotocopiadora, las alarmas sonaron pensando en la fragilidad en que ponía a la industria del libro. Era tan fácil fotocopiar todo lo que quisiéramos y de manera selectiva por capítulos que ¿quién compraría libros en el futuro! Bastaría con ir a una biblioteca y ponerse a fotocopiar porque allí mismo se instalaron las máquinas como un desafío temerario. Era la muerte del libro y la ruina de las editoriales. Sin embargo, ni entonces ni ahora, con las bibliotecas virtuales, se ha terminado con el libro, de igual manera que los periódicos en línea conviven con sus congéneres de papel.
Cuando aparecieron páginas como Netscape y luego la tecnología P2P se anunció otra vez el naufragio de la música y del cine, y luego cuando el fenómeno streaming se generalizó en una ola devastadora y planetaria se aseguró que era el tiro de gracia. Podríamos considerar que descargarse algo de internet es el equivalente de prestar un disco o un libro a un amigo de mano a mano, solo que ahora se hace entre desconocidos y a través de la red, como el corolario lógico de una sociedad interconectada y global. El argumento parece razonable.
¿Qué podemos deducir de todo esto? Que la ciencia avanza imparable casi al ritmo de la Imaginación. Que la industria se ha visto obligada a lo largo de la historia a adaptarse a los cambios por traumáticos que fueran. Que la industria inteligente ha sabido siempre evolucionar, los vídeos ya ni se fabrican. Que los comercios se adaptan, los videoclubs pasaron al DVD. Es lógico que los diferentes sectores y agentes en peligro defiendan sus intereses económicos con uñas y dientes y que, en el caso actual, traten de “piratas” a aquellos que descargan o consumen archivos de imagen o música. Pero si lo pensamos bien, en realidad eso no pone en peligro ni al cine, ni al libro, ni a la música, ni siquiera a los verdaderos artistas.
Lo que peligra y es perecedero es el soporte pero no las Artes: la Pintura, la Literatura, el Cine, la Música, no mueren gracias a dios. Es decir, son los soportes los que evolucionan en un proceso de avance tecnológico. Los nuevos soportes más versátiles, pequeños y baratos, entierran a los antiguos pero las Artes siguen perviviendo y transformándose porque son inmortales como un dragón que cambia de camisa.
Incluso algunos, menos conservadores, más visionarios, han visto que la copia, o el “intercambio de archivos”, según se mire, a pesar perjuicios localizados, tiene ventajas y presenta más beneficios sociales que otra cosa si lo ponemos en una balanza.
La copia de música, de películas o de libros, democratiza la cultura al ponerla al alcance de colectivos que no disponen de medios económicos suficientes. Hay que comprender que la copia es la única forma de acceso a la cultura musical y fílmica de una gran parte de la juventud.
Más cínicamente, pero no menos real como argumento es que, las más de las veces, el que descarga una canción, un libro o una película, de todas maneras nunca la hubiera comprado si hubiera tenido que pagar algo de dinero por ella. Por esa razόn, declarar que la industria ha perdido dinero porque ha perdido un cliente potencial es una falacia, bueno una noción económica llamada “lucro cesante”. Tales personas nunca habrían sido clientes. En ese sentido, si bien es cierto que la productora no gana nada, podemos preguntarnos si pierde.
Las multinacionales de estas industrias se quejan mucho pero su lenguaje tiene tintes hipócritas. Sony por ejemplo, que denuncia esta práctica como discográfica, es a la vez fabricante de discos CD-R, DVD, de lectores MP3, de lectores DIVX, etc. donde todo el mundo graba o ve lo que descarga. En el precio de estos productos está incluido un canon por los derechos de autor que pagamos en el momento de la compra.
El mismo cinismo también llega a las grandes “stars” ¿Cómo es posible que un artista de cine que cobra 20 millones de euros por un film pueda exigir a un joven melómano o cinéfilo pero con escasos recursos que no vea gratis una de sus películas porque eso “arruina” a la industria y le perjudica personalmente?
Otro ejemplo, Internet sirve a muchos grupos musicales que no son aceptados por las grandes casas discográficas para darse a conocer. Es un canal alternativo y más libre defendido por numerosos artistas. Muchos se lanzan por esta vía, sin ser atados en corto por las “discográficas” y sus condiciones leoninas. Con Internet los artistas se comunican directamente con sus audiencias y sus fans, sin el filtro comercial y las imposiciones de la multinacional discográfica. Es bien sabido que los verdaderos músicos viven de las giras y de los conciertos en directo. A un verdadero músico, -no un producto de laboratorio de mezclas de una multinacional con una dosis masiva de marketing- le es más rentable (lo dicen ellos mismos) la existencia de 10.000 “piratas” que luego van a asistir a su concierto en directo y pagar una entrada completa a 40 euros, que 10.000 personas que compran su disco, pero cuyos beneficios van a parar en un 90 % a la casa discográfica. Hagan las cuentas.
Muchos músicos, autores de canciones de enorme éxito en los años 60 y 70, han muerto en la pobreza y el abandono más total, y los beneficios que generan aún sus canciones siguen yendo a compañías discográficas, que son los propietarios de los derechos desde hace décadas.
Con Internet los artistas se comunican directamente con sus audiencias y sus fans, sin el filtro comercial y las imposiciones de la multinacional discográfica. Por otro lado, la descarga de canciones puede considerarse como una muestra publicitaria. Los fans de verdad compramos el disco original y además –algunos- asisten a los conciertos.
Quizás por eso hay tantos artistas que no critican la descarga libre por Internet. Nunca su música había viajado tan rápido. Algunos ofrecen la descarga gratuita en una página web en particular. Incluso jueces han declarado sucesivamente que la copia sin fines comerciales no es ilegal. El Parlamento Europeo era de la misma opinión (2009) y no suscribe la política represiva de Francia en este sentido, la ley Hadopi.
En Suecia, el Partido Pirata se convirtió en la tercera fuerza política del país, un 7%, con su bandera por la libertad de expresión, de consumo y de comunismo digital, donde retomando antiguos eslóganes anarcoides: “en los peer to peer cada uno contribuye según sus capacidades y descarga según sus necesidades”.
Hoy el fenómeno es Youtube, que da una chance a todo el mundo absolutamente, como un enorme concurso de estrellato en un escenario mundial, donde el jurado es la “generación Y griega”, llamada así por analogía con los auriculares que les cuelgan de la orejas.
A pesar de los millones de descargas las ventas de música no han descendido y la asistencia a las salas de cine tampoco. Al contrario, las descargas atraen a muchísimo más público al mundo de la música y del cine y crean más demanda global, los consumidores son cada vez más jóvenes, hasta niños. Los millones de nuevos consumidores sin fronteras deben compensar, de alguna manera u otra, las supuestas pérdidas pagando una cantidad mínima. Por todo ello, la industria tiene una larga vida por delante y está abocada a adaptarse a la Tercera Revolución de la democratización de la cultura (III RDC) representada por Internet, después de la invención de la escritura y de la invención de la imprenta.
La historia natural nos muestra que aquellos seres que se reproducen con facilidad acaban poblando nuevos continentes. Esta evidencia es aplicable a los medios de reproducción digital de música o de imagen. Su extensión es una constante en la historia reciente, estos medios de reproducción continúan en una carrera imparable, una carrera de relevos donde los tramos son cada vez mas cortos y la velocidad cada vez mayor. Los medios de reproducción son tan importantes como los medios de producción, y forman un tándem indisociable. En un símil darwiniano, diremos que la especie de “los productores” debe correr tanto como la de los “reproductores”. Y en cualquier caso, cuando unos y otros pasan el relevo, desaparecen. Es ley de vida.
De las víctimas del principio han desaparecido casi todos: el disco fue sustituido por la casete, el VHS por el DVD, la casete por el cederrón, el cederrón por el MP3, el MP3 por otros Iphone, tabletas y familia pero, repito, el libro, la música o el cine siguen vivos. El querer detener o demonizar los avances en la reproducción, que en realidad hace accesible las artes y el saber a una mayoría, tiene tan poca lógica como querer defender la legitima cólera de los zapateros londonienses prohibiendo la puesta en circulación de los tranvías.
Hoy se cierran Megaupload y Megavideo. Muy bien, pero es como poner puertas al campo. Su cierre ha provocado en efecto un descenso notable e inmediato de los sitios de streaming, que han decidido autocensurarse (Videobb, Fileserve, FileSonic) pero paralelamente se asiste a un aumento de la actividad de los P2P (BitTorrent y eDonkey), como muestran las sociedades encargadas de análisis de redes y gestión de tráfico, y eso a pesar de que los P2P están también judicialmente amenazados.
Hasta hace poco los jóvenes descargaban archivos sin número llevados por un deseo de poseer la mayor colección, algunos con miles y miles de canciones que ni tendrán tiempo de escuchar en su vida. Hoy o mañana será de otra manera. No habrá siquiera que “bajarse” nada porque todo está a nuestra disposición allí donde nos encontremos, porque estaremos “conectados” a un Nube única. La Nube que sustituye a la Red.
La médula del problema son evidentemente los derechos de autor, pero aún ahí podría decirse mucho.Es tan pintoresco como irritante que cada vez que se oye una canción en un salón de bodas, la SGAE, que no es un modelo de integridad, desenvaine implacable la ley para reclamar los derechos de autor, o que los ayuntamientos de Fuente Obejuna y de Zalamea deban pagar por autorepresentarse. En los guateques de tocadiscos nunca pagábamos a nadie.
Por supuesto que la cultura no puede ser gratis y que los artistas deben vivir de su trabajo, pero ¿y si ya no viven? No se persigue a nadie por descargar una reproducción de Las Meninas o un Pollock. Los pintores están menos protegidos. Grandes museos como la Tate o la National Gallery de Londres abren gratis sus puertas a los visitantes de todo el mundo. ¿Por qué las videotecas en línea no podrían hacerlo?, ¿por qué no, al menos, para películas que forman parte del patrimonio cultural?, tal vez después de un periodo determinado, como ocurre con los medicamentos genéricos. Lo importante de una obra es su difusión, cuanto mas se difunde más viva está. Un libro olvidado en los estantes de las bibliotecas que nadie consulta es un libro muerto. Esta evidencia se aplica por igual a una película, a una sinfonía o a una cancioncilla de verano. Ningún autor, el propietario real de la obra artística, desea ese futuro para su creación. Yo, por ejemplo, prefiero que me copien a que me olviden.
Se ha dicho que la propiedad privada a medida que se comparte se va empequeñeciendo, mientras que con la propiedad intelectual ocurre justo al revés, al compartirla crece más. Es cierto. La difusión da una segunda vida a obras que de otra manera estarían perfectamente borradas de la memoria. La multitud de redes y nubes son la memoria, el conocimiento y el archivo mental de nuestra civilización. Es la materialización perfecta de lo que persiguieron vehementemente San Isidoro o los Enciclopedistas. Muchas de las páginas web ahora en peligro de extinción son esa memoria planetaria que debe seguir activa.