Me recuerdo yendo por Princesa a final de mayo, cuando había exámenes y todo conspiraba para apartarte de ellos: la luz tardía de las tardes, la hierba del parque del oeste, las terrazas de Recoletos, el perfume incierto de las muchachas en flor. Cualquier pretexto era bueno para salir de la habitación a comprar cualquier cosa que quizá no se necesitara demasiado. Así yo esa tarde estaba en Princesa y entré en algún sitio y se escuchaba esta canción. Ya la había oído otras veces en el programa que Jesús Ordovás tenía en Radio 3 pero tuve la sensación que daba ritmo a ese momento de la vida como la música de fondo de una película.
“Para ti”, pasado el tiempo, quizá no sea una gran canción: su letra es un poco incongruente y la música suena demasiado a hojalata. Tampoco el Zurdo era un dechado de virtudes para un tipo como yo en aquellos tiempos. Pero la canción tiene frescura, algo así como una energía adolescente y pegadiza que puede iluminar algunas tardes de este final de verano. La movida fue sobre todo algunos destellos creativos de jóvenes que querían divertirse o perderse por las noches sin ponerse demasiado trascendentes. Y se lo podían permitir porque los tiempos habían cambiado de verdad, aunque fuera desde hacía poco. Tanto que un falangista auténtico podía ser amigo de un ácrata como Haro Ibars y fundar un grupo punk como Kaka de Luxe con cierta naturalidad, como ocurren las cosas más inconcebibles en las mejores películas de Almodovar.
Es cierto que a veces nos asaltan refrescantes recuerdos que nos liberan de la acuciante maraña diaria de inciertos quehaceres e informaciones mediáticas que nos ocupan, algo ocurre que nos sacude el cuerpo y nos reconforta. Como sucede en el espejismo, una densidad desigual de percepciones otorga la ambiguedad petulante que hace desvanecer nuestras incertidumbres presentes. Y nos sobreponemos.
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Esta fragilidad de la visión parece igualmente afectar a otros campos de la creación [ la llamada “crisis de la representación” ], en su vertiente más comercial, una vez afincada la correspondencia entre dichas realizaciones y la organización del mundo. El poder de la música, por ejemplo, establece un paralelismo entre su espíritu y el nuestro, una correspondencia afectiva centrada en la composición e interpretación que también queda afectada por su estética moderna; constituyéndose un arte del oído y del tiempo que también resulta ambiguo.