Escena 1. Rubísima, con un contoneo de caderas imposible, la sorpresa en los labios y una mirada cargada de preguntas, la protagonista de la película, una mujer desaparecida y dada por muerta hace seis años, vuelve a la que fue su casa, a su piscina y ve a sus hijos. Sólo que ya no es su casa, ni esa es su piscina, ni sus hijos la reconocen. Es Something’s got to give, ella es Marilyn Monroe y éste es el primer minuto de su aparición en el último rodaje, inacabado, de la actriz.

Documentales, libros, noticias que pueden buscarse en hemeroteca…los últimos meses de Marilyn han dado para mucho. En la primavera de 1962 salía de su vida Arthur Miller, iba y venía el presidente Kennnedy; por allí andaban también Sinatra, psiquiatras, asesores de distinto pelaje…Según cuenta el periodista francés François Forestier en el libro Marilyn y JFK, en casa de la actriz se cruzaban en ese momento las frecuencias de los micrófonos de Jimmy Hoffa, del mafioso Sam Giancana, la Fox la manda seguir; Joe DiMaggio, su ex marido y eterno enamorado, supervisaba lo que ocurría en ese espacio tan vigilado; el millonario Howard Hughes trataba de perjudicar a los Kennedy frente a Nixon y habría colocado también micros; Edgar Hoover podría estar controlando las “redes comunistas” que, sospechaba, estaban en el entorno de Arthur Miller…hasta la propia Marilyn pide al mismo detective de Di Maggio que coloque micrófonos en su casa porque tiene miedo de que la vigilen. Mucha gente pendiente de ella, pero absolutamente sola en realidad. Bebe bastante, toma distintos tipos de somníferos, tranquilizantes…Todo eso ya lo sabíamos de ella, eso nos cuentan, pero la mejor Marilyn, la más brillante es la que asoma en cada fotograma a sus 36 años. No es posible retirar la mirada de la pantalla desde el minuto 6’10”’ de la película, que puede disfrutarse en cuatro partes a través de Youtube.

Viva, deslumbrante, adorable y sólida. Así se muestra en las distintas escenas pese al caótico rodaje, que desesperó a George Cukor y a los estudios, cansados de las enfermedades recurrentes, los retrasos y las ausencias de la actriz. Con esta película, la Fox quería recuperarse de las pérdidas multimillonarias que estaba causándole el rodaje de Cleopatra y las veleidades de otra diva, Liz Taylor. De hecho, Monroe llegó a ser despedida, pero volvió con ganas, aunque no pudo terminarla, pues el 4 de agosto de 1962 fue hallada, ya lo sabemos, en su habitación, muerta, en apariencia, tras la ingestión de una dosis máxima de barbitúricos.

Conocemos la tesis oficial: suicidio. Pero no deja de sorprender tanta vida en el metraje rodado, en el que no le hace falta hablar para llenar ella sola la pantalla. Merece la pena detener la película en la mirada que muestra en el minuto 7’16’’. Una tristeza oscura, densa, que no habíamos visto en sus películas anteriores, que remonta con su sonrisa rápidamente, en cuanto ve a los que son sus hijos en esta historia y que no saben quién es la dulce aparición rubia. Más adelante, encontramos la famosa escena del desnudo en la piscina, que sigue perturbando hoy por su frescura, la naturalidad con la que muestra su cuerpo, mientras juega con un albornoz.

Las pruebas de vestuario y maquillaje para el filme también son magnéticas. No parece posible morderse los labios así, mientras mira a cámara; soplarse el flequillo y airear el pelo con tanto encanto, sonreír, coquetear de ese modo con quienes le rodean si no estuviera llena de energía. Es una prueba de vestuario, no el rodaje. Y es ella, haciendo pruebas, no cualquiera de sus personajes.

Lo mismo ocurre en una de sus últimas sesiones fotográficas de esos días, a la orilla de la playa de Santa Mónica. En ellas se muestra divertida, traviesa con la cámara, hace el pino, se esconde…

Nos queda pensar que Marilyn Monroe y Norma Jean eran distintas, que había una nítida línea que separaba su presencia, que había conseguido dejar en un compartimento estanco a la mujer y que era la actriz, sólo ella,  la que jugaba delante de los objetivos. Por fin la actriz. Había deseado toda su vida serlo, pendiente como había estado siempre de la opinión de los demás, muy insegura y con la idea de que nunca daba la talla. Por eso,  tal vez, como cuenta Forestier en su libro, citando a Jim Dougherty, su primer marido e inspector de policía de Los Angeles, no buscó la muerte voluntariamente, sino que fue una casualidad, “tomó la pastilla que hizo rebosar el vaso, el vaso de alcohol” o, como decía el propio John Houston, “fueron los médicos los que la habían matado”. Por eso, tal vez fue Norma Jean la que se quedó en aquella cama de sábanas revueltas. Y es MM la que sigue coqueteando con nosotros desde cada fotograma. Para siempre.

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3 Comentarios

    1. says: Conchi Sánchez

      Gracias Jesús!!!!! No lo he leído, pero me lo apunto en este mismo momento 😉 Queda claro que la figura de Marilyn me encanta: muchas mujeres dentro del mito. Como cada uno de nosotros, al fin y al cabo, no?

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