Hace 2414 años que murió Sócrates. Su muerte, injusta y evitable, dejó pendiente una gran pregunta que sigue sin respuesta: ¿Ley o justicia?. Y como todas sus preguntas, encierra una lección: No olvidemos, aprendamos, seamos justos, seamos éticos, seamos libres y autónomos.
Cuatro siglos después, Jesús de Nazaret, otro cadáver injusto y evitable, nos enseñó a poner la otra mejilla. Si la enseñanza del primero fundó una ética laica, la del segundo fundó una ética religiosa, posteriormente confundida y difundida como una moral divina, pero claramente inhumana.
Ambos mensajes se funden en otro tercero de Montaigne, quien llamó a esa actitud la “disciplina de la decencia”, el supremo esfuerzo de mantener el equilibrio y la integridad incluso cuando somos víctimas de la coacción vil o situaciones desesperadas.
Las tres lecciones nos vienen ahora como anillo al dedo para interpretar esta disonancia estúpida que nos afrenta, a raíz de la anulación por unos jueces – supuestamente justos y legales – de la llamada doctrina Parot. Son – somos – muchos las víctimas de la violencia que ahora se sienten vejados por las decisiones de esos sesudos jueces. No es fácil encajar las decisiones legales de unos, con los sentimientos justos de otros, y menos aun que nuestras débiles conciencias puedan conciliar el respeto por la ley y la relatividad de la justicia. ¿Cómo pueden aceptar los testigos de la muerte tamaña violación de sus irreparables pérdidas?.
El colombiano Paul Brito, testigo de violencias similares en su país, sostenía hace poco que eso es posible aceptando el concepto de martirio. Mártir es una palabra griega que significa testigo. Sócrates nos enseño a aceptar ese papel de testigos fieles de la injusticia sin caer en el rencor ni en el olvido, firmes contra la violencia pero sin violencia, aceptando el veneno y la herida con la ayuda lenitiva de la dignidad y la libertad. Solo así conseguiremos que la muerte de tantos seres queridos deje de ser pretexto para una moralina lacrimosa, artificiosamente religiosa (“religadora”), y se convierta en el germen de esa disciplina de la decencia, la libertad y la dignidad humanas que Montaigne, y antes Jesús, y antes Sócrates nos enseñaron.
*Una versión de este artículo ha sido publicada antes en Diario de Burgos.