El otro ajedrez de Baguio

Hay un deporte más allá del deporte. Si lo prefieren, hay unas formas subterráneas que, en según qué disciplinas, es importante dominar. En baloncesto el foco pasa de largo casi siempre de las peleas que hay en la zona, del braceo constante entre los pívots. En fútbol, argentinos e italianos son maestros de ese ‘otro fútbol’ que controla los tiempos de los partidos, que deciden el lado del que cae la moneda en los momentos cruciales, cuando ésta gira en el aire decidiendo el color de una final. En el tenis, Djokovic empezó a jugar con las interrupciones antes de hacerlo con su derecha para convertirse en el número uno del mundo. Antes del juego vinieron las coartadas. En todos los deportes existen. En el ajedrez, por ejemplo, está la hipnosis. Y los yogures. Si me apuran, también las sillas. La hipnosis, los yogures y las sillas formaron parte un día del ‘otro ajedrez’. ¿No se lo creen? Sigan leyendo.

La localidad de Baguio, en Filipinas, vino a ser en 1978 para el ajedrez lo que Kinshasa cuatro años antes fue para el boxeo, cuando subió a un cuadrilátero la velocidad de Alí contra la pegada de Foreman. Sin las dieciséis cuerdas ni guantes en las manos, el mundo del ajedrez miraba hacia Baguio en el verano filipino para ver sentados ante una mesa a dos soviéticos de trayectorias disidentes: Anatoli Kárpov y Víktor Korchnói. El primero defendía el campeonato del mundo ante uno de los jugadores más talentosos del mundo, ante uno de esos gloriosos perdedores de los que habla con maestría el periodista Carlos Molina en su libro Ahogados en la orilla (editorial Córner). Pero antes de las partidas, de los yogures y de la hipnosis, del ajedrez y del otro ajedrez, mejor conocer a los contendientes. Primero, el aspirante.

Víktor Korchnói cumple años este mes (23 de marzo), 82 para más señas. Nacido en Leningrado, es el maestro de ajedrez más veterano que compite en el circuito. Es Maestro Soviético desde 1951, y cinco años después ya había obtenido el máximo galardón en el mundo del ajedrez (Gran Maestro Internacional) iniciando un dominio del campeonato absoluto soviético aplastante. Pero más allá de su vida junto al tablero, de Korchnói llama la atención su vida, en general. Su avanzada edad de iniciación hizo que alcanzara el cenit de su juego en torno a los treinta años de edad, y fue eso, su edad, lo que le apartó del favor de la URSS, que pretendía abrir el camino a otros jugadores más jóvenes como Petrosian, Spassky o el propio Karpov. Aun así, estuvo inmerso en las rondas finales del Torneo de Candidatos en diversas ocasiones en los años setenta, década en la que se desembarazó de la URRS: en 1976, aprovechando un torneo en Ámsterdam, Korchnói desertó. En la final de 1978, con dos jugadores nacidos en Rusia, sólo una bandera soviética iba a lucir sobre la mesa. Pero ése es otro cantar.

Anatoli Kárpov tiene veinte años menos. Nacido el 23 de mayo de 1951, se convirtió en el maestro nacional más joven de la Unión Soviética, y en 1970 ya era Gran Maestro Internacional. Cuando disputó la final en Baguio, Kárpov ya sabía lo que era ser campeón del mundo. En 1974, Kárpov estaba en la final del Torneo de Candidatos, donde se midió a Víktor Korchnói. En ajedrez, el ciclo del campeonato finaliza con un Torneo de Candidatos en el que el vencedor se gana el derecho a disputar el título mundial contra el actual poseedor de la corona. En esos momentos, el estadounidense Bobby Fischer era el campeón del mundo, y esperaba rival soviético del Torneo de Candidatos. Kárpov ganó por un punto a Korchnói y Fischer renunció a defender su título. El soviético era campeón del mundo.

Con un pasado en común y una historia de deserción y gloria que les separaba, Korchnói y Kárpov se vieron las caras en la final del campeonato del mundo de 1978. La sede, Baguio, en Filipinas. La fecha de inicio, el 18 de julio. Camino de los cincuenta años, Korchnói, que se deshizo de sus rivales con una facilidad asombrosa, estaba ante su primera oportunidad de ganar un título mundial. No fue la mejor final de ajedrez de la historia, quizá sí la más rocambolesca. Tanto, que el título no se decidió hasta tres años después de manera definitiva. ¿Por qué? Por el ‘otro ajedrez’: por los yogures, por la hipnosis, por las sillas.

La primera polémica de la final estuvo más allá del tablero, en las banderas. Después de su deserción en los Países Bajos años antes, Korchnói era un hombre sin una nacionalidad. La deserción, claro, no sentó bien en la URSS, que vigiló muy de cerca las evoluciones del maestro. Ya en 1977, durante el Torneo de Candidatos, la Unión Soviética evitó que Korchnói jugara bajo bandera holandesa porque no había residido un año completo aún en el país. El ajedrecista llegó a ofrecerse a jugar con una bandera pirata. Fue la primera de sus bravuconadas. En la final de 1978 quiso jugar con un letrero que mostrara la palabra “apátrida”, algo que la URSS estaba dispuesta a aceptar, pero que la Federación Internacional evitó: la final se iba a jugar sin banderas.

No todas las humoradas vinieron de Korchnói. El ajedrecista rechazó jugar con la silla de la organización y llegó al torneo con su propio asiento, algo que hizo que Kárpov frunciese el ceño. Pidió que se examinara la silla para evitar que hubiera dispositivos de ayuda, y antes de la final se desmontó el asiento y se examinó con Rayos X. Había que eliminar la posibilidad de que el rival contara con ese ‘otro ajedrez’. No había ninguna. La respuesta de Korchnói no se hizo esperar: elevó una queja a la federación después de que Kárpov recibiera un yogur para comer en un momento de una de las partidas. En la protesta se pedía investigar si el color o el sabor del yogur escondía un mensaje cifrado, una táctica a seguir. El ‘otro ajedrez’.

Algunas de las reclamaciones, en cambio, no fueron tan humorísticas. Kárpov contaba en su equipo con el doctor Vladimir Zhukar, especialista en hipnosis, que figuraba en el inventario como asesor psicológico del campeón. Zhukar arrancó la final sentándose en las primeras filas, y se pasaba las horas completas mirando fijamente a Korchnói. Ni a Kárpov ni al tablero, sólo al rival. En el equipo del aspirante se hablaba de hipnosis. Fuera o no un hipnotizador, tuviera o no esos poderes, Korchnói llegó a jugar alguna de las partidas con gafas con cristales de espejo, y peleó para retrasar a Zhukar en la platea. Llegó, incluso, a meter en su equipo a dos miembros de la secta hinduista Ananda Marga para que le acompañaran en las partidas, pero fueron expulsados por tener antecedentes penales.

Más allá del ‘otro ajedrez’ hubo poca lucidez. Kárpov puso el 4-1 en la decimoséptima partida y el campeonato se daba por decidido (se gana con 6 puntos). En la partida 27 el resultado era ya de 5-2, pero los vaivenes más allá del tablero Korchnói se repuso y ganó tres partidas casi seguidas (28, 29 y 31) para empatar a cinco. El 17 de octubre de 1978 los dos ajedrecistas se acercaron al tablero para decidir el campeonato del mundo. 41 movimientos después, en la partida 32, Korchnói decidió aplazar estando en inferioridad, y nunca llegó a reanudar la partida. “No voy a firmar el acta porque ha sido jugada bajo condiciones absolutamente ilegales. El campeonato no está terminado”, dijo. La federación, en cambio, nombró campeón a Kárpov.

Tres años después, Korchnói jugaba contra Karpov de nuevo la final del campeonato del mundo. Esta vez, el escenario era en Europa, y el primero jugaba bajo bandera suiza. La final, celebrada en Italia, fue conocida como “la masacre de Merano”. Kárpov ganó por 6-2 al tiempo que la Federación Internacional declaraba improcedentes los últimos recursos del equipo de Korchnói referentes a la final de Baguio. Con el ‘otro ajedrez’ al margen, Kárpov ganó en esa semana dos campeonatos del mundo, y los dos ante el mismo rival.

 

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