Hubo un tiempo en que a la idea de caridad se le oponía la noción de justicia e incluso se soñaba con un mundo que proveyera de una protección social mínima a los más desfavorecidos, a los que habían perdido pie en ésta, muchas veces, cruel sociedad donde todos estamos sometidos a tantos imponderables.
Se comprende que todo es muy difícil, que han fracasado algunos intentos o no han salido bien del todo, que a menudo se han conseguido resultados paradójicos a pesar de las buenas intenciones. Pero se sabe que se pueden hacer cosas, que no todos los países son iguales, que hay sitios donde es más fácil nacer y envejecer, donde la vida es más amable para la mayoría e incluso la muerte más dulce. Donde se considera que los seres humanos merecen una oportunidad de formarse, trabajar dignamente y controlar sus vidas. Eso es lo que siempre se ha conocido por humanismo o progresismo. Antes de que algunos decidieran escupir sobre esas palabras y convertirlas en un insulto.
Con la crisis económica brotan de nuevo los mendigos en los portales de los bancos y cajas de ahorros, en los rincones de las plazas. en las puertas de las iglesias y también aumenta la propaganda de los “bancos de alimentos” y otras organizaciones caritativas. A la vez, cuando más se necesitan, se desmontan los servicios sociales dependientes del estado que, en este país, apenas habían nacido en comparación con otros desarrollados. Se disminuye la ayuda a domicilio, a la dependencia, los comedores escolares…y a cambio aumentan los conciertos benéficos, los mercadillos llenos de millonarios famosos, las limosnas de domingo que tanto tranquilizan la conciencia después de la misa de doce, justo antes de ir a la pastelería o al vermut.
Es todo muy difícil. Seguro que, en todos estos años, el dinero se tenía que haber gestionado mejor, con más rigor, con más controles, con más sabiduría, con menos picaresca y mentalidad de estúpidos nuevos ricos. Pero hay algo que huele mal. Se percibe mucho alivio, en cierta gente que sale mucho por “las teles” o en las revistas del corazón, porque las aguas hayan retornado a su cauce, porque cada uno haya vuelto a su sitio natural y ya se quede ahí para siempre, donde creen que les corresponde. A ser posible con una sonrisa agradecida por las migajas que le tocan.
Ser progresista era, sigue siendo, aspirar a construir países prósperos y más justos donde el dinero de cuna no sea el único argumento. No utilizar el estado para ayudar a enriquecerse o mantener los privilegios de unos pocos, sino para redistribuir recursos y garantizar una igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Se podría comenzar por que cada uno pagara los impuestos que le corresponden, en vez de jugar de nuevo a la caridad o utilizar la sensiblería de la Navidad para dar limosnas o regalar juguetes inútiles o volver a “sentar a un pobre en la mesa” como en otros tiempos oscuros. Ha llegado la hora, de volver a ver “Plácido” de Luis Garcia Berlanga. Feliz 24 de Nivôse de 2013.
Fotos: Guillermo González Granda
Si mis impuestos llegaran a buen puerto no me importaria pagarlos. Visto lo que hay prefiero estafar a hacienda y hacer un donativo a medicos sf.
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