No sé por qué cayó en mis manos hace muchos años “Espejo de sombras” la autobiografía de Felicidad Blanc, esa mujer de buena cuna, escritora y al parecer muy bella que se casó con un poeta del Régimen y fue tan infeliz desde el principio pero, a la vez, tan presa de las ataduras que había elegido y en las que creía a pesar de todo. Luego la película de Jaime Chávarri “El desencanto” dejó al descubierto las tripas de aquella familia que quizá representaban el resultado inevitable de la moral hipócrita que prevalecía en aquellos años, de un tipo de matrimonio en el que pesaban demasiado los convencionalismos y unos roles rígidos, impuestos, injustos y dolorosos, que las clases dirigentes eran los primeros en trasgredir cuando podían, eso sí, guardando siempre las apariencias para seguir manteniendo sus privilegios.
Leopoldo María Panero fue el hijo más trastornado de esa familia trágica. Desde joven tuvo serios problemas psicóticos y en los setenta, tras su inclusión en “Los nueve novísimos“, se convirtió en un icono de poeta maldito, de lenguaje delirante, con una vida muy desordenada y proclive a abusar de todo tipo de drogas, lo que aumentaba mucho su prestigio en algunos ambientes de aquellos años donde vivir podía confundirse facilmente con autodestruirse. Los que lo conocieron de cerca terminaban abandonándolo porque no podían soportarlo, aunque lo seguían adulando de lejos mientras se consumía en hospitales psiquiátricos, fumando sin parar, delirando sobre la antipsiquiatría y bebiendo litros de cerveza o muchos vasos de leche. De vez en cuando aparecía, cada vez más consumido, y daba entrevistas o presentaba algún libro que alcanzaba un extraño prestigio entre algunos poetas que veían en sus versos el eco brillante de algún lugar oscuro y muy auténtico, en el que tanto debió sufrir toda su vida.
Los chicos mayores se van muriendo poco a poco…
lanzando gritos y bromeando acerca de la vida:
y no sé sus nombres. Y en mi alma vacía escucho siempre
cómo se balancean los trapecios. Dos
atletas saltan de un lado a otro de mi alma
contentos de que esté tan vacía.
Y oigo
oigo en el espacio sonidos
una y otra vez el chirriar de los trapecios
una y otra vez.
Una mujer sin rostro canta de pie sobre mi alma,
una mujer sin rostro sobre mi alma en el suelo,
mi alma, mi alma: y repito esa palabra
no sé si como un niño llamando a su madre a la luz,
en confusos sonidos y con llantos, o bien simplemente
para hacer ver que no tiene sentido.
Mi alma. Mi alma
es como tierra dura que pisotean sin verla
caballos y carrozas y pies, y seres
que no existen y de cuyos ojos
mana mi sangre hoy, ayer, mañana. Seres
sin cabeza cantarán sobre mi tumba
una canción incomprensible.
Y se repartirán los huesos de mi alma.
Mi alma.
No sólo es la mala familia, también es la mala cultura. Familias chungas en un sentido u otro hemos tenido todos, pero no lo racionalizamos así, sobrevivimos a ello y basta. En cambio, este, como se ve en el vídeo, y sus hermanos, mataban a sus padres con una superioridad sacada de los libros prohibidos. Parece orgulloso de sufrir, pisar cárceles y comerse psiquiátricos: esa actitud es mucho más dañina que todo lo que pudiera haberle hecho su madre, y no la ha aprendido de ella. Quien diga, viéndole, que siempre es bonito e instructivo leer es alguien para el que “ingenuo” es un eufemismo. Yo no creo en los genios de la cloaca, ni en los intelectuales de la tragedia. Maldito malditismo…
Completamente de acuerdo contigo. Nunca he comprendido la admiración por lo trágico y lo maldito en el mundo de la creación, su prestigio superior, por encima de los aspectos luminosos de la vida. Muy acertado, Óscar.
Proviene de la teología católica, como tantas cosas. Me explico. Si piensas el libre albedrío como elección entre el bien y el mal, poco hay de interesante en elegir el bien, porque es lo que debías elegir, como todos. En cambio, el mal… ahí sí que se es auténticamente libre, y hasta la condena que merecerás por ello es doblemente atractiva, al menos para los demás. En fin, ese rollo…