Decía Fellini que él nunca volvía a hacer una escena, no porque considerase que lo que rodaba era perfecto, sino porque creía que una obra estaba viva también por sus defectos. Sin embargo, es difícil pensar en una escena de cine que represente la belleza de una forma tan concreta, tan notable y, al tiempo, con tan poco artificio como la que tiene a Anita Ekberg como única posibilidad para enfocar los ojos en ‘La dolce vita’.
La actriz sueca entraba en la Fontana di Trevi sin saber que, al mismo tiempo, estaba hundiendo sus pies descalzos en nuestra propia memoria, un espacio que ya ha sido suyo siempre, aunque hasta el mismo día de su muerte, hoy mismo, a los 83 años, estuviese harta de que le preguntasen siempre por ese instante.
Después llegaría Fellini, que, además de crear una de las parejas más icónicas del cine junto a Marcello Mastroianni, la unió en pantalla a Sofía Loren en ‘Bocaccio ’70’. Muy próxima siempre al director de ‘Amarcord’, éste no dudó en incluirla en el reparto de su última película, ‘Entrevista’, en 1987.
Desde ahí, hubo muchas películas de serie B, hasta llegar a Bigas Luna, que jugó con el mito en ‘Bámbola’, ya en 1996. En total, más de 60 filmes para este símbolo de una época y de una manera única de hacer cine, aunque, como en tantos otros casos, en los últimos años viviera con la ayuda de la Fundación Federico Fellini, tras perderlo todo en un incendio, en el año 2011.
Más allá de la biografía, y de su propio rechazo al recuerdo, es imposible no decir su nombre y recordarla gritando ese ‘¡Marcello, come here!’ con el que reclama la presencia de Mastroianni junto a ella, en el agua. ¿Quién le hubiera dicho que no?
Ciao, Anita.