“Years and Years”: cuando el futuro ya está aquí

Lo que pueden desencadenar los pequeños cambios que se producen progresivamente, un poco por sorpresa pero lo suficientemente despacio para que los normalicemos, para que nos convenzamos de que en realidad no ha cambiado nada, que todo va a seguir más o menos igual que hasta ahora, que el agua volverá a su cauce y podremos continuar duchándonos por las mañanas en la misma casa, seguir yendo al trabajo de tantos años, viajar con la familia sin problemas en la frontera, salir por las tardes a pasear al perro por la misma plaza donde la gente ahora toma cerveza o los niños corretean en paz.  

Vemos en los telediarios noticias truculentas todos los días pero las vivimos como series de ficción, no creemos, en el fondo, que nos pueda afectar un cambio de primer ministro en un país extranjero, unas elecciones europeas, un cambio en el control de armas, el fracaso en la formación de un gobierno, una crisis comercial en Asía, las oscilaciones de la bolsa en NY, el auge nacionalista en alguna región del país en el que vivimos, el progreso del cambio climático. Creemos que es otra noticia truculenta más, de esas con las que nos alimentan cada día para ser olvidadas muy pronto, eclipsadas por otras que quizá ya pertenecen a otra moda social o a otra estrategia de propaganda de los que, al final, controlan las guerras culturales y los medios de comunicación.

Nunca pasa nada pero a veces pasa. Si nos paramos a pensar lo que ha ocurrido en los últimos diez años observamos que han cambiado sorprendente muchas cosas aunque no lo recordemos o casi no lo hayamos notado si no nos ha afectado directamente. De pronto hay ideas que han pasado de moda y han emergido otras nuevas, gente pública que ya no está o que ha pasado de héroe a villano, bancos y empresas que han desaparecido, situaciones políticas que ni siquiera hubiéramos imaginado, cosas que ya procuramos no hablar en público de la misma manera que antes porque el aire social es ya otro y lo que hace tiempo era un aserto bien visto ahora puede convertirse en motivo de exclusión en el mismo contexto social en el que antes parecía pertinente. Amigos que han muerto.

De eso trata “Years and Years” y por eso resulta tan perturbadora. Las calamidades siempre se anuncian previamente y, a veces transcurren meses o años hasta que se concretan. En ese tiempo la vida sigue casi igual para mucha gente aunque poco a poco vaya cambiando hasta precipitarse en una guerra o una revolución. La gente se agarra a certezas, confía todavía en personas, cree que todo se terminará arreglando como tantas otras veces. Trata de seguir con sus vidas normales e incluso se irrita si alguien le recuerda que algo va mal o que corre peligro. Lo que George Steiner cuenta que le ocurrió a su padre cuando ascendía el nazismo. Lo que seguro que ocurrió siempre antes del comienzo de cualquier guerra o del ascenso de un totalitarismo. 

La principal potencia mundial reelige a un presidente populista que se atreve a romper normas no escritas en política y parece irle bien. Inglaterra vota un Brexit que se consolida a pesar de la evidencia de que fue un referéndum donde se mintió a conciencia. Los nacionalismos xenófobos se recrudecen en Europa y la CEE se fragmenta y vacía de contenido. Se escala la guerra comercial entre China  y USA y se desencadena una crisis económica que, la dialéctica política, dispara hacia el enfrentamiento utilizando todas las armas que procura la tecnología. Los antiguos acuerdos de reducción de armas nucleares hace tiempo que son papel mojado. Los populismos de extrema derecha y extrema izquierda preponderan y cambian las reglas en los parlamentos. Noticias no muy distintas de las que podrían leerse en el día de hoy en el periódico.

Las familias se siguen juntando en los cumpleaños o en Navidad, los hijos exploran peligrosamente el transhumanismo, la gente se divorcia o se enamora, o se odia cordialmente o se distancia en trincheras que se forman como por encanto en cualquier conversación o en cualquier gesto que pasa a ser una señal de identificación de los que consideramos “los nuestros”. Miran lo que ocurre y los va ganando un miedo que no reconocen y, poco a poco, se van sumando a los relatos políticos, cada vez más radicales, que más les consuelan creyendo que eso les protegerá de alguna manera si terminan ganando los suyos. Pero un día se dan cuenta que su amor es deportado y de que ellos pueden morir en una patera que viaja de un punto a otro de Europa, de que el banco en el que tenían todos sus ahorros ha quebrado, de que en algún lugar ha explotado una bomba atómica sin que todavía haya ocurrido algo irreparable. Lo que quizá aliente a cualquiera a lanzar otra si lo cree conveniente a sus intereses. De pronto no hay futuro y los individuos tratan de sobrevivir manoteando de forma tan inútil como el que zozobra en un mar perdido. Porque además han desaparecido los códigos desde los que argumentar o negociar y la tecnología ha hecho que cada vez sea más didicil escapar. 

Russel T. Davies plantea una distopía totalitaria posible, donde casi no hay esperanza, donde todo va de mal en peor y los individuos parecen indefensos, arrastrados por fuerzas que no controlan, aunque intenten hacer algo, rebelarse, defender su libertad con argumentos que han perdido su valor porque hay derechos que, de facto, han desaparecido. Dibuja lo que podría ser el crecimiento de un populismo de derechas (encarnado por Emma Thompson) en Inglaterra en el contexto de una CEE desmembrada y atacada por los mismos males. Donde los mecanismos de la democracia liberal se convierten en el caballo de Troya para el ascenso de fuerzas antidemocráticas. Algo que ya se dio en los años 30. Por eso el espectador se deja llevar y se angustia y le entra un “no soportatitis” ante lo que está viendo que lo puede llevar precisamente a impugnar lo único que, de hecho, le protege y le da posibilidades de vida libre: la sociedad abierta en la que vive ahora. Porque si se sigue el impulso de la emoción es fácil dar el salto y pasar a cuestionar el sistema en el que esos hechos se producen y comenzar a añorar otro orden social idílico donde reinaría la verdadera libertad e igualdad para todos. Esa falacia que ya desveló Isaiah Berlín pero que puede resultar tan seductora en momentos de crisis económica o incluso cuando el bienestar se da por descontado o se desdeña y se añoran otros paraísos inmediatos “para todos”. O se ignoran infiernos existentes que, sin embargo, siempre se justifican de alguna manera.


Berlin en 1936. Video de promoción de las Olimpiadas de 1936. Una ciudad moderna donde parecía que no pasaba nada. Y todo había comenzado.

Leo estos días “Ciudadanos” de Simón Schama una crónica de la Revolución Francesa desde años antes de sus inicios, cuando el rio todavía circulaba lento y aparentemente apacible, antes de la catarata ya muy próxima. Según el autor malas decisiones políticas y económicas y la situación internacional crearon un terreno propicio para lo que ocurrió pero lo determinante, al final, fueron poderosos factores psicológicos, sociales y personales, la sentimentalidad de las élites que ya habían sido ganadas por el romanticismo y el nacionalismo, las conductas de personas concretas en determinados momentos, incluso el azar. El fuego que comienza por la colilla casi apagada de un cigarrillo o por un cristal pequeño en medio del bosque. El incendió que ya podría haber comenzado mientras tomamos ahora el aperitivo o nos zambullimos en cualquier playa.  

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1 Comentarios

  1. says: Oscar S.

    Acabo de terminarla. Me ha parecido acojonante, incluso el final fantasioso y sentimental, con el que casi estoy de acuerdo. Tu presentación es excelente, pero no nos la recomendabas con la suficiente fuerza. Generalmente, las series son de usar y tirar, pero esta creo que no, pese a que sufre de los típicos bandazos del género. Supera incluso a Black Mirror, si esto fuera una competición…

    Y sí, este futuro ya está aquí. Hoy mismo han dado una noticia que cambiará la historia como si se tratase de algo fútil. Han generado un gel que otorga la capacidad de discriminar el sexo del hijo. Ni en esta serie se les ha ocurrido semejante barbaridad, pero si alguien quiere especular con las gigantescas consecuencias de esta aparente curiosidad que lea El siglo después de Beatrice de Maalouf.

    Para estas cosas existe en el s. XXI la ficción, no para matar el tiempo.

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