Samba en medio del París de la incertidumbre

El París de la incertidumbre, de los suburbios, de las miradas huidizas que se esconden de los fantasmas con placa en las grandes Gares que te pueden devolver a casa sin la esperanza que traía el sueño. La otra cara de la burocracia, del sistema, donde no dejas de ser nada más que un número de una larga lista o unos cuantos papeles, en los que curiosamente siempre falta el más importante. La inmigración ilegal, no como amenaza, sino como una miscelánea de historias de superación, de algunos buenos chicos que solo tratan de labrarse un futuro entre círculos viciosos que les acercan demasiado al abismo de la despersonalización y la exclusión social, una y otra vez.

Por otro lado, los triunfadores agotados por las lógicas de un mercado que siempre exige más, al que no solo le vale el beneficio, un mercado que ha perdido el norte y las referencias de aquellos que lucharon por condiciones laborales sostenibles a nivel emocional. Triunfadores con cicatrices que a veces se abren para no cerrarse y se tienen que refugiar en asociaciones sociales, ayudando al prójimo, para recobrar el tacto del suelo que se pierde rodeado de oficinas tan blancas, entre trajes impecables y camisas demasiado planchadas.

 

Charlotte Gainsbourg

 

Eric Toledano y Olivier Nakache, directores de la taquillera Intouchables, repiten fórmula y nos cuentan la historia de amor entre Samba (Omar Sy), un joven senegalés sin papeles de buen corazón, y Alice (interpretada por la sugestiva Charlotte Gainsbourg), una alta ejecutiva sumida en un burn out que trata de recuperar su estabilidad personal acariciando caballos y trabajando de voluntaria en un centro de ayuda al inmigrante.

Y sí, quizá, ahora más que nunca, la Francia actual, asediada por los atentados terroristas contra Charlie Hebdo y el progresivo ascenso reaccionario del Frente Nacional, necesita relatos dulces que dignifiquen y despenalicen la difícil realidad de la inmigración. Relatos que apacigüen la ruptura social que se entrevé en el corazón de un país que siempre ha sido referente de la multiculturalidad y la conquista de derechos. Pero no por ello deja uno de preguntarse durante los larguísimos 115 minutos de metraje si es necesario llegar a ese punto de sentimentalismo naif, si ayuda en algo ese buenismo ingenuo que lo único que consigue es convertir el drama en comedia y la comedia en drama. Porque lo irritante de Samba, no es su intención, es su indefinición, ese batiburrillo inconsistente de géneros que te desligan de la historia y crean unos personajes y unas situaciones de cartón piedra que llegan a rozar lo ridículo. Toledano y Nakache no saben lo que buscan (o quizá sí, las salas llenas y la lágrima fácilmente digerible) y se quedan a medias en todo.

Por un atisbo de exceso, repetían los personajes en varias secuencias de la película. Y eso mismo pienso yo, pero no de azúcar, de algo más consistente. Las sociedades necesitan de relatos sólidos, sobre todo en tiempos turbulentos, para contrarrestar los discursos apocalípticos y pegajosos, tan efectivos como peligrosos. Siempre es más fácil retroceder que avanzar, deconstruir que construir. El cine está  también para recordarnos eso, además de para comer palomitas los domingos por la tarde.

Quizá a la próxima.

*Samba se estrena en España el próximo 27 de Febrero

 

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