Cuando León Tolstói despertó a su conciencia

Fue un joven azotado por la orfandad, sin demasiados referentes y de actitud despreocupada. Contar con dinero marca una diferencia radical, sobre todo apenas has escapado de la adolescencia. Las grandes ciudades, con sus vicios y lujos, se abren ante la suma de posibilidades, de experiencias, de ser capaz de probar todo. Entre Moscú y San Petersburgo, León Tolstói se entregó a la vida ociosa de las continuas juergas, el sexo con prostitutas y el juego clandestino. De las deudas de este último desenfreno le salvó uno de sus hermanos, militar. Lentamente, el futuro escritor y filósofo fue reformando su conducta en un proceso que comenzó a acelerarse sobre sus treinta años de edad. Durante sus viajes por Europa (descritos en relatos como Lucerna, por ejemplo) descubrió que la opulencia de unos pocos dependía de la pobreza de la mayoría. Un estado de suplicio y de renovada esclavitud que pudo comprobar en las terribles consecuencias en que vivían las familias más humildes de las grandes ciudades de su país. Por ejemplo, las obreras de las fábricas, sin más derechos laborales que los otorgados por la gentileza de sus patrones. Filas de necesitados, mujeres con niños sin destetar y hombres desaseados que no habían conseguido encontrar más que miseria desde que salieron de sus aldeas. Aquel panorama contrastaba con los elegantes paseos moscovitas, el vehemente exhibicionismo en riqueza que desprendía la imagen de las fincas nobles de la ciudad y el paseo de las familias burguesas. Dos ciudades, un mismo tiempo y una idéntica naturaleza, la humana, que hacían imposible esbozar con claridad las razones por las que unos, y no otros, estaban condenados a muy distinta suerte.

Aquel primer Tolstói se entregó a lo que él mismo reconoció como un planteamiento equivocado. Se reunió con amigos, instigó a la nobleza a la que él pertenecía a ser generosos con las familias menos pudientes, con sus trabajadores y los obreros de las fábricas. Sin embargo, todo aquel método de compasión y caridad se demostró fútil. En primer lugar, porque la limosna se opone a la dignidad. Es más, Tolstói demuestra cómo no hay nada más indigno que ofrecer una voluntad tan efímera como dar un dinerillo a quien lo suplica tirado en la calle. Y para apoyar sus conclusiones lógicas contó un hecho supuestamente real. Un día, al caminar junto a uno de sus empleados con mayores necesidades económicas se encontraron con un mendigo. Tolstói sacó un poco de dinero de su bolsillo, una cantidad insignificante para su hacienda. Pero el jornalero quiso comportarse con la misma dignidad. Como sólo tenía unas monedas enteras pidió al indigente que le devolviese la mitad. Sin embargo, tras unos segundos de zozobra, se sintió avergonzado y desistió, renunciando a un dinero que necesitaba para dar de comer a su familia. Aquel gesto de infinita y bondadosa resignación se sumó al azote que el filósofo cargaba sobre sí mismo. Aunque desde joven había organizado una escuela gratuita para los hijos de su comunidad de campesinos y ayudaba económicamente con regularidad a que ninguna de las familias bajo su protección pasara hambre su ejemplo, seguido por nadie, era incapaz de ejercer ningún cambio significativo en el panorama social. La única vía era a través de la razón y el ejemplo. Y para eso, el maestro ruso se puso manos a la obra para desentrañar la estructura inmoral que sostenía la sociedad de su tiempo.

Mi viaje al otro lado de la realidad, recién publicado en castellano por Errata Naturae, es un ensayo audaz, cuidado en su traducción y edición, y volcado en fraguar una de las imágenes más escondidas del escritor ruso. Hay dos Tolstói, el popular y el despreciado, el que inventa ficción basada en la realidad y el que la describe con un vigor que ya quisiéramos mantener los intelectuales de nuestro tiempo. Al León Tolstói que todo el mundo conoce, el narrador, le sigue otro muy distinto, evolución vital del primero, que es el ensayista. Y, quienes no conozcan gran cosa de la obra filosófica del ruso, créanme que gana con creces al primero en frescura y honestidad. Tolstói no fue ningún santo, pero tampoco fue un ser humano impasible, como tantos millones de gañanes hay por el mundo justificando sus mezquindades en un mundo que «es así», porque así les interesa que siga siendo para poder blanquear sus abusos sobre sus semejantes.

Pues bien, este libro contiene, ante todo, una confesión. Está escrito con vigor y rabia, en ocasiones incluso con dolor. Tolstói tuvo una de sus mayores crisis existenciales alrededor de sus cincuenta años de edad. A partir de entonces se volcó en la crítica al orden establecido, al Estado y a la hipocresía de las religiones cristianas cuando se solapan con el poder. En un tono muy ameno, Tolstói expone su angustia ante el juicio lector. «¿Qué hacer?», se pregunta. ¿Qué puede hacerse cuando, aún siendo iguales en condición humana, la sociedad inventa nuevas barreras para la diferencia? La primera mitad del libro la dedica a su propio proceso de toma de conciencia, como cuando se encontró en Liapín y en otros lugares las condiciones de insalubridad o, al menos, de hacinamiento en que se les daba cobijo a los sintecho. La segunda parte del ensayo, más teórica, sumerge al lector en el proceso analítico: el rol del trabajador moderno como una forma de esclavitud más sutil en su propaganda, el rol del dinero, la inmoralidad de las diferencias sociales y el papel que los diferentes estratos juegan en el mantenimiento y creación de diferencias.

Quien pueda pensar que este libro no invoca los desafíos de nuestro tiempo presente se equivoca con rotundidad. Por ejemplo, en el pasaje en el que escribió sobre la esclavitud personal, infinitamente más sutil que la esclavitud forzada mediante la violencia explícita y que Tolstói rastrea hasta la figura de José en el libro del Génesis. Es decir, Tolstói denuncia un mal que seguimos padeciendo en nuestra civilización: habiendo bienes de sobra, todo el sistema económico se apoya en la necesidad de mantener una constante escasez. La escasez forzada permite el gobierno incontestable y la oportunidad para quienes van aglutinando y desprendiéndose de bienes, como si de la respiración se tratase, enriqueciéndose a costa del sufrimiento de sus iguales. Es por esta razón que Tolstói desconfió de intelectuales, de científicos y del Estado, oponiéndose a sus potenciales bondades. También es por esta misma causa que el filósofo ruso soñó con un momento en que cada hombre y mujer trabaje su parcela de tierra y realice sus labores para el colectivo al que pertenece, sin pasar hambre ni necesidad, proveyéndose en justicia. Un ideal que, como es evidente para el lector, es difícilmente realizable siendo que la codicia y el dominio sobre los demás son los dos valores principales de nuestro nivel de conciencia.

Tolstói sabía, además, que la pobreza tanto material como intelectual dirige a la persona hacia la manipulación del que más tiene. Ambas dimensiones humanas las intentó paliar con notables esfuerzos. Sin embargo, la gran meta de su pensamiento, que consiste en ese despertar mínimo de la conciencia humana, sigue sin haberse logrado.

Mi viaje al otro lado de la realidad es, en este sentido, una oportunidad de descubrimiento y retorno. Descubrimiento para quienes no conozcan en profundidad la obra ensayística de Tolstói, retorno para quienes la hemos leído con gran gusto. No sólo recomiendo este libro, sino que, siendo muy superior en calidad, honestidad, rigor y planteamiento que la mayor parte de la producción ensayística que se publica en nuestros días debería de leerse por simple placer lector. Pero sabiendo su contenido, y el interés que debería suscitar en cada ser humano, tendría que ser lectura obligatoria en los centros educativos de todo el mundo. Cuánto nos queda por aprender del viejo de Tolstói. Del gruñón, misógino y fuerte genio ruso, pero, ante todo, compasivo, elocuente y en creciente consciencia de que la bondad ha de salvarnos en una sociedad que premia al oportunista, al mediocre y al manipulador. Tolstói podrá haber sido lo que deseen las malas lenguas acusarle. Su solo intento por ser mejor persona ya lo sitúa muy por encima ética de la mayoría de voces que, más de un siglo después de su muerte, siguen señalándole, no por idolatrado, sino por ser un molesto tábano que denunció a finales del siglo XIX al capitalismo, a las propuestas surgidas de la teoría marxista y al irracional futuro que aún nos queda por vivir.

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3 Comentarios

  1. La verdad es que sí, Óscar. Como yo lo veo, Tolstói vivió su tropiezo a lo Pablo de Tarso, como en alguna medida, como en ciertas circunstancias, a todos nos sucede en nuestra existencia si vivimos lo suficiente. La edad exagera las virtudes y los defectos que cada persona ha cultivado a lo largo de su vida, por lo que, en mi opinión, en su vejez se convirtió en un idealista que casi arruina a su familia y desembocó en su conocido final. Pero su legado moral y filosófico me parece bastante franco y útil. En bastantes fragmentos adelanta nuestro presente…

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