Hasta el ocaso llegamos.
Los caballos se cansan,
respiran
por los belfos dilatados de la muerte.
A las puertas de Bohemia llegamos.
Hablamos de infinitos
nosotros,
que podemos,
pues nos esquivan los vientos y contrafuertes:
saben de nosotros en su lenguaje de aliento
y dan nuevas formas a las sierpes,
y cambian la labor de los versos.
Porque miraron, y descubrieron
un alma allá donde sólo esperaban polvo,
un alarido pectoral en la tierra prometida,
una catarata de fuegos fatuos volviendo a la vida…
Y no se supo reconocer el miedo
entre los confines de su patria.
Tardes ya,
en las que los soles declinaban
y se derramaban en su abismo de fuego.
La muerte no supo aportar enfoque,
los cuervos se bañaron en alevosía
de fuentes palatinas y aguas nacaradas:
porque fuertes somos entre las rocas y las espinas,
las lunas y los gatos,
pero si no hay nada que nos apague
es porque ya trepamos montes,
y a las puertas del ocaso,
del alma
llegamos.
*El poema es de Ricardo de Vega.