En 1929 Virginia Woolf reclamaba en ‘Una habitación propia’ un espacio personal de intimidad que facilitase la escritura femenina. Hasta entonces, el único paisaje de la mujer había sido el recinto doméstico, un universo estrecho y limitado no sólo por sus horizontes- cocina, salón y dormitorio-, sino también por la absoluta falta de privacidad dentro y fuera del mismo. Hoy cuesta trabajo imaginar que, cualquiera que fuese su condición social, la mujer muy raramente gozaba de independencia, incluso en los confines de la casa, y que cualquier tipo de actividad requería compañía, ya fuese de familiares, criados y sobre todo de la figura protectora de un varón. No es de extrañar, por tanto, que Virginia Woolf reclamase una habitación propia como símbolo de soledad y libertad, factores esenciales para el proceso creativo. Por otra parte, el anclaje de la mujer en la vida doméstica- muy superior a la del varón por razones variadas- ha favorecido una literatura de tono íntimo como son los diarios y el género epistolar, así como una gran maestría para transformar en relato la vida familiar y social, como es el caso de Jane Austen entre otras autoras.
Sin embargo, sería un gran error pensar que la imaginación femenina difícilmente traspasa las fronteras del hogar. No olvidemos, por ejemplo, que las historias que nutren nuestra infancia suelen ser de autoría femenina, de esa madre/abuela/tía/maestra/cuidadora que nos abren a otros mundos con narraciones hechizantes. Y es que, a pesar de la falta de una habitación propia, o precisamente a causa de ella, la mujer ha brillado en la vertiente más subversiva de la literatura, creando los universos y personajes tan asombrosos como transgresores. Las cuatro autoras que vamos a reseñar aquí, Mary Shelley, Emily Brontë, Richmal Crompton y J.K Rowling (todas ellas británicas), pertenecen a épocas muy diferentes para el oficio de la escritura, sobre todo si escribe una mujer. Por ejemplo, no podemos imaginar a Emily Brontë ganando las cifras millonarias de la autora de Harry Potter ni a Mary Shelley disfrutando de los beneficios que sigue generando su Frankestein, incesantemente adaptado al cine y al teatro.Y sin embargo, todas ellas gestaron sus fascinantes historias en espacios muy limitados( física y/ o emocionalmente) y en circunstancias de adversidad personal. La soledad impuesta, la falta de recursos económicos, la enfermedad o la desesperanza fueron en cada caso una cruda realidad de la que se liberaron, al menos espiritualmente, por medio de la escritura. Por otra parte resulta curioso comprobar que para ello crearon un protagonista masculino, un alter ego que les brindase universos, vivencias o sensaciones de otro modo imposibles en su existencia real.
Quizá la vida de Mary Shelley (1797-1851) fue la menos convencional a pesar de los tiempos que le tocó vivir. Hija de dos grandes intelectuales de la época, Mary Wollstonecraft, autora del primer alegato feminista, Vindicación de los derechos de la mujer( 1792) y del filósofo William Godwin, Mary Shelley fue una mujer culta, muy interesada en los avances científicos y conocida sobre todo por ser la esposa del poeta romántico P.B. Shelley. Con él habría de viajar por Europa e imaginar, cenando con otros escritores a orillas del lago Lemán en una célebre noche de tormenta, la historia de Frankestein. A pesar de su juventud,18 años, ya había perdido dos hijos al nacer y había padecido una triste orfandad pues a su vez su madre había muerto al darle a ella la vida. Son sus propios diarios los que han revelado que su doloroso sentimiento sobre la maternidad fue la semilla de Frankestein, un ser nacido de la ciencia y no del vientre de mujer, carente de afecto y más destinado a la destrucción que a la vida. Las numerosas interpretaciones de este clásico de la literatura a menudo han obviado su relación íntima con un tiempo en que la maternidad era casi sinónimo de muerte para la mujer parturienta. En otras palabras, un tiempo donde la creación de un ser implicaba muy a menudo la destrucción de otro.
Emily Brontë( 1818-1848) también sufrió la orfandad materna y una vida de aislamiento y soledad en la rectoría paterna de Yorkshire, sin más compañía que su hermano y sus hermanas Charlotte y Anne, también célebres escritoras. El universo de Emily era un mundo de silencio y austeridad, sólo alterado por el viento que rugía en los páramos o las lecturas en voz alta de la Biblia, un mundo del que sólo era posible escapar trabajando como sirvienta o institutriz . Pero ella permaneció siempre allí, día tras día, abandonando el hogar sólo para asistir el Domingo a los oficios religiosos y escribiendo mientras tanto uno de los mejores relatos de la literatura universal, Cumbres Borrascosas. De una vida solitaria y gris y de una mujer que, según parece, no conoció varón ni ninguna otra evasión que no fueran la lectura y la oración, había de surgir la novela más apasionada de las letras inglesas, la historia de un amor de intensidad sobrenatural y el retrato insuperable de una masculinidad visceral y salvaje en el personaje de Heathcliff. No cabe duda que la mente y el corazón de Emily habitaban mundos mucho más amplios que la sala de estar de la rectoría de su padre, aunque nunca se movió de allí.
Ya en pleno siglo XX, Richmal Crompton ( 1890-1969) ha sido poco conocida en España, a pesar de que muchos españoles recordarán aquellos libros de pastas rojas y papel fibroso de los que surgían cottages ingleses, cobertizos, vicarios, funciones benéficas y una pandilla inefable, los proscritos, capitaneados por Guillermo Brown . Richmal llevó siempre una vida metódica y rutinaria porque, aunque era licenciada en lenguas clásicas y profesora de latín algunos años, un cruel ataque de polio en 1923 y el padecimiento posterior de un cáncer de mama la apartarían de cualquier actividad que no fuera la escritura. Su vida retirada encontró la evasión perfecta en el personaje de Guillermo, auténtico anarquista infantil y su aliado y cómplice para subvertir la rancia y conservadora sociedad inglesa. Los que fuimos ávidos lectores en aquella claustrofóbica España franquista tenemos una deuda con esta mujer que iluminó nuestras infancias con los bolsillos llenos de regaliz, las rodillas eternamente sucias y los guiños maliciosos y transgresores de Guillermo.Varias décadas más tarde J.K.Rowling (1965), quien por consejo de su editor decidió ocultar su condición femenina bajo sus iniciales, iba a capitanear otras generaciones de lectores y asombrar al mundo con la creación de Harry Potter y su universo mágico. Que hoy en día posea una de las mayores fortunas de Reino Unido no debe hacernos olvidar que atravesaba momentos muy duros cuando concibió su primer relato: su madre moría tras diez años sufriendo de esclerosis múltiple, acababa de divorciarse y no contaba con más ingresos que el subsidio del paro. Ella misma ha contado cómo hilvanaba sus historias mientras dormía a su hija o cómo escribía en algunas tardes de soledad en un café de Edimburgo.
Han pasado muchos años desde la obra de Virginia Woolf y hoy la mayoría de las mujeres poseemos una habitación propia, pero quizá olvidemos que somos depositarias del arte de narrar, albaceas de una tradición que ha endulzado los sueños de los niños durante siglos. Las cuatro autoras que hemos mencionado aquí (y muchas otras que se han quedado fuera) demuestran que los espacios de la creatividad femenina son infinitos (aunque no se disponga de un cuarto y una mesa de trabajo individual), abarcando desde la ciencia a la magia y alcanzando desde un ámbito muy restringido las cimas más altas de la pasión y la transgresión. La historia demuestra que, sin perjuicio de que ambicionemos más y mejores metas, la creatividad es algo que anida en un espacio íntimo y pequeño y que en realidad solo consiste en transformar la vida ordinaria en vivencias extraordinarias. Nos ha demostrado también que nada abre tantos horizontes como el arte de contar historias, propias o ajenas, reales o soñadas.Y por eso debemos reclamar aquí otro espacio-un espacio de honor-para las historias que tantas mujeres anónimas, madres, abuelas, tías, hermanas, maestras, cuidadoras, nos contaron y que tantos caminos nos descubrieron. Aunque ellas, en muchos casos, no tuvieran habitación propia.
Sobre la no-habitación de Jane Austen, a partir de la pág. 12:
https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=sites&srcid=ZGVmYXVsdGRvbWFpbnxmaWxvc29maWFhbGxhdHVya2F8Z3g6MjM2NDMwY2I1OWQzNWFiMw
Muchas gracias por la información