Dos sabios disjuntos “pasando a los más”

Recordar que uno no es más que un hombre conviene no sólo al afortunado sino también al lógico.

Aristóteles

En el curso de quince días hemos perdido a dos grandes pensadores de talla mundial que, aunque parezca mentira, vivían entre nosotros sin apenas llamar la atención. El primero en irse fue Quintín Racionero Carmona, según parece el mismo día del mismo mes en que falleció Don José Ortega y Gasset hace cincuenta y siete años (y por esa veteranía en la historia le adjunto el “Don”), aunque, en realidad, todas las posibles similitudes entre ellos acaban prácticamente allí. Y después, el 1 de este mismo mes, nos dejaba Agustín García Calvo, suceso sin duda más sonado puesto que el hombre había dado más que hablar fuera de la universidad y de los libros que el resto de sus habitualmente sigilosos colegas. Eran dos reyes, dos príncipes de lo suyo: Quintín un rey sin trono de la filosofía española y príncipe de la filología clásica, Agustín, inversamente, un rey entronizado de la filología clásica -y algunas otras…- y príncipe de la filosofía española, al menos tal y como yo lo veo. Sus respectivos perfiles públicos quedan bien reflejados en sus breves páginas de Wikipedia (habida cuenta de que el de Quintín Racionero se halla todavía en construcción) que pueden leerse  desde sus hipervinculos.

Quintín me honraba con su amistad, como suele decirse, desde hace algo más de veinte años, y Agustín -la rima es espantosamente fácil- me era bastante conocido, pero él no me conocía a mi. No obstante, y valiéndome del hecho de que, en cualquier caso, García Calvo descreía de los Individuos y sus Nombres y Apellidos (en adelante haré uso de las mayúsculas mayestáticas que a él tanto le gustaban para marcar las nociones de las que hay que huir, por engoladas y falaces), trataré de hablar un tanto acerca de ellos aquí un poco a vuelapluma y según el recuerdo y el magín me vayan sugiriendo. No prometo, pues, ni una gran conclusión final ni mucho menos una visión de conjunto que los englobe a ambos en orden a juzgar la Cultura Española o algo semejante. Yo no soy ningún experto quisquilloso ni he leído todo lo que escribieron los dos: hago esto únicamente en memoria suya (y por motivos de despedida y homenaje propios, todo hay que decirlo) y para que ésta no sea sólo mía y de unos cuantos más, sino levemente más compartida aunque siempre a voluntad, que tampoco el reflexionar y conmemorar deben ocupar lugar.

“Pasar a los más” es una de las expresiones que en griego antiguo significan la muerte. Como, por mucho que llevemos décadas hablando de superpoblación, siempre será un número mayor el de los que han muerto (de cualquier especie biológica, por cierto), los vivos constituimos una “inmensa minoría”, por decirlo con Juan Ramón Jiménez, que tarde o temprano engrosará esa mayoría insaciable que mora en el Inframundo. García Calvo, a quien precisamente le leí tal curiosidad, solía decir y escribir que a la expectativa de la muerte hay que ponerle siempre un “por si acaso”, es decir, por si acaso eso de morirse es otra Idea de la Realidad para encerrarnos en nosotros mismos y vendernos sus -esto ya es mío- Aumentos de la Calidad de Vida, sus Pólizas de Seguro de Vida y sus Estadísticas de Esperanza de Vida. La idea que él manejaba -que no era Idea ni era de Él, por supuesto- de infinito cualitativo, le impedía entender cabalmente, creo yo, que exista una interrupción misteriosa, disyuntiva (o vivo o muerto) en el discurrir de un organismo sintiente. Asimismo, Quintín me contó un día -“un buen día”, diría él- que Leibniz había hecho experimentos con abejas, congelándolas para luego revivirlas tiempo después y observar como salían volando. Lo que llamamos muerte no sería, por tanto, un corte brusco, sino un proceso típicamente estudiado por el cálculo diferencial de progresión o disminución por infinitésimos, un continuo que formula una transformación imperceptible -algún lector pudiera asociar esto con el gato de Schrodinger, ignoro si con fundamento. De hecho, hace poco leí al propio Leibniz que la muerte es sólo un “cambio de teatro”, o sea, tal y como yo lo interpreto, sería decir que eso que tradicionalmente se ha denominado “alma” pasa con el óbito a desempeñar otro papel en un escenario distinto, lo cual no necesariamente nos conduce directamente a la teoría oriental de la reencarnación, puesto que la transformación se produce en las coordenadas de desarrollo de la propia alma, sin “saltos” (natura non facit saltus) hacia una recompensa o un castigo que acarreen un cambio de substancia. Con todo, es claro que de alguna manera hay que organizar la desaparición de nuestro anterior papel existencial con la muerte, esa identidad duramente construida durante toda una vida para el mundo y para nosotros mismos, y ese engorro inevitable, según Quintín, no se realiza angustiándose, sufriendo miedos o haciendo filosofía macabra, sino… testando, conforme a la objetividad civil.

Tenemos en este dato marginal la principal diferencia entre ambos, origen de todas las demás diferencias, que ni son pequeñas ni voy a disimular ahora. Quintín era un profesor y un filósofo, de modo que, consciente de lo que ello implicaba, pensaba en términos de lo que ha de ser válido para una comunidad independientemente del capricho especulativo de unos u otros. García Calvo, en cambio, era un ácrata y abominaba de la filosofía, de forma que pensaba fuera de toda objetividad científica o política, en nombre de la gente indistinta y en contra de la civilidad misma. Ante una misma tesitura, pongamos por ejemplo la actual crisis mundial y especialmente europea, Quintín llamaba a la construcción de acuerdos en el marco de la internacionalidad consumada por la globalización, acuerdos que de nada servirían en abstracto si no dan lugar a leyes, instituciones, etc., mientras que García Calvo, en una plaza de Sol tomada por el 15-M, llamó a una rebelión sin final, a la pervivencia subconsciente del Paraíso, a la Aurora efímera, al ´68 y al No future… ¿Una cordura excesiva frente a un desvarío excesivo? ¿Hombre de Mundo versus Hombre de Creación? ¿Razón oportunista frente a Sentimiento radical? Nada de eso sería exacto ni justo. La diferencia que he mencionado toca a la concepción de Sabiduría que movía a cada uno de ellos.

Quintín confiaba en el ideal isocrático del “hombre bien informado”, lo cual le llevaba a viajar mucho, interesarse por todo, buscar la interpretación más completa de cualquier asunto y charlar con todo el mundo. No sólo se apuntaba a un bombardeo, sino que todos los bombardeos se apuntaban a él para que pusiese sobre ellos un manto sagrado de orden y claridad. García Calvo, por su parte, entendía que un sabio es el hombre que ha aprendido a decir “no”, y por consiguiente que practica la docta ignorantia y la enseña a los demás comoquiera que sea y dondequiera que va. Así, cuando los chicos del 15-M le preguntaban a gritos “¿Y tú qué propones?”, él no contestaba, porque había venido hasta Sol para desengañarles de toda propuesta posible que no fuera el afincarse en aquel gran “no” que representaban, a ver qué pasaba. Sólo una vez vi juntos a los estos dos sabios dispares, en una mesa común del Círculo de Bellas Artes con objeto de dar una ponencia en torno a la comedia griega, y la percepción de su distinta actitud y estilo se me hizo entonces más aguda. Quintín era un orador magnífico, elocuente y llano, que improvisaba sobre una base sólida diseñada por él mismo, como alguien que piensa en cada ocasión una nueva ruta dentro de una ciudad que conoce bien y a la que siempre se están añadiendo nuevos barrios. García Calvo, sin embargo, fascinante orador también con una pizca de oráculo, hablaba de lo suyo en cualquier trance, señalando siempre, por seguir con la analogía, la arena de la playa que yace bajo el asfalto de cualquier ciudad, en todo lugar y en todo tiempo, puesto que las Sociedades Constituidas no son más que maleza, agonía y soledad. Aquella tarde, pues, les mantuvo tan alejados intelectualmente como de hecho estaban, cada uno llevando más lejos que nadie su postura, y al término no hubo tertulia.

De hecho, sus actitudes respectivas afectaban a la correspondiente comprensión que cada uno de ellos tenía del instrumento y la preocupación del filósofo: el Concepto. Para García Calvo, un concepto jamás se ajusta al ser, ni de la naturaleza ni del ser humano, a los que traiciona (el porqué sucede para él esto es algo que nunca me ha quedado claro, y además creo que responde más a una intuición que a una explicación). Pero como somos las criaturas del concepto, aquellas que otorgan sentido, significado, a lo que hacen, una y otra vez terminamos atrapados sin remisión en nuestra propia red. Somos las moscas y la araña a la vez. Por el contrario, un concepto era para Quintín una oportunidad de vida. Precisamente porque, como para Agustín, ningún concepto atrapa la realidad definitivamente, hay que reconocer que todos ellos son incentivos para la acción frente a esa inabordabilidad esencial. No hay, en consecuencia, traición, sino destino en el concepto, un destino tal que ha de ser capaz de superar las provocaciones de la violencia pura. De manera que, para García Calvo, en el momento en que entra en escena un concepto de la clase que sea, todo es igualmente mentira, mientras que, para Quintín, un concepto es por principio una acción de la razón que da lugar a verdades plurales y diferenciadas, concretas y contingentes, ya que lo inabordable sólo lo es en absoluto, pero no en particular, de modo que cada concepto identifica un aspecto de la cosa, por mucho que no sea el único lingüísticamente posible. (García Calvo no estaría de acuerdo porque para él lo inabordable es inmediato por debajodel concepto y en absoluto). “Casi todo es mentira” o “Casi todo es verdad” son dos posicionamientos que obedecen a una formación y un carácter se diría que antitéticos, pero ambos se sitúan más allá del pensamiento ilustrado y ambos, afortunadamente, logran que “Filosofía Española” no sea una fea contradicción en los términos.

El fin les cogió con las botas puestas: Quintín rematando varios artículos y un léxico de las versiones aristotélicas de Boecio; Agustín, revisando su traducción del De Rerum natura de Lucrecio para una segunda edición. Espero, para terminar, que de los variados reinos del Hades que sin lugar a dudas tanto el uno como el otro sabrían citar y describir prolijamente sean para ellos los dorados Campos Elíseos…

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8 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    La charla de Quintín sólo exhibe los preámbulos de su pensamiento sobre el presente, y la de Agustín no es la única que brindó en aquellos meses, pero ambas son representativas al menos de sendos temperamentos.

  2. Una gran pérdida. Del primero conservo unos cursos de filosofía antigua que cambiaron todas mis ideas preconcebidas. Del segundo la impronta de un pensamiento libre y libertario. Probablemente si hubieran jugado al fútbol todo el país los lloraría, pero a ellos nunca les hizo falta ni la fama ni el aplauso dirigido.
    Que la tierra les sea leve.

  3. says: Ramón González Correales

    Oscar

    me ha encantado tu artículo porque en un breve espacio aclara algunas cosas esenciales a los que no somos profesionales de la filosofía pero hemos conocido de lejos a Garcia Calvo y a alguna de la gente que lo rodeaba, sin entenderlos del todo y a veces con un punto de irritación. Me atrevo a proponer la lectura de este artículo http://www.jotdown.es/2012/11/jose-antonio-montano-el-gato-de-horacio/, que contiene en hipervínculos el acceso a los artículos de su polémica con Fernando Savater a cuenta de su reseña del libro de I. F. Stone “El juicio de Sócrates”. No los conocía (o los había olvidado) y he disfrutado mucho leyéndolos. Creo que además describen bien los perfiles de los dos a la vez que el inicio de su divergencia que ignoro hasta donde llegó en la relación personal.

  4. says: Óscar S.

    Me parece oportuno, y todo lo que se dice, certero, aún entrando como entra en terrenos más resbalalizos de la apreciación directa que yo he querido evitar aquí. El pensamiento es fácil de entender si se leen los opúsculos breves (como “De la felicidad”) y algo más sinuoso en los libros sobre el lenguaje, pero nada que no se pueda exponer críticamente con bastante claridad, creo yo.

  5. says: José Morales

    He tenido la inmensa suerte de haber conocido y tenido como profesor -tutor ,del Trabajo Fin de Máster de Filosofía en la UNED, al profesor Quintín Racionero Carmona. Por desgracia lo tuve en su último año que estuvo en activo como profesor -por cierto lo ejerció hasta el último día que estuvo con vida-. Lo único que puedo decir, es que era un hombre sencillo, muy inteligente y muy integro, en sus convicciones. Como anécdota, os diré que cuando fui por primera vez a Madrid a contrastar con él las lineas generales del trabajo, no sabía “el curriculum” de él, por lo que me atreví a dialogar con él sin ninguna precaución. Me pareció un profesor cercano, comprensivo y en general “un buen tipo”. Cuando regrese y pude informarme de su “curriculum”, me dije a mí mismo, si lo llego a saber, no hubiera hablado ni una cuarta parte de nuestra conversación, ya que hubiera tenido miedo al ridículo por tener delante de mí a un gran pensador español del siglo XX-XXI.

  6. says: Óscar S.

    Pues ya han pasado más de 6 meses, y el mundillo de la filosofía española se antoja cada vez más desierto…

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