Dígame, ¿con cuál de las dos proposiciones siguientes está más de acuerdo?: “Cuanto más tienes más vales”, ó “cuanto mejor eres más vales”.
Veamos, según esa disyuntiva, hay personas que son lo que tienen y otras que tienen lo que son, o más finamente personas que son cuánto tienen y otras que tienen cuanto son. Las primeras dependen de lo que tienen, las segundas dependen de lo que son. Las primeras son ansiosas por poseer, las segundas condicionadas por qué ser. Las primeras son felices comprando cosas, las segundas son felices aprendiendo cosas. Las primeras acumulan objetos, las segundas experiencias. Las primeras dependen mucho de cosas ajenas a ellas mismas, las segundas dependen mucho de ellas mismas. Las primeras disfrutan mostrando sus posesiones, las segundas demostrando sus cualidades. Las primeras son presumidas por lo de fuera, las segundas por lo de dentro. Las primeras compiten con otras semejantes a ellas, las segundas compiten con otras similares a ellas. Las primeras muestran sus posesiones con orgullo, las segundas muestran con orgullo sus cualidades…
Pues bien, según viejas y respetadas teorías psicológicas, las primeras serían personas más superficiales, volubles, inseguras, inmaduras, dependientes, con mayor riesgo de sufrir frustraciones y ansiedades, siempre insatisfechas e insaciables, dado que su bienestar y felicidad no depende de ellas mismas, sino de objetos externos a ellas, de mostrar a los demás lo que tienen y que estos reconozcan su habilidad y su tino al adquirirlas y ostentarlas. Dicho a lo llano, de la riqueza de bienes y la galanura a la hora de gastarlos, de presumir de ello y de que otras personas se fijen en ellas y las admiren o envidien. Se trataría de personas conformadas en su manera de ser y comportarse por las normas de la sociedad de consumo, las seducciones de la publicidad y las trampas del capitalismo insaciable. Padecerían una especie de neurosis consumista, cuyo único alivio consistiría en seguir adquiriendo cosas y más cosas, para enseguida desprenderse de ellas y poder adquirir más.
En contraste con las anteriores, y a tenor de dichas teorías,las segundas serían personas más profundas, estables, seguras, maduras, independientes, con mayor tolerancia a las frustraciones, más serenas, más experimentadas y más sabias. Al depender menos de cosas externas a ellas mismas serían menos proclives a la insatisfacción y la avaricia, menos dependientes de las opiniones de otras personas, pues no necesitarían tanto la admiración y aprobación de los demás, cuanto la acumulación de cualidades y atributos. En definitiva serían menos propensas a padecer esa neurosis social consumista, aunque quizá fueran ávidas de adquirir experiencias y saberes, tanto para mejorarse a sí mismas, como para ser reconocidas y admiradas por los demás, no por lo que tienen, sino por lo que son y lo que saben.
Ahora bien, como he dicho antes, la descripción de estas dos personalidades prototípicas y contrapuestas, que he expuesto de forma simplista, se basa en teorías muy antiguas, que partiendo de proposiciones filosofías clásicas se plasmaron en modelos psicológicos ampliamente difundidos hacia la mitad del siglo XX, de la mano de filósofos y psicólogos muy reputados, coincidiendo con la gran expansión de la sociedad de consumo.
Pero las cuestiones que me gustaría plantear en esta breve y sencilla reflexión es, ¿todavía es válida esa dicotomía?, ¿podemos aceptar que esos prototipos siguen vigentes en la que podríamos denominar la sociedad del “hiperconsumo”?, ¿realmente podemos asegurar que las personas centradas en el tener son más ansiosas, inseguras, “neuróticas”, y las centradas en el ser más maduras, seguras y “sanas”?, y, sobre todo, ¿cuáles de las dos son más felices?
Veamos, vivimos en la sociedad de la información y de internet, de la comunicación y la velocidad, pero también en un mundo hipermercado, en el que tenemos muchas cosas y muchas opciones, y en el que la ostentación de las posesiones y cualidades está por encima de su disfrute. No basta con ser felices, hay que demostrarlo. La serenidad es un bien muy perseguido, pero para lograrla caemos en el apresuramiento. La belleza es tan ansiada que provoca sufrimientos y enfermedades. Las cualidades propias son mostradas histéricamente al mundo a través de las redes sociales. Somos tan dependientes de tener y hacer cosas, como de la aprobación social cuando difundimos que hacemos. Hay tantas personas compradoras compulsivas de objetos, como adictos a atesorar libros, música, APP, canales de TV, información, o de amigos en las redes sociales. En los extremos de tales desmesuras podríamos situar conductas tan aberrantes como la “lujorexia” o la “inforexia”. Hemos cosificado tanto la vida que casi no se distingue entre los adictos a tener y los dependientes del ser, y, lo que es más habitual, ambos modos de comportamiento se solapan en una misma persona o se suceden sin solución de continuidad en nuestras vidas.
Así pues plantearse la vigencia de dicha dicotomía en las maneras de ser de las personas ya no tiene mucho sentido, y gran gran pregunta, ¿cuál de los dos tipos es más feliz?, mucho menos. Tener o ser ya no es una disyuntiva, es una yuxtaposición. Muchas personas son partícipes de ambas modalidades de comportamiento: son lo que tienen, y tienen lo que eres. Pueden ostentar buenas cualidades del ser, lo cual les facilita ser suficientemente estables y autónomos, y tienen suficientes posesiones que les hacen disfrutar de muchos aspectos placenteros de la existencia. O al menos eso sería lo deseable, que los bienes y las opciones que ellos nos facilitan pudiéramos usarlos para mantener una actitud vital interesada y curiosa y una actividad interesante fructífera, para tener muchas pasiones pero ninguna dependencia. Si lo lográsemos esa conjunción del ser y del tener nos permitiría sentirnos seguros y satisfechos, aproximarnos a ese desideratum que solemos identificar con la palabra felicidad.
En síntesis, y dejando a un lado estos galimatías, en los tiempos que corren, y vuelan, lo realmente bueno para la salud y el bienestar de las personas que los habitamos sería tener lo suficiente para ser suficientes.