Es sábado, 26 de noviembre de 2005 y la tarde gris está a punto de convertirse en un momento oscuro para un equipo que ha llegado a ser campeón del mundo y que ahora va a convertir su desgracia en una historia capicúa. Las pobladas gradas del Estadio de Aflitos contienen la respiración y guardan sus mejores alientos para lo que va a venir, que es la desgracia para Gremio. El club, que comandó la Libertadores no hace mucho, había perdido la máxima categoría del fútbol brasileño un año antes y estaba jugando la cita final para dilucidar el ascenso de nuevo a la primera división. Lo hacía en ese momento con siete jugadores sobre el campo y corría el minuto 58 del segundo tiempo, 13 por encima del tiempo reglamentario y con otros diez, al menos, por jugar. Había sufrido cuatro expulsiones y aun así tenía amarrado un punto que le daba un ascenso sufrido ante Naútico, que se jugaba alcanzar la primera división en esa fecha. La desgracia de Gremio era circular. Había comenzado la temporada con siete jugadores en la plantilla y construyó un equipo que aún hoy, en la última fecha del campeonato de ascenso, tenía mucho de remendado. En la frontal del área propia, con la cabeza gacha, hay dos chavales de 17 años que todavía no miran a Europa aunque lo harán, pero que hoy están viendo cómo en unos instantes puede empezar a desintegrarse su club. Anderson y Lucas Leiva tienen la mirada fija en la espalda de Ademar, lateral izquierdo de Naútico que, brazos en jarra, se dispone a lanzar un penalti sobre la meta de Galatto. Es el minuto casi 59 del segundo tiempo, el 14 del descuento. Ademar coge aire e inicia los pasos en busca del balón, y ahí el tiempo se detiene.
Y retrocede. El 28 de noviembre de 2004 Gremio confirma una temporada desastrosa con un descenso a segunda que se venía rumiando desde hace tiempo, y que le convierte hasta ese momento en el equipo con peores números del campeonato brasileño. La crisis deportiva está acompañada por una caja llena de telarañas y no hay nadie que acuda al rescate de los de Porto Alegre, que empiezan a planificar con costurones una temporada en la que se van a jugar el ser o no ser de su vida deportiva. Ese primer año en segunda podrán tirar de pasado reciente para seguir enganchando simpatías e ingresos, pero prolongar durante más tiempo la estancia del club en la segunda división significaría poner un clavo más por cada temporada en el infierno en el ataúd del club. Y los comienzos no son nada halagüeños. Gremio tiene en su nómina jugadores que ya no juegan pero siguen percibiendo cantidades de dinero de las arcas del tricolor, y cuenta con siete futbolistas cuando está a punto de arrancar el campeonato. Y no tiene entrenador. 48 horas antes, con el banquillo descabezado y una plantilla en parihuelas, Mano Menezes asume el reto de escribir en la pizarra domingo tras domingo el nombre de los elegidos para sacar a Gremio del sótano del fútbol brasileño. En la temporada, Gremio combina victorias y derrotas, alguna de ellas sonrojante, pero consigue amarrar uno de los puestos que dan derecho a jugar el play off de ascenso a primera. Es uno de los ocho elegidos en primera instancia. Cuando se juegan los cruces y sólo quedan cuatro equipos para ascender, Gremio escribe su nombre junto a Santa Cruz, Naútico y Portuguesa. Será una liguilla y entre los cuatro candidatos se repartirán dos puestos para la gloria.
Cuando llega la jornada final, Gremio encabeza. Tiene 9 puntos, pero todos los equipos llegan a la última jornada con posibilidades de ascender. Santa Cruz sigue a Gremio con 7 puntos, Naútico tiene 6 y Portuguesa 5. Santa Cruz y Portuguesa van a jugar una final en Arruda que puede valer un ascenso, y a pocos kilómetros de allí, en Recife, Gremio se prepara para visitar a Naútico en el Estadio de Aflitos. Con un punto, sube. Si gana, además, será campeón.
Gremio tratar de evitar la presión ambiental y elige hotel 50 kilómetros de Recife. No sirve de nada. Cuando llegan a los aledaños del estadio y saben que aquél no va a ser un sábado cualquiera ni será una tarde plácida para los de Porto Alegre, recibidos con hostilidad por una marabunta de hinchas que pretenden llevar a Naútico en volandas a primera. Los jugadores de Gremio bajan escoltados del autobús y dentro del estadio encuentran la primera trampa: no pueden salir a calentar. Los hinchas han bloqueado la puerta por la que se accede al campo desde su vestuario y la Policía no está dispuesta a habilitar otro recorrido para Gremio, que cuando salta por fin al terreno de juego ya sabe que aquello no va a ser un partido, sino una batalla: la batalla de los Aflitos.
Años después, Anderson agarraba un balón en una tanda de penaltis. Es la final de la Liga de Campeones y la juegan el Manchester United y el Chelsea, año 2008. Tiene apenas 20 años, pero lanza con tranquilidad y convierte. Cuando le preguntan si se puso nervioso al agarrar el balón para lanzar, niega. “Yo estuve en la batalla de Aflitos”, recuerda. Estuvo, sí. Es uno de los jugadores que ve a Ademar hacia la pelota en busca de la portería de Galatto en ese minuto 58 del segundo tiempo, pero como el partido no ha comenzado aún, forma con sus compañeros ante un estadio lleno, teñido de rojo y blanco, que para ellos es todo hostilidad. Hay 200 gargantas que les jalean, pero apenas se les escucha entre el gentío. Anderson empieza desde el banquillo con Lucas Leiva, otro imberbe que se iba a tener que doctorar aquella tarde en Recife. El partido comienza bien y Portuguesa marca ante Santa Cruz certificando la cuenta de Gremio: si empata ya no sólo asciende, sino que será campeón de la segunda división, será un ascenso con honor. Pero en un minuto todo cambia. En un balón colgado desde la derecha del ataque de Naútico al segundo palo, le colegiado, Djalma Beltrami señala un penalti inexistente a favor de Naútico, y empieza a trizar los nervios de Gremio. En medio de las protestas y las primeras tarjetas amarillas, los transistores cantan un gol de Santa Cruz para empatar en Arruda. Bruno Carvalho elige ser el héroe de Náutico y coloca con mimo el balón ante Galatto, que con su talla intenta tapar portería. Carvalho chuta y Galatto adivina el lado, pero no llega. El balón golpea en el palo y sale violentamente hacia la banda contraria. Gremio respira. Llega el descanso pero los de Porto Alegre no descansan. Alguien, según cuentan, ha echado queroseno en su vestuario, y el ambiente es irrespirable. Toca volver a la cancha para jugar.
El segundo tiempo no deja siquiera minutos para el aliento. En una jugada inane por banda, el chileno escalona corta el balón con la mano y Gremio se queda con diez para jugar todo lo que queda de segundo tiempo. Uno menos. La situación, complicada, parecería idílica minutos después. Santa Cruz va ganando y el punto continúa dando el ascenso a Gremio, aunque campeonará Santa Cruz, algo que ya importa poco. Naútico arremete por la izquierda y cuando faltan diez minutos par el final, un chut desde fuera del área golpea en Nunes, que tiene un pie más allá de la línea y otro dentro. El balón le golpea en el codo. Lo tiene pegado al cuerpo. Delante del estómago. Beltrami lo entiende de otra forma y señala penalti. Minuto 80 de partido, 35 de la segunda parte. La grada de Aflitos festeja como si de un gol se tratarse mientras Gremio se come al árbitro. Beltrami levanta primero una roja. Luego otra. La tercera vez que levanta la mano es para que entre la policía, que arremete contra los jugadores de Gremio. Alguno queda tirado en el césped mientras los aficionados cantan y se abrazan, y los jugadores de Naútico hacen lo propio en el campo. El tiempo corre aunque el juego se ha detenido. Veinte minutos después, y con la policía aún en el campo, el árbitro tiene el balón en la mano y lo va a colocar en el punto de penalti. Nunes ha sido expulsado, y también Patricio. Cuando Beltrami se acerca, Domingos, de Gremio, le da un puñetazo al balón y lo desplaza. Roja. Cuatro expulsados con un penalti por cobrar y diez minutos de juego real por disputarse. Cuando en el campo sólo quedan los jugadores, Domingos ya ha roto una puerta del vestuario de Aflitos gritando de desesperación porque siente que le están robando. No puede ver pero no quiere. Se sienta, hunde la cabeza en las palmas de las manos y escucha. Y escucha. Pero no oye nada.
Aquí está Ademar delante de Galatto.
Está Ademar, que es lateral, porque el balón ha pasado por Kuki, goleador de Naútico, pero no ha querido tirar el penalti. Esa pelota pesa demasiado.
Así que Ademar emprende la carrera mientras en la grada la torcida une sus manos.
Ademar chuta centrado.
Galatto va a su izquierda.
Con el muslo, la saca a córner.
Ha pasado de todo en las últimas dos horas en Aflitos y Gremio sigue de pie. Hay dos gestos relevantes en el instante en el que los jugadores de Naútico se hunden en la pena. Hay jugadores de Gremio que van al árbitro para pedirle que pite ya, pero es inútil. El partido se paró en el 35, quedan diez minutos por jugar. Anderson, con sus 17 años, está arengando a sus compañeros en el punto de penalti mientras Naútico va a sacar desde la esquina, pero sin fe. El balón, corto, lo despeja la defensa de Gremio y Anderson sale a la aventura por la banda izquierda. Le acompaña, por detrás, un compañero, porque son siete contra once para jugar diez minutos. Anderson se tira una pared y ya en campo contrario supera a Batata, que le hace falta. Amarilla. Es la segunda. A la caseta. A kilómetros de allí, Santa Cruz da la vuelta de honor con una copa simulada porque se siente campeón: ha pasado más de una hora desde que empezó la segunda parte y nadie ha hablado de goles en Recife, así que su victoria por 2-1 ante Portuguesa les daba el ascenso y el primer puesto. Mientras Batata se va por la línea de banda, expulsado, hay jugadores de Naútico que piden a sus compañeros tranquilidad, porque quedan minutos y sólo necesitan un gol ante siete jugadores. A su espalda, en la banda, Gremio ha sacado rápido la falta y Anderson mete zancadas por delante de los defensas para ganar el área. La jugada es extraña. Entra desde la izquierda en paralelo a la línea de fondo, y cuando tiene enfrente la portería, toque suave y a la red.
Entre la parada de Galatto y el gol de Anderson han pasado 71 segundos.
Desde el gol de Anderson hasta el final, diez minutos en los que no pasaría nada. Gremio estaban en primera gracias a un gol de un chaval de 17 años que le había convertido en campeón.
Y querían que se pusiera nervioso la lanzar un penalti en la final de la Champions. En un partido sin escolta, habiendo calentado, sin cuatro expulsiones y dos penaltis en contra. Sin que contra sus compañeros hubiera cargado la policía.
Nervioso. Él, que tenía 20 años. Que con tan sólo 17 había terminado reinando en la batalla de Aflitos.