Hay una primera extrañeza, sobre esta Casa del arquitecto argentino Amancio Williams, y es la diversidad de sus nombres y denominaciones. Puede denominarse como ‘Casa del Puente’, como ‘Casa del Arco’ y, finalmente, como ‘Casa del Arroyo’. Como si en todas las acepciones hubiera una parte de verdad, una parte de la máxima agustiniana, asimilada más tarde por Mies van der Rohe: “la belleza es el resplandor de la verdad”.
Una verdad que se despliega en un silencio del sotobosque como excepción pampeana y como lugar ideal para la composición musical y para la melancolía del natural. Cuando, bien cierto es que la casa debería de llamarse ‘Casa Williams’ en la medida en que la diseñó y construyó para su padre, el reconocido músico argentino Alberto Williams. La arquitectura fue pensada, por tanto, para incorporarse a la naturaleza en forma no intrusiva, concebida a partir de una estructura espacial que se desprende del suelo, formando un arco que une las orillas del arroyo Las Chacras y cuyo interior se eleva a las copas de los árboles, recalcando así la importancia de lo visual, de adentro hacia afuera. El parque que rodea la casa, ocupa dos hectáreas y constituye un paisaje evolutivo del citado modelo del campo pampeano, dotado de más de 200 árboles de 51 especies diferentes entre los que predominan robles de distintas procedencias. La obra de la casa paterna, también incluyó el pabellón de servicio y casa de huéspedes y el garaje, los cuales conforman junto al parque, un conjunto de unidad indisoluble.
Amancio Williams, diseñó y construyó esta vivienda-estudio musical para su padre, y es tanto su primera obra como una de las más relevantes de su corta producción. Pese a ello a su reducida obra, ha sido uno de los arquitectos argentinos más influyentes del Movimiento Moderno; de suerte que cuando Le Corbusier levanta la Casa Curuchet en La Plata en 1949, quiere que Williams sea el director de la misma.
Tras la muerte de Alberto Williams la casa fue vendida y utilizada por la emisora de radio LU9 entre 19851 y 1991 Tras la muerte de su último propietario, la casa entró en un proceso de abandono y deterioro, llegando a producirse en 2004, un incendio de graves consecuencias. Todo ello a pesar haber sido declarada de Interés Patrimonial, Cultural y Natural por la Municipalidad de General Pueyrredón y de ser incorporada al Código de Preservación Patrimonial. Tras algunas intervenciones recientes la casa se ha puesto nuevamente en valor, abriéndose al público, después de décadas, el s 11 de enero de 2013.
Las otras extrañezas de la Casa Williams derivan de su carácter de pieza indefinible en un medio natural, casi intacto. Ya llevamos analizadas en Hypérbole algunas de las piezas del imaginario arquitectónico del siglo XX, que han reflexionado sobre sus relaciones con el medio natural, y esta pieza de Williams, prolonga las secuencias de ese diálogo meditativo del medio físico con la injerencia artificial de la obra construida.
Pero el carácter de la ‘Casa del Puente’ se relaciona escasamente con las piezas vítreas de Van der Rohe o de Johnson, con la salvedad de los bosques soñados y callados. Incluso la ‘Casa Kaufman’ de Frank Lloyd Wrigth, poseída por un accidente de agua, que la hace vecina a esta, organiza su experiencia espacial de forma diferente. Una superposición de planos horizontales como estratos geológicos, que dejan captar los intersticios entre Naturaleza y Cultura, enlazando la naturalidad de piedra y madera, con la artificiosidad del vidrio y acero. Mientras que Williams quiere deja patente en la casa de su padre, la presencia vertical de su pieza altiva y transversal al arroyo, para controlar el medio circundante y erigirse como una suerte de puente entre dos vidas.
Esta modalidad del precedente del puente es similar a la afirmación sostenida por Joaquín Arnau en torno al mundo de Palladio. Quien hace ver cómo la disposición construida en los puentes venecianos (dos apoyos o pilas y el vano de paso central), puede tener que ver con la organización de los tres cuerpos de algunas de las Villas del Véneto. Sorpresivamente Williams adopta ese esquema construido del salto fluvial, que demanda los apoyos y el cuerpo habitable, tan usual en la resolución de algunos puentes, que van desde el veneciano Ponte Rialto al Puente florentino de, para acabar en el más próximo en el tiempo, como fuera el Pabellón Puente de Zada Hadid en Zaragoza.
Casi dicho y sentido el tema del puente y su salto imposible, en clave heideggeriana: “El puente reúne en torno a él y a su estilo, cielo y tierra, dioses y mortales”. Aunque Heidegger desconociera la casa de Williams, al escribir su texto de 1951 ‘Construir, habitar, pensar’.
Y es esta una de las visiones posibles, la de esa vigilia atenta de Williams, como si de una garita de guardia y de vigilancia se tratara. Demostrando la inversa del sueño construido, que eso es la vigilia y la vigilancia. Una pieza de guardia y un cuerpo de vigilia, constatable en la áspera rudeza del hormigón de los apoyos terreros frente a la liviandad aérea y frágil de la caja acristalada. Un contraste de ámbitos que, por otra parte, se verifica en años de fuego y de tormenta, en plena Guerra Mundial. Un contraste vivido desde cierta placidez lejana del Hemisferio Austral y desde la planeidad de sus enormes campos pampeanos quietos. También como un observatorio, para tocar y componer una música que se pierde entre los robles, que crecen entre la tierra y el cielo.