“Estoy echando litros de leche caliente al estómago para que me duelas menos. Estoy haciéndome un océano por dentro, me estoy ahogando mucho y me están creciendo olas como manos de espuma que echan de menos tocarte.
Cuando estoy contigo soy un ciempiés. Camino despacito, vale, pero tengo como patitas diminutas con las que te recorro arriba y abajo, arriba y abajo. No te quejes si me centro en unas flores más que en otras, porque estoy haciendo fotografías con todos los sentidos, y ya les gustaría a otros, mi amor.
Como te echo de menos también por la garganta sigo bebiendo leche y también me meto muchas letras por los ojos, como si fuese yo un pozo sin fondo. Fíjate. Más te vale que vengas pronto a salvarme. Porque me estoy creyendo Moby-Dick y eso no puede ser bueno.
Y oye, que tengo muchas ganas de invitarte a un picnic. Ahora que es casi invierno y acabamos de enamorarnos y no es aún tiempo de cerezas. Ya ves. Así soy yo, mejor que te vayas acostumbrando, mi vida.
Me estás haciendo cosas muy bonitas por dentro y no te das cuenta. Pero bueno, yo a callar. Que sin decirlo en alto es mucho más bonito. O eso dicen.”
“Eres la única parte de mí misma que me cuesta olvidar”
“De vuelta de todo estás más guapa”
“Qué sabrás tú lo que puedo meter yo en un silencio”
“Se me va a romper la cabeza por la parte del corazón”
“Abre la boquita, que te vas a tragar toda mi ambición”
” No es torpeza, es rebeldía”
“Tengo el espacio de consenso mojadito”
“Eres la ola más bonita que he cogido en la vida”
“Ir a la playa con la boca sabiendo a mar de casa”
“Mi medio de transporte favorito para irme de vacaciones es tu boca”
“Tengo una colección de tréboles de cuatro hojas.
Ya ves, se me da fatal encontrar el amor, pero soy un As encontrando hierbas.
Tengo uno en cada libro que ha marcado mi vida. No me preguntes cuál porque no tengo ni idea. Leo los libros y los olvido tan pronto como intensa es la señal que dejan en mi alma. Lo mejor con los recuerdos es olvidarlos. Si no luego cómo vas a recordarlos, cómo vas a disfrutar de ese choque frontal al torcer la esquina en una calle de Madrid, junto a ese banco en el que desayunaste una taza de resaca después de beberte la noche a pelo con tu mejor amiga.
Imposible.
Así que a veces le acaricio el lomo a mis libros, ronronean un poco, saco uno, le provoco un escalofrío y ¡oh! ¡sorpresa! ¡un trébol!
A mis padres les fascina mi habilidad para las hierbas. Yo disfruto más pasando la yema del dedo por el tallo, o acariciándome la frente con sus pétalos, pero no sé. Convenciones sociales, supongo.
Me entreno en las paradas del autobús, buscando desde la ventana en las macetas de las aceras de Santander. Clavo la mirada en ese mar verde de óvalos y busco las conexiones, me detengo en las hormigas, sigo con las sombras, esquivo las gotas de rocío. A veces los veo y no digo nada. Algunos tréboles son tímidos y prefieren seguir ocultos. Yo me los callo por una cuestión de empatía. Me recuerdan a mí cuando era pequeña.
Algún día alguien me encontrará a mí así como yo encuentro mis tréboles.
Y me guardará en su mejor libro.”