Hace más de veinte años, unos amigos y yo le pedimos a Gustavo Bueno una colaboración para una revista totalmente nefasta que estábamos urdiendo, y accedió inmediatamente. Luego, casi diría que afortunadamente, el proyecto no cuajó, pero la favorable disposición del filósofo quedó clara, al menos inicialmente. Y es que, personalmente, el profesor Bueno era extremadamente amable, pero decir eso sorprenderá a quienes le veían en televisión por aquel entonces hacer el cafre enfrentándose a charlatanes y buscavidas más cafres todavía, y encima analfabetos totales, que diría él. Luego apareció muchas veces en el programa de libros de Sánchez Dragó, que le daba mucha más cancha, y allí lo soltaba todo: su defensa de la pena de muerte para los criminales sin remedio, su apología del castellano como lengua filosófica fundamental, su crítica a la izquierda happy-flower de Rodriguez Zapatero, y un largo, larguísimo etcétera. Porque Bueno tenía tesis potentes para todo, y daba la impresión de que en su larga vida nunca dudó ni un segundo, al menos en materia de pensamiento. Sus propios discípulos usaban de su sistema (Bueno es el único filósofo español de todos los tiempos con un sistema filosófico arquitectónico y sólidamente trabado), la Teoría del Cierre Categorial, como de un tanque, y nada se interponía en su camino. Se podía ser absolutamente dogmático al socaire del estilo de Gustavo Bueno, pero dogmático en nombre de un concepto duro y monológico de la Razón.
A mi lo que más me fastidiaba particularmente del “buenismo” no era él, cuyas ideas, de todos modos, no compartía, sino esa manera demente en que sus seguidores le imitaban hasta la clonación completa. Hacían los mismos gestos, emulaban las mismas inflexiones de voz, y pasaban a razonar, vestir e incluso vivir en todo lo posible como el maestro. De verdad, de verdad os digo que parecía la invasión de los ultracuerpos proveniente de la pequeña y hermosa ciudad de Oviedo. En mi opinión, Bueno fue un hegeliano de izquierdas que en su juventud bajaba a las minas a perorar con los desdichados trabajadores para luego convertirse en un hegeliano de derechas que creía en la unidad indisoluble del imperio español. Si salía en televisión, es porque argumentaba que, como Platón (en realidad, Sócrates), había que salirle al paso a los sofistas dondequiera que asomasen su impúdico hocico, y para ese loable fin no se podía peder ni la más irrisoria y chabacana de las ocasiones. Pero Bueno, naturalmente, está mucho más allá de esas disputillas del show-business, y quizá ha llegado el momento ya, a propósito de la clausura de su inmenso legado, de que se haga algo institucionalmente por conocerle mejor y más profundamente y por generar algún debate importante en torno a su obra. España no es un país en el que suelan tener lugar muchas oportunidades como esta…
http://www.levante-emv.com/opinion/2016/08/09/gustavo-bueno-in-memoriam/1453995.html
Te felicito por tu artículo, Óscar, y agradezco también que recuerdes a Bueno, ya que, realmente, merece ser recordado.
G. Bueno, ha sido una referencia continua en mi vida, por muchas razones.
Un hombre de enorme inteligencia, valiente, con una cultura avasalladora, ameno, con un gran sentido del humor y muy generoso hasta el fin de sus días.
A mi juicio, el filósofo más importante de la segunda mitad del siglo XX.
Un saludo,
Livia de Andrés
Gracias, pero yo no diría tanto, aunque él probablemente pensaba que sí, al margen de rankings, puesto que se mantenía escrupulosamente al margen de medirse con cualquier filosofía de la segunda mitad del s. XX. Con la ciencia sí, con la etología o la etnología también, a veces con alguna literatura, pero con la filosofía propiamente dicha no convivía. Era en eso también, como él decía, un escolástico puro… (escolástico español, claro, seguramente por escaso manejo de otros idiomas, me temo).