La figura de José Antonio Coderch se alza con timidez en medio de la deriva cultural española en el periodo posterior a la Guerra Civil. Periodo en el que se abandonan las tradiciones precedentes de los años republicanos y se inicia una pomposa y enfática apuesta autárquica.
En tal contexto de marcialidad estilística y de influencias repartidas entre Italia y Alemania, abrirse camino de forma personal, sería una aventura complicada y condenada al fracaso. Puede apreciarse tal afirmación, desde la contemplación de la reciente exposición del MNCARS, en 2016, ‘Campo cerrado. Arte y Poder en la posguerra española, 1939-1953’. Es este intervalo temporal, por otra parte, un periodo dubitativo de la arquitectura nacional, temerosa de adscribirse a las corrientes europeas, e incapaz de generar un estilo o un lenguaje propio, que supuso una producción arquitectónica heterogénea y, en general, con escaso valor.
Hay, pese a todo ello, un dato llamativo en toda la trayectoria profesional de Coderch, y es el temprano Gran Premio de la IX Triennale de Milán de 1951, en un montaje que establecía paralelismos interpretativos sobre la realidad española, como nos mostraba la citada exposición Campo cerrado, que destinaba una sala al Pabellón español de la IX Triennale. Una realidad cultural y social que se cerraba, al tiempo que pasado el Alto Franquismo y el aislamiento internacional, trataba de mostrarse en los escaparates de la normalidad europea, precedida de las relaciones abiertas con Estados Unidos en 1953.
Esta actitud de los paralelismos de la arquitectura española, operando en certámenes internacionales como un enorme reclamo de propaganda o de normalización y excelencia, ya lo vimos en estas páginas con el Pabellón de la Exposición de Bruselas de 1958 y podría hacerse extensivo a otras Muestras y Certámenes de la década de los cincuenta. Piénsese que ese mismo año de 1951, el año de la Triennale milanesa, suponía el año también de la Primera Bienal Hispanoamericana, con todo el debate que ello supuso, sobre tradiciones y renovaciones. Y con la conferencia de Dalí ante un público atónito y azul, al ver el salto del pintor de Cadaqués del Surrealismo al método Paranoico-Crítico y al reconocimiento de las excelencias rectoras del Caudillo Franco.
Junto a ello conviene destacar un dato, nada lateral, para la obra que comentamos de la Casa Ugalde y que viene a cuento con la cita daliniana. En 1948, nacía en Barcelona el grupo artístico Dau al Set, con toda la impronta sobre cierta pervivencia del Surrealismo español. Pero un Surrealismo activo y subversivo, frente a la faceta de un Dalí, transformado ya en ‘Ávida dollars’ como le bautizara Josep Renau. Con ello no queremos decir que las posiciones de Coderch (y de Valls, que siempre se olvida su cita), representen un gesto revolucionario; pero merece ser tenido en cuenta la filiación compositiva de estirpe surrealista que se despliegan en las obras de Coderch de estos años, entre otras la Casa Ugalde.
Pasado el ecuador del siglo XX, una serie de brillantes arquitectos recogen el testigo (tarde) del Movimiento Moderno, representado en España por el grupo GATCPAC/GATEPAC (Aizpurúa, García Mercadal, Sert, Illescas, entre otros), cuya arquitectura y escritos, tratando de introducir los postulados del CIAM en el país desarrollado en los años 30 quedó de forma rápida relegado a un segundo plano y después ubicado en el olvido, frente a la línea historicista-monumental del régimen victorioso. Entre estos arquitectos se encuentran maestros de la altura de Miguel Fisac, Saénz de Oíza o Alejandro de la Sota.
A la sombra de estos autores, la figura de José Antonio Coderch no ha recibido el reconocimiento que merece su arquitectura, caracterizada por la ausencia de un estilo definido hablando en términos estrictos, pero que se han empeñado en encuadrarla dentro de un racionalismo influenciado por la aportación de la arquitectura tradicional, que lo tiñe de Organicismo, en la más pura línea de Alvar Aalto, al cual conocería en sus asistencias a los congresos del CIAM.
En el año 1951, en colaboración con su siempre olvidado socio Manuel Valls, sobre un promontorio sobre el mar Mediterráneo ocupado por un bosque de pino, en la localidad catalana de Caldes d’Estrac, proyectaría la que para el periodista Enric González es “La casa más hermosa del mundo”. La casa de Eustaquio Ugalde, ingeniero y amigo personal de Coderch se adapta al terreno donde se sitúa de forma literal, respetando niveles e incluso respetando los árboles, deformando el clásico esquema en T tan utilizado por el arquitecto catalán hasta dejarlo irreconocible. El resultado es un conjunto de volúmenes blancos que se integran de forma perfecta y natural en el entorno que rodea a la casa, estando siempre supeditada la construcción al lugar, sin querer destacar por contraste, con la belleza callada de la naturaleza.
El acceso ya nos habla del entorno, y a modo de recorrido ritual se avanza desde el oeste siguiendo un interminable muro blanco que nos conduce a una entrada que, a modo de embudo, nos niega completamente las vistas para, una vez traspasado el umbral, depositarnos en el punto principal de la vivienda, en la gran sala que articula el proyecto, desde la que se enmarcan las espectaculares vistas de la costa del Maresme.
A partir de esta estancia principal, con hábiles juegos volumétricos y espaciales, dominados a la perfección por Coderch y Valls, se accede de forma directa al ala de servicios y, a través de una curiosa pasarela a tres cuartos de altura y de extraordinaria esbeltez, a las estancias privadas y el dormitorio principal, cuya forma abocinada nos habla del mismo modo del sometimiento al terreno a la vez que articula los espacios exteriores domesticados por Coderch, proporcionando sombras y creando recorridos, patios privados y auténticos miradores sobre los que contemplar el horizonte del mar Mediterráneo.
Y aquí es donde aparece una enorme particularidad de la Casa Ugalde, que siendo una casa mediterránea no se formula como tal. Piénsese en las capturas realizadas por la revista AC en los años treinta, sobre la arquitectura popular de las Islas Baleares, y en las diferencias que Coderch introduce sobre las viejas composiciones campesinas y payesas.
La casa Ugalde marcaría un hito en la arquitectura española del siglo XX si bien no alcanzaría la relevancia que se merece por esa curiosa resistencia que tienen las obras geniales a ser clasificadas dentro de un determinado movimiento, y parecer en cierto modo atemporales. Todo esto dentro de la ‘España culta’, que se esforzaba en demostrar su apertura a las corrientes internacionales (por contraste con el estilo monumental-historicista del régimen), que por esa mitad de siglo pasado se rendía al estilo internacional que Mies, Gropius y Le Corbusier habían propuesto y desarrollado antes de la Segunda Guerra Mundial de manera principal, aunque sin perder de vista el trabajo de algunos outsiders como Frank Lloyd Wright y Alvar Aalto. El genial arquitecto estadounidense, en unos apuntes de arquitectura europea para un colega que iba a visitar el viejo continente, destacaba a Coderch como el arquitecto más interesante del país.
La aportación de José Antonio Coderch a la arquitectura se completa con un buen número de artículos y escritos, siendo imposible desligar su personalidad del famoso texto ‘No son genios lo que necesitamos ahora’, publicado en la revista italiana Domus en noviembre de 1961, dónde parece predecir la deriva de la arquitectura internacional a la situación actual del star-system, mientras reivindica la necesidad de evitar a los grandes pensadores y estrellas de la arquitectura y animaba a buscar la resolución de los pequeños problemas de la arquitectura cotidiana, sin perder de vista el lugar dónde se ubican.
“No, no creo que sean genios lo que necesitamos ahora. Creo que los genios son acontecimientos, no metas o fines. Tampoco creo que necesitemos pontífices de la arquitectura, ni grandes doctrinarios, ni profetas, siempre dudosos. Algo de tradición viva está todavía a nuestro alcance, y muchas viejas doctrinas morales en relación con nosotros mismos y con nuestro oficio o profesión de arquitectos (…)
Necesitamos que miles y miles de arquitectos que andan por el mundo piensen menos en Arquitectura (con mayúscula), en dinero o en las ciudades del año 2000, y más en su oficio de arquitecto. Que trabajen con una cuerda atada al pie, para que no puedan ir demasiado lejos de la tierra en la que tienen raíces, y de los hombres que mejor conocen, siempre apoyándose en una base firme de dedicación, de buena voluntad y de honradez.”