El alguacil alguacilado

Foto William Eugene Smith

“Si quieres ser famoso médico, lo primero linda mula, sortijón de esmeralda en el pulgar, guantes doblados, ropilla larga y en verano sombrerazo de tafetán.

Y teniendo esto, aunque no hayas visto libro de curas ya eres doctor, oficio docto que basa su ciencia en tener una mula”

Francisco de Quevedo (1580- 1645)

 

Para Alvaro, Isabel y Rosa

 

 

La consulta del viernes trascurre mansamente, nada fuera de lo habitual. Reunión del equipo a primera hora, las citas programadas para los pacientes del Sintrom, alguna interrupción para atender el teléfono, y si bien es cierto que esta mañana nuestro médico ha tenido un par de conversaciones con su Gerencia sobre el tema del dichoso Ebola y tuvo que cruzarse al Centro de Urgencias para reponer unas existencias de captoprilo, no ha perdido el control sobre el desarrollo de su actividad médica cotidiana. Tiene mucho oficio -al menos eso cree él- y así le recordaba a su residente hace unos días que este mes de octubre, cumplía nada menos que 36 años en la profesión

“Yo, – le explicaba a su joven compañera-, he recorrido todos los peldaños de esta profesión. Cuando era estudiante me iba en vacaciones  a la consulta con Don Honorio, el médico de mi pueblo. Años más tarde, en los últimos cursos de la carrera me pasaba los veranos  en el viejo Hospital que cerraron hace un lustro, aprendiendo a hacer  historias clínicas de la mano de los pocos internistas que allí había.

 

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También en ese mismo Hospital hice mis prácticas de Ginecología una Semana Santa entera atendiendo partos con el Jefe del Servicio que era compañero de cacerías de mi padre y hasta me pasé un verano en Rayos cuando me dio la ventolera que luego deseché, de querer ser radiólogo. De algo me sirvió aquello, porque aprendí a interpretar la radiología básica  e incluso llegué a hacer tomografías de tórax  con una maquina que oscilaba imprimiendo placas de forma  giratoria sobre el pecho del paciente. Entonces el escáner estaba por inventar…”

La conversación se interrumpe por un momento. Un paciente se refleja a contraluz en el umbral de la puerta.

-¿“Puedo pasar doctor? Vengo sin cita, pero es que ayer estuve en las urgencias del Hospital y quería traerle el informe”

 

Foto William Eugene Smith

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-“Pasa pasa -indica el médico- veamos que te han dicho”

Tras la lectura del mismo, intenta explicarle:

-“Ya los sabes. Tienes algunas piedras en el riñón y deberás expulsarlas”.

-“Sí. Precisamente hace unos días eché una, pero el dolor me da fuerte de vez en cuando, es como si mordiera un bicho en este lado”, contesta el paciente tocándose un flanco

– “Por eso debes tomar la buscapina y el diclofenaco que te voy a poner ahora mismo”

– “Pero doctor, si a mí la buscapina no me hace nada, yo creo que es como el agua”

– “No seas exagerado hombre- contesta el galeno- tu tómatela, porque aunque creas que no es útil, ayuda a relajar el uréter y con el calmante controlarás mejor el dolor”

– “Vamos a tomar un café que ya es hora”,  le indica a la Residente levantándose de la mesa. Ya están de pie en la puerta cuando se topan con un joven.

-¿” Ya te vas”?- le dice familiarmente el hombre que saluda dando los buenos días.

– “No ; íbamos a tomar un café, pero ¿ a que hora estabas citado”?

– “Mas tarde, a las doce  pero como estoy de baja y no tengo mucho que hacer pensé en venir antes”

Los dos médicos retroceden y vuelven a ocupar sus sillas ante el ordenador; mientras la maquina imprime los papeles, el enfermo con voz cansina les va contando que está mejor y que seguramente la próxima semana se da de alta.

-“Es un amiguete mío-, le va diciendo el médico a su residente cuando salen de la consulta camino del café- tiene un Crohn, y el pobre lo pasa mal en los brotes porque el trabajo lo tiene prácticamente en la calle todo el día”.

 

Foto William Eugene Smith

Ya en el bar, el médico prosigue relatando:

– “Pues como te iba diciendo, en todos estos años de profesión he hecho de todo, nada más terminar la carrera me puse a hacer suplencias en el verano, después tuve la suerte de que me dieran una interinidad en un pueblecillo a cinco kilómetros de aquí lo que me dio oportunidad de hacer una especialidad.  Entonces no había MIR y se hacía por escuela, me tiré cuatro años en el Hospital de Residente sin cobrar un duro y al final me examinó en Madrid la Comisión Nacional de la Especialidad.

Cuando me dieron el titulo no quise optar a una plaza de adjunto en el Servicio, me tiraba más la Medicina General  y aposté por la medicina de familia, fui de los primeros médicos que en este país se integraron en los entonces recién nacidos Centros de Salud; aquello era una incógnita, nadie sabía a ciencia cierta cómo iba a acabar la aventura, pero yo aposté por el modelo y  ya me ves, aquí estoy”..

Tras el café la consulta se reanuda con normalidad.

-“Me he hecho varios controles de azúcar y las cifras siempre superan los 110, le está contando el siguiente paciente cuando nuestro médico nota de improviso como una opresión, como un nudo bajo el esternón; no es dolor, es más bien una imprecisa sensación de malestar que por un instante se acompaña como de un rayo que lo trastoca.

 

Foto William Eugene Smith

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Durante unos segundos aguanta sentado, pero enseguida tiene la necesidad de levantarse para ir al lavabo. Allí espera un tiempo.  Otras veces ha tenido esas molestias por la pirosis crónica que padece debido a un reflujo, pero en esta ocasión parece diferente, no llega a reconocer el efecto del ácido, se encuentra algo confuso y desciende a los servicios de la planta inferior en los que hay espejos. Se planta delante de uno de ellos, e intenta adivinar en su rostro algún signo de gravedad, pero no, no está pálido ni suda, sin embargo el nudo sigue ahí  y entonces piensa que debería hacerse un electrocardiograma.

Cuando sale del centro camino del hospital, vuelve a preguntarse si no estará exagerando los síntomas, y al disponerse a regresar nuevamente a la consulta, comienza a notar como si alguien desde su interior intentase estrangularle la garganta. Entonces ya sí que de forma automática decide encaminarse al hospital, sube al coche y lo pone en marcha, la distancia es corta y conduce él durante el breve trecho que debe recorrer; ya no está preocupado por el dolor, lo que desea es llegar:

“Si es una cardiopatía aguda espero tener tiempo suficiente, lleva  muy pocos minutos de evolución y la molestia no es grande, no es el típico dolor anginoso, pero claro nunca se sabe, de todas formas yo estoy preparado para todo, alguna vez tiene que llegar, que tontería, la enfermedad está ahí latente y un día cualquiera salta sobre ti y todo cambia..

 

Foto William Eugene Smith

Se sorprende a sí mismo de la tranquilidad de sus divagaciones. Ni tiene miedo ni está asustado, piensa que la vida es imprevisible, que es una cadena de hechos vitales que gobierna el azar la mayoría de las veces favorablemente, pero llegará un momento en el que todo cambie de forma imprevista, que la rutina desaparezca y que lo desconocido irrumpa en tu vida cargado de malas noticias. Es inevitable y a lo peor ese momento ya ha llegado para él. Es el “querido azar” del  que hablaba Nietzsche..

Cuando franquea la puerta de las urgencias generales, las molestias ya han desaparecido, iba tan absorto en sus pensamientos  que ni siquiera se había dado cuenta de ello; de todas formas ya no hay marcha atrás, cruza el desierto vestíbulo y empuja la puerta que accede a la sala principal de recepción de pacientes y camillas. Este gesto lo ha repetido infinidad de veces durante los últimos años vestido con el chaleco amarillo y el fonendo al cuello, haciendo algún traslado de enfermos graves o críticos, ahora sin embargo el que consulta es él.”

Es complicado –va pensando-  explicarle a esta compañera a la  que conoce hace tantos años, lo que le pasa”.

– “Bueno, una molestia opresiva en el tórax y ya sabes pues algo de acojone”.

Cuando se tumba en la camilla de Reanimación  nota como un salto en el vacío, ahora va a contemplar en primera persona toda la representación teatral de la que tantas veces ha sido indiferente espectador; el guion ya lo conoce: una maraña de cables, pantallas luminosas que vomitan rítmicamente su bip-bip, la aspirina que le tiende una auxiliar,

”Joder, si me dan aspirina es que piensan que esto va en serio” piensa por un instante, y no sabe cómo interpretar el comentario que entre sonrisas le vierte otro compañero, ese calvo grandullón:

 

Foto William Eugene Smith

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-“Eso que cuentas parece una angina, pero seguro que en este caso no va ser así”, y para que no falte nada en el escenario, incluso una estudiante de enfermería de manos temblorosas le rompe una hermosa vena en la que pretendía introducir un catéter para canalizarla. Sin embargo enseguida aparece al quite el hada madrina en forma de un bonito rostro  que él conoce pero no recuerda de qué. Mientras ella con su voz suave le va dando algún ánimo y consigue encontrar otro canal en un lateral de la muñeca, él se esfuerza en ubicarla en los archivos de su mente: ”¿de qué conozco yo a esta enfermera?”

”Bueno todo es normal hasta ahora”- dice una voz que se acerca acariciando una larga tira de papel entre sus manos,

– “Coño, eres tú- le saluda nuestro hombre-, pues ya ves aquí estoy; ahora soy el alguacil alguacilado

El recién llegado y el paciente fueron compañeros de residencia hace ya muchos años en el viejo hospital  de la Ronda, y mientras este le va desgranando la normalidad de electros y constantes, nuestro medico piensa que debería decirle algunas cosas, pero en el fondo como son reflexiones que le inquietan prefiere callar; decirle por ejemplo que  el electro puede no modificarse en las primeras horas de un infarto o que hay cardiopatías agudas sin alteraciones eléctricas, pero al final opta por el silencio.

Y entonces comprende la terrible mansedumbre y la sumisión brutal que la enfermedad impone, la sensación  de abandono total que uno experimenta cuando la tenaza de lo desconocido te oprime no solo la garganta sino también el alma.

La voz de su amigo le saca de estas disquisiciones:

-“Ahora irás a rayos y después te vamos a seriar las troponinas, si vemos algo sospechoso llamamos al cardiólogo y no te preocupes ,- dice ya en un tono más relajado que quiere sonar a broma pero que a nuestro hombre no le hace ni pizca de gracia-, que la hemodinámica está justo ahí al lado”.

 

Foto William Eugene Smith

La camilla se desliza suavemente por un estrecho pasillo, el camino es largo y su mirada solo ve una sucesión de luces que desde el techo le van deslumbrando como  chispazos rítmicos que hieren suavemente su retina; entonces se da cuenta de que necesita  contar todo aquello, relatar cómo se vive en el mundo irreal de la enfermedad, explicar cómo es el sabor de la incertidumbre ante lo desconocido, como se siente una persona entregada, aturdida, desvalida.

Está seguro que las sensaciones que él está experimentando, se están reproduciendo milimétricamente  en todas las personas allí atendidas, y es posible que la mayoría de quienes los atienden ni siquiera se estén percatando de ello.

-”¿Puede bajarse de la camilla?”

– “Si señorita, perfectamente, estoy bien.”

– “Ahora llene el pecho de aire y no respire”

Mientras suenan los secos chispazos del tubo de rayos, le asalta una idea que no sabe si es descabellada.

 

Foto William Eugene Smith

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“Quizá los residentes de último año deberían pasar un día como pacientes, ingresados en su Hospital…”

En el box número tres, una auxiliar le tiende un pijama

– “Debería ponerse esto, estará más cómodo”

– “Ya lo tengo todo, solo me faltaba el pijama a rayas”- se dice resignado

No había acabado de colocarse en la cama de observación, cuando se le aproxima otra persona, lleva un pijama verde y una voz que ofrece garantías, el se recoloca en la cama y deja que ella le llene el torso de parches adhesivos.

-”Perdona -le dice él -no soy buen enfermo”- balbuciendo una torpe excusa.

– “Ninguno de nosotros los sanitarios lo es”, replica  ella en tono cómplice mientras le regala un gesto de calma, entonces él se da cuenta al mirarla que lleva en el rostro la edad del equilibrio y en los labios una sonrisa hecha de crepúsculos que va repartiendo con esplendidez.

– “Trabajas aquí en el Hospital?” le pregunta ella

– “No- responde él- yo estoy en las urgencias de primera línea, nosotros hacemos las trincheras, damos la batalla en la calle”

“Que tarea tan distinta la de estas enfermeras  hospitalarias  a la que realizan las que trabajan conmigo”-, piensa  mientras le acuden a la mente muchas imágenes pasadas, y recuerda a alguna de sus compañeras intubando a un motorista de rodillas sobre una carretera, o haciendo reanimación de noche en una cuneta tras una colisión frontal.

El siempre había admirado el trabajo de estos profesionales de enfermería, lo aprendió de muy niño viendo a su propio padre ejercerla sin condiciones ni horarios en su pequeño pueblo durante toda su vida. A veces cuando salía el tema  se lo decía a sus residentes:

-“Lo que hacían esos sanitarios hace 60 años sin medios y aislados, si que era atención primaria y no esto que hacemos nosotros que al lado de aquello es una mierda”.

Y recuerda las noches que su padre pasaba en vela sin acudir a casa atendiendo unas nalgas que le había dejado una partera, o aquella madrugada cuando le cosió la cabeza al “Topillo” que viniendo borracho de las fiestas de Barnuelo, se despeñó  con su  “Rieju” por las cuestas del Alamar.

Cuando lo llevaron a su casa él dormía, y su padre le despertó para que le ayudase y aunque ya era estudiante de medicina, no pudo evitar la impresión que le produjo ver el cráneo del “Topillo” al descubierto. Toda la calota estaba desnuda mostrando el color claro del hueso fresco por el tremendo “scalp” que había reducido  todo el cuero cabelludo a una especie de boinilla arrugada y sujeta al occipucio por una fina tira de piel.

-“Y mi padre-, contó en una ocasión a un residente- le colocó el cuero cabelludo y entre él y yo lo cosimos durante horas  poniendo  entre cada grupo de suturas hebras de cola de caballo, para que drenase aquello a modo de penrose”

“Más de cien puntos se llevó aquel desventurado, al que mi padre de vez en vez y aunque el hombre ya venía bien cocido, le administraba un eficaz anestésico: unos buenos vasos de brandy “Fundador”.

 

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Lo curioso es que aquel hombre curó,  se siguió emborrachando como siempre y murió con más de 80 años.

Y eso que ni siquiera le hicimos un escaner, claro que tampoco habríamos podido, porque supongo que  no estaba ni inventado……”

– “¿Como interpretas tu lo que te ha pasado”?

Al girarse en la cama, se encuentra a un viejo conocido y sin saber porqué, el verle allí le llena de confianza, a lo mejor era porque según le dijo después su mujer, cuando te miraba  no aparecían turbulencias en el claro fluir de sus pupilas, o quizá era porque lo había conocido como Residente y le había tutorizado  en alguna que otra guardia en las antiguas consultas del  viejo edificio lleno  de goteras y ratones.

– “Pues creo que es un reflujo-”, yo padezco ya hace tiempo de ese mal; el pasado año estuve un mes afónico por el jodido ácido”

– “Seguramente estás en lo cierto- le responde-, porque la primera troponina es normal, pero claro te hemos seriado así que te vas a quedar aquí un rato más con nosotros”,  bromea mientras se aleja hacia el control central desde el que dirige todo aquel campo de batalla…

Y entonces irrumpe en el claroscuro del fondo sobre la puerta de acceso, una figura femenina, es ella la mujer de su vida y con ella  algo más de calma, aunque la recién llegada no la exhiba en sus gestos ni en el interrogante de sus ojos.

-”No creo que sea nada – intenta tranquilizarla- vine más por precaución”

– “Si ya decía yo que no me cuadraba lo del tobillo torcido”-, parece reñirle ella.

Y una vez que él la siente cerca, que contempla su figura soberbiamente felina, que ha notado el vaho de sus manos, que se ha dejado ordenar todos los cables con femenina precisión, ya se abandona a una extraña tranquilidad y lentamente comienza a percibir de forma renovada todo el amor que por ella siente y se da cuenta de que tiene cada vez mas necesidad de ella, de que lo es todo en su vida, y la mira mucho rato sin decirnada por el rabillo del ojo, gritándole con voces silenciosas: “Gracias por estar ahí”.

Las horas van transcurriendo en espera del segundo análisis, pero en ese extraño lugar no hay sitio para la calma, y de pronto se abre paso una cama que es depositada a su derecha; de las palabras de los sanitarios que hablan con la familia, deduce que el paciente ha sufrido un ictus.

Allí a su lado hay un hombre paralizado de medio cuerpo y el médico comienza a pensar que podía haber sido él en lugar de ese desconocido al que ni siquiera puede ver por la cortina de separación, el que se hallara en ese trance enfrentándose a una vida basada en los recuerdos del pasado y en la impotencia perpetua, con la anterior rota en pedazos, una vida  en la que incluso hasta pudo llegar a ser feliz.

No tarda en abandonar esas ideas porque nota como un miedo sin nombre comienza a velar su mirada, él sabe que el miedo es inseparable de la esperanza y que esta debilidad se puede desbaratar fácilmente mediante la razón, por eso se vuelve hacia ella, coge su mano y comienza a hablarle mirándole a los ojos:

 

Foto William Eugene Smith

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– “Cuando salía de rayos, se me ocurrió una idea que no sé si es descabellada”. Pensé que a lo mejor sería bueno para los pacientes, que los médicos que los atienden sintieran lo que se siente en esta situación de enfermo, que se dieran cuenta de que cuando la inquietante sombra de la enfermedad y la muerte irrumpe bruscamente en tu vida, no sirven de nada ni poses ni arrogancias.  Que fueran objeto pasivo del cuidado  de otros y probaran ese sabor amargo que uno nota, cuando preso de inquietud y dudas, observa como a su alrededor se mueven algunas personas sin corazón ni alma que dan a la condición humana ese tinte de absurda tragicomedia que definía Sartre.”

-”Si seguro que no sería mala idea”, responde ella.

– “Estoy seguro-prosigue nuestro médico- que no hay vanidad y prepotencia que resista le experiencia de mear encorvado y lleno de vergüenza parapetado tras un biombo como acabo yo de hacer ahora mismo en esa ignota y descolorida bacinilla, esto sí que es un baño de realismo, una extraordinaria aproximación a esa realidad decadente que es el ser humano”.

– “Sabes -dice ella- me estoy acordando ahora que dices eso, de aquella cirujana que le disparó a bocajarro a nuestro amigo cuando fue a por los resultados del TAC, que le quedaban tres meses de vida y que se pusiera a arreglar papeles”.

– “Si, esa prepotencia y esa chulería, esos cojones como decía el torero Rafael “El Gallo” me hubiera gustado a mi verlos aquí.”

– “Anda vete a comer algo, yo no me voy a mover de aquí y aun quedan unas cuantas horas para la segunda troponina”- casi le tiene que suplicar a ella, cuando se da cuenta de que la tarde está mediando y solo lleva puesto el café de las once y cuarto.

Y sin saber porqué al quedarse solo recuerda de pronto como una sombra que le hace daño la figura de su amigo y compañero muerto hace diez años.  Habían comenzado juntos a trabajar y entre la rutina diaria construyeron una relación sobre una pasión que les unía: el olivar.

A veces su amigo con aquel especial y ácido sentido del humor que tenía, bromeaba:

– “Tanto trabajar, y el día menos pensado te pega un viaje la vida y acabas ya de todo” Aquella mañana cuando llego a su Centro y le comunicaron la noticia, sintió que algo se rompía en su interior y de golpe comprendió la fuerza de la amistad, y como había podido querer a una persona sin haberse  dado cuenta de ello hasta ese momento.

Y en la UCI delante de la cama de su amigo mientras le contemplaba inerme rodeado de tubos y artilugios, notó que las lágrimas le hacían daño le escocían al rodar por sus pómulos mientras que su mujer le iba contando  una historia que él no quería oír, una absurda historia como tantas otras que definen la línea que separa la muerte de la vida.

-”Ayer tarde vino del campo de podar olivos, se quejaba de que le dolía el brazo izquierdo, pero como pensó que sería por el esfuerzo se tomó un nolotil y se fue a dormir.  Fue de madrugada cuando me desperté  al escuchar un ronquido y” …

 

Foto William Eugene Smith

 

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Y él rumiando su pesar entre dientes tragándose las lágrimas, le reprochaba con la mirada:

-”Cabrón porque no me llamaste, si además  estaba yo de guardia, hubiera sido sencillo, llegamos a tu casa, el electro y al hospital y no esto,¿ ahora qué…?”

-” Vamos por el segundo análisis”, ordena la enfermera de sonrisa fácil a la estudiante de enfermería para que esta extraiga un tubo a través de la llave de tres pasos.

-¿“Quieres que te pida algo de cena”?.

-”No gracias, prefiero cenar en casa,” contesta él con la convicción del que sabe que le quedan poco tiempo de estar pegado al monitor.

En efecto, al cabo de un breve rato:

-”Puedes irte ya chaval, la segunda troponina también  es normal”.

La noticia le tensa un muelle que en las lumbares estaba inactivo y salta de la cama.

-”Muchas gracias amigos, gracias compañeros, pero me voy”..

Salen del Hospital cogidos de la mano y ella sonriendo cuando cruzan el parking le reprocha:

-”Podías haberte levantado de la cama con más cuidado, ¿no te diste cuenta que arrancaste de golpe todos los cables y la pantalla se puso a gritar como loca?”

-”Es que tenía muchas ganas de volver a pisar la calle”

-”Ya ya, pues la semana que viene te vas a hacer análisis, que hace dos años que vas a tu aire desde aquel día que te bajó la tensión en Madrid y me diste otro susto”

-”Porqué no nos tomamos unas cervezas en el bar de la esquina para celebrarlo?”

-”Eso está hecho”

Mientras el camarero tira las birras y les pregunta por las tapas, él mira a su mujer con un guiño de ternura y responde al barman:

-” Pedro, nos vas poner unos callos y ya el Lunes nos ocuparemos del LDL”

El hombre  pone cara de no entender nada, pero sonríe con una extraña complicidad  mientras se dirige a la cocina…

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