Mi amiga Camino dice que me teme, pues cuando le llega un texto mío le entra la sospecha de que alguien importante ha muerto, y lo que le envío a su diligente inspección es una necrológica. Pues sí, Caminito, la ha diñado otro, no sé si muy conocido fuera del mundillo friki, pero sí importante a su extraña y huraña manera. Steve Ditko no contribuyó a mejora alguna del estado de la humanidad, y jamás salvó de ninguna forma el mundo, pero contribuyó a dar vida a esa imaginería tan norteamericana que se empeña en hacernos creer que otros sí podrían querer voluntariamente hacerlo, en caso de tener el poder suficiente para ello. Y es que a EEUU nunca llegó la deconstrucción que nuestro Cervantes hizo de los libros de caballerías, y como se tienen por una nación joven, han reinventado el avatar del caballero andante que desface entuertos y defiende al débil –ya que el Papá Estado no lo va a hacer por él- bajo la figura del cowboy solitario, el policía noble o el superhéroe disfrazado. Dikto fue el dibujante y co-creador de los primeros 38 números de Spiderman, al que supo imprimir una torsión expresionista, esquelética y torva que distinguió inmediatamente a este personaje del resto de los alumbrados por esa gran mente subcultural que fue, y todavía es, aunque no escriba (se trata, ya saben, de ese tipo viejo con enormes gafas de sol que hace un papelín breve y cómico en todas las películas de de la factoría Marvel), Stan Lee. Además, Ditko concibió a su alter ego, Peter Parker, como un adolescente pre-gótico, marginado y doliente, al que le venía muy bien desahogarse con un traje de insecto esquinero y repulsivo –el miedo, ahora, iba a cambiar de bando, como decíamos no hace mucho por aquí…
El resultado fue ciertamente pegajoso, como la telaraña del personaje, pues, como ya hemos defendido en esta revista, Spiderman es el superhéroe más querido del mundo, y el que más público atrae a sus numerosas colecciones y adaptaciones cinematográficas -¿qué habría sido del último Vengadores, el film más visto en su estreno de la historia universal, sin él? Y pegajoso también para el propio Ditko, que aunque intentó crear otros espantajos superdotados -amen de los villanos de Spiderman y el alucinógeno Doctor Extraño-, ya no consiguió volver a la vanguardia del cómic con ninguno de ellos. Steve Ditko, en efecto, ha muerto como una araña muy especial aplastada bajo la sombra de su juventud, y parece que pasó su vejez encerrado, como un Lovecraft atormentado y consumido, o un Howard Hughes enloquecido y ojeroso, en un lúgubre piso de New York trazando viñetas en blanco y negro que quizá sólo ahora lleguemos a ver. Eso es, me parece a mí, extremar demasiado el concepto de la autenticidad personal, y, en efecto, Ditko solía rechazar cualquier homenaje, entrevista o remuneración económica por sus glorias del pasado, como quien piensa que aún tiene algo nuevo que decir, y no se da cuenta de que su hora ha pasado, y que el superhéroe famoso no es, ni nunca ha sido, él. Pero para los que creemos que a veces en un cómic juvenil puede haber más sentido común, y más ética de fondo, que en una novela sofisticada del último premio Nobel centroeuropeo -es un decir-, recordar a Steve Ditko y sus angulosidades anímicas y gráficas en los días de su desamparada muerte puede servir para hacerle compañía, o para que sepa quién diablos fue ese tipo tan raro mi dilecta (yo tampoco sé lo que significa eso) amiga Camino.