Como médico y psiquiatra me preocupa un dato: Cada año que pasa, la edad media de la población que nos consulta o ingresa aumenta medio año. Cierto es que vivo en una provincia y una región de las que decrecen y envejecen, pero es preocupante que, aunque la demanda sanitaria cambia no cesa de crecer. Dicen que somos menos, pero cada vez consultamos más. Despoblados, pero dolientes. Aligerados, pero afligidos. Ese parece ser el destino que ya nos ocupa y cada vez debe preocuparnos más.
Planteamientos previos.
Uno de los mayores problemas con que se enfrentan buena parte de las regiones interiores de España es la despoblación, que lleva al vaciamiento y acaba en regiones deshabitadas.
Las Españas despobladas, vaciadas o deshabitadas, son tres conceptos descriptivos similares, pero no idénticos, que se vienen usando con más o menor resonancia periodística, de acuerdo con las modas.
El mismo problema también se podría describir con una fórmula euclidiana. El centro y la circunferencia son zonas potentemente habitadas, mientras que el área de barrido de los radios son zonas potentemente deshabitadas. En alguna ocasión se ha descrito como la España centrifugada.
Conceptos aparte, este es un gravísimo problema, que no parece tener freno, ni retorno, pues, frente a los datos que lo constatan – muchos, diversos y fiables – se evidencia, con pareja seguridad, la inutilidad de las propuestas y métodos puestos en marcha para resolverlo.
Este observador piensa que, cuando eso sucede con un problema, una de tres, o está mal planteado, o las soluciones no son las adecuadas, o es que no tiene solución. Por desgracia esta última opción me temo que nos lleva rondando demasiado tiempo en la cabeza.
Pero, para no perder el optimismo, convengamos que tras un problema sin aparente solución puede ocultase una mala conceptualización del mismo. Y si no tenemos claros los conceptos, todo lo que viene luego, no sirve. De una mala teoría nunca va a salir una buena técnica, y, por ende, nunca va a lograrse una solución práctica. Por eso el objetivo de este breve texto es reconceptualizar el problema, para ver si de ello se pueden derivar intervenciones más efectivas.
Hace tiempo escribí sobre este fenómeno en Castilla y León, que es el más representativo de las denominadas Españas vaciadas: “Para resolverlo se generó una Agenda para la Población de Castilla y León (2010-2020), que pese a ser un modelo de pulcritud en sus propuestas, ha resultado inútil. Desde 1970 a 2000 la población disminuyo progresivamente, luego se estabilizó unos años, pero desde 2010 vuelve a descender. ¿Qué podemos hacer?”
Tras revisar de nuevo dicha “magnífica” Agenda, el problema que se observa es que las propuestas son muy razonables, pero demasiado obvias, son tautológicas, ya que en el caso de que hubiesen resultado efectivas es que hubiera sido innecesario plantearlas.
El segundo problema que se observa, es que se confunden las consecuencias con las causas, con lo cual se acometen cambios de los resultados más que de problemas que los causan. La despoblación o el vaciamiento no son problemas, los verdaderos problemas son las dificultades de habitabilidad de las zonas que como consecuencia de ello resultan esquilmadas de personas.
Por eso creo que, si aceptamos esta situación como un verdadero problema, – que esa es otra cuestión que no deberíamos descuidar – entonces se requiere un cambio en los conceptos que lo definen, en las causas que lo provocan y en las soluciones que se adopten.
Un nuevo análisis conceptual.
- ¿La despoblación, el vaciamiento, es un problema real?
La respuesta afirmativa no parece requerir demostración ni comentario. Se da por hecho que es así, y todos nos sumamos acríticamente a ese juicio. Ahora bien, ¿y si decimos que no?, ¿qué pasa por que haya tierras inmensas despobladas, vaciadas, desertificadas?, ¿realmente pasa algo? A lo mejor es que tiene que ser así, y que la gente se va por que se vive mejor en otros lugares, en otras condiciones, en cuyo caso, para qué cambiarlo, si el resultado de este vaciamiento no es que las que se van vivan peor, sino mejor… y, ojo, no pensemos que “la gente”, así en genérico, “es tonta”, las masas, nos guste o no, no son tan lerdas como los determinados filósofos predican. A lo mejor empeñarse en lo contrario acaba siendo peor para las personas, aunque sea mejor para los montes. No debemos olvidar que en las tierras radiales en general se dan condiciones climáticas y geográficas bastante peores que en las zonas circunferenciales. Luego, en términos de calidad de vida de las poblaciones, irnos a vivir a las costas o al centro, es favorable, al menos a corto o medio plazo.
Asumir que la calidad de vida de los pequeños pueblos es peor que la de las grandes ciudades es otra de esas obviedades que todo el mundo acepta acríticamente, pero que convendría revisar, no sea que nos demos con la verdad en las narices. El ruralismo idílico está muy bien, pero se lleva fatal con las edades extremas, la educación, la salud… y hasta con la diversión. Luego, ¡ojo!, a pensar más y a repetir menos las verdades comunes como papagayos.
- ¿Los conceptos que usamos para describir el fenómeno son atinados?
Anteriormente, para explicar el problema y buscar soluciones se hablaba de despoblación. Pero despoblación es una acción y un efecto de despoblar. Despoblar es perder población, pero también es perder pueblos. Las personas se pierden de los pueblos, pero también de las ciudades, el problema es el recambio de esas poblaciones. Y también se pierden pueblos, pequeñas aldeas deshabitadas por el envejecimiento de las personas y las casas, y en esas condiciones, pretender que las personas permanezcan o regresen, es, sencillamente, una ingenuidad propia de eco-románticos desorientados.
Para describir lo mismo, últimamente se ha inventado un concepto más sonoro, más periodístico, el vaciamiento, la España vaciada. Pero ocurre lo mismo que con el anterior, ese vaciamiento es una consecuencia de algo que no se resuelve llenándolo. Es una España vieja que tiene problemas de retención, poros por los que ese escapa la vida. Y vivir en esos vaciamientos es malo, se mire por donde se mire. Utilizar este concepto para describir y buscar soluciones tampoco resuelve el problema.
El tercer concepto que propongo es el de habitabilidad. Estamos ante el problema de las Españas deshabitadas, porque tienen problemas de habitabilidad. Luego, analicemos un poco mejor el tema de la habitabilidad, que a mi modo de ver es el elemento clave: Si mejoramos ésta, se resolverán aquellas.
En primer lugar, si esas zonas se despueblan y vacían es precisamente porque no son fácilmente habitables. Una de las causas de que no lo sean es, precisamente, porque están despobladas, vaciadas, otra pescadilla tautológica, que no tiene solución.
Otro son las condiciones geo climáticas, extensiones inmensas de soledad, carreteras al infinito del horizonte, un clima mesetario que no es bueno ni para las plantas, cuanto más para las personas… En fin, un montón de circunstancias que, o hay un milagro o nunca tendrán solución.
A veces, un tanto irónicamente, he llegado a decir que la única solución para estas castillas tan austeras y duras es el cambio climático. ¡Véase que desgraciada paradoja!
Pero este fenómeno no es uniforme en las anchas castillas de los cuatro polos cardinales. Realmente afecta mucho más a ciertas zonas o comarcas que a otras, especialmente a las de más baja densidad de población, en las que abundan los pequeños núcleos de población, pueblos tan pequeños que no pueden tener acceso a servicios básicos de salud, educación, seguridad y diversión, etc. Es decir, núcleos de población difícilmente habitables. Ese es el verdadero problema, y en él –quizá – estén las soluciones que – quizá – algún día acaben siendo factibles.
Las soluciones
- Análisis conceptual.
Las soluciones que se han propuesto hasta ahora han resultado inútiles, quizá porque el problema no tiene solución. O quizá porque no es un verdadero problema, sino un dato, un hecho. En ese caso, vale decir aquello de “no resuelvas problemas que no tienes”, máxima infalible de la psicología parda. Si lo intentas, no harás más que complicarte la vida.
Veamos, durante mucho tiempo se ha criticado el problema de la concentración ciudadana de las poblaciones en las grandes urbes. Se ha denostado la huida de los ambientes rurales a los urbanos, como si eso fuera perder ese mundo idílico de la naturaleza primordial. Y se ha dicho que eso era malo para las personas, para la salud, para la calidad de vida, etc. Pero en realidad, sabemos que, por debajo de determinada cantidad de habitantes, los núcleos poblacionales son insostenibles y malos para la vida humana, y que, por encima de cierta cantidad, los núcleos urbanos son invivibles, y malos para la vida humana. Pero ahora hay un movimiento de ciudades sostenibles, al que ya se han apuntado 40, y todas son grandes urbes con muy buenas condiciones de vida. Se puede vivir en Viena tan bien como en Burgos, eso seguro.
Ahora bien, sucede que en las zonas más “vaciadas” hay muchos pequeños pueblos que no pasan de un centenar de habitantes reales, pero que tienen varios centenares censados, aunque la mayoría de esas personas viven en la ciudad más grande próxima, con lo cual no pagan tantos impuestos, y disfrutan de la vida de ciudad y de pueblo al tiempo. Eso es malo para los pueblos, que pasan la mayor parte del tiempo despoblados, vacíos, y malo para las ciudades, que están infra dimensionadas para la población real. Habría que adoptar medidas serias al respecto, que estemos empadronados donde vivamos realmente, o se penalice de alguna manera si no lo hacemos. De lo contrario, en los pueblos pequeños nunca va a ser posible ubicar suficientes recursos sociales, y si logras activarlos estarán infrautilizados, y en las ciudades los recursos sociales siempre serán insuficientes y estarán sobre utilizados. Conclusión, que se acabará viviendo tan mal en un bellísimo pueblecito de la sierra, como en un horroroso arrabal de Madrid.
Por eso creo que todo esto no va a tener solución, y que por mucho que prediquemos, reclamemos, exijamos, la realidad es mostrenca e irreversible. Salir de las zonas despobladas es fácil, volver es imposible. Como máximo la situación se quedará como ahora, o algo peor, y en la mayoría de las zonas empeorará hasta convertirse en verdaderos desiertos.
- Mejorar la habitabilidad.
Habitabilidad viene de hábitat, que, a tener de la denostada Wikipedia, es el lugar donde vive una especie viva, o una comunidad humana.El concepto de hábitat es utilizado por biólogos y ecólogos con acepciones diferentes de los urbanistas o arquitectos. En el primer caso como el lugar con determinadas condiciones para que viva un determinado organismo o una especie. En el segundo caso refiriéndose al espacio construido en el que vive el ser humano.
Pues bien, aunque puede haber seres vivos incapaces de salir adelante, una especie en su conjunto nunca es tonta, si las condiciones de los hábitats no son las adecuadas para ella, se marcha a otro lado. Algunas especies especialmente “tontas” al tratar de adaptarse a los cambios de hábitat desaparecen, se extinguen. Pero si algo tenemos los humanos es pies y manos, ojos y oídos. Y largarnos más allá del horizonte siempre ha sido una tentación irresistible para nuestros culos inquietos. De hecho, eso es lo que nos ha hecho más humanos.
Otras veces nos empeñamos en adaptar las condiciones de los hábitats a nuestras necesidades y caprichos, y, con más o menos esfuerzo y tino entrópico, lo hacemos. Luego, una de dos, o nos largamos a otros hábitats más favorables o los cambiamos. Así de mostrencos y listos somos los seres humanos.
Conclusión, que quizá debamos contemplar el éxodo rural, la despoblación de los hábitats inhóspitos, las Españas vaciadas y centrifugadas como el resultado de actitudes y aptitudes adaptativas buenas, no como el fracaso de nuestros mecanismos de lucha y adaptación. En Burgos, por hablar de mi propia ciudad y provincia, todas las personas mayores que pueden se largan a Benidorm, y todos los jóvenes que valen se largan a Madrid. Y los que se van, desgraciadamente, no son los peores, sino los mejores. Luego… ¡aprendamos!
3. Concentración rural y concentración urbana.
Los seres humanos de todos los tiempos hemos tendido a concentrarnos para vivir mejor, y cumplir con los preceptos evolutivos básicos: Restauración, Relación, Reproducción. En este sentido, una gran pregunta a resolver es cuál es el tamaño adecuado de una población o comunidad para que resulte benéfica para la vida humana. Nadie lo sabe realmente, pero si hay datos de estudios de calidad de vida, de salud, micro y macroeconómicos, y de estados globales de felicidad, que nos pueden ayudar.
Primer elemento: Concentración rural.
Sabemos que por debajo y por encima de determinadas cantidades la calidad y seguridad de la vida empeora. Insistamos, los núcleos rurales de menos de mil personas son incompatibles con las tres “erres”, y para la prestación de ayuda y protección social, y este tipo de comunidades abundan extraordinariamente en las Españas vaciadas. Y lo que es peor, no solo son muy pequeñas, sino que además están muy envejecidas. Luego, qué se puede hacer.
Se trataría de promover políticas sociales que tendiesen a la concentración de poblaciones mínimas en comunidades de no menos de dos mil habitantes. Un pueblo de ese tamaño es bueno para relacionarse y convivir, y garantiza unos intercambios económicos y sociales básicos. Podríamos decir que poblaciones de 2.000 a 10.000 habitantes son pueblos amables con la vida humana. Ahora bien, no lo son tanto con otras cosas, como es el comercio, el desarrollo industrial, las comunicaciones o las diversiones. Es obvio que la vida moderna, con sus ventajas en tecnología de la información y en las facilidades de trasporte pueden resolver esos problemas, pero requieren decisiones políticas e inversiones económicas. En un pueblo de ese tamaño de puede vivir y convivir. Se puede disponer de servicios sociales y sanitarios básicos, y se puede tener hijos que vayan a la escuela. Quizá no un cine y un hipermercado, pero sí suficiente de todo como para que los jóvenes y medianos no deseen salir huyendo, y los mayores y viejos puedan sentirse medianamente seguros y entretenidos. Ya sabemos que las políticas sociales son lentas, pero por eso mismo hay que ponerse a ello, y no con miras cortoplacistas, economicistas y partitocráticas, como se suele hacer ahora.
Segundo elemento: Concentración urbana.
Las pequeñas ciudades de 50.000 a 100.000 habitantes tienen los problemas de las urbes medianas, pero nos sus ventajas. Pongamos un par de ejemplos elocuentes y cercanos. Ciudades en torno a 50.000 habitantes como Aranda de Duero, Miranda de Ebro, Soria, o Zamora, por mucho que estiren sus recursos nunca van a tener suficientes servicios sociales, sanitarios, educativos… etc. Pero si consiguiéramos que se concentrasen y reconociesen en ellas como población todos los habitantes rurales que las “habitan”, quizá alcanzarían tamaños razonables, sostenibles para los servicios, la economía y la diversión. Las políticas de concentración ciudadana en estas ciudades podrían ser perfectamente respetuosas con las normas ecológicas y etológicas de los hábitats saludables. Luego, tendamos a ello.
Tercer elemento: Desconcentración mega-urbana
Madrid – Bogotá ha sido un trayecto frecuente en mi vida. De una ciudad incómoda a una ciudad insufrible. Factores críticos, el tamaño y las comunicaciones. Pero en ambas he vivido en barrios magníficos para vivir si no sales de ellos. Donde caminar no es tóxico ni peligroso. Luego está claro que esas políticas que promocionan el diseño de barrios amables en hábitat mega-urbanos es perfectamente posible. Aplicar los conceptos de etología urbana al diseño de las grandes ciudades es perfectamente posible. Internet está plagado de referencias arquitectónicas, ingenieriles, políticas, etc. Luego, he ahí otra asignatura pendiente de aprobar en muchos sitios, que resolvería una buena parte de los problemas de las mega ciudades.
Cuarto elemento: Ecología y etología del hábitat.
Desde K. Lorenz (1972) sabemos que la etología, entendida como ecología comparada que estudia la conducta del ser humano bajo las condiciones del hábitat, es cardinal para entender los comportamientos sociales, las tensiones, los riesgos, incluso la sociología de la enfermedad.
Los humanos de las Españas deshabitadas actuamos movidos por necesidades e impulsos, por condiciones individuales y supraindividuales, por aprendizajes que inducen movimientos, y movimientos que conllevan aprendizajes. No hay nada de lerdo ni de inmotivado en lo que hacemos o elegimos. Por eso, mientras a los fenómenos del vaciamiento y despoblación no les apliquemos el estudio profundo de los condicionantes ecológicos y etológicos no les encontraremos soluciones.
La propuesta que hago es centrarnos en la etología del hábitat, y no quedarnos en la superficialidad de las medidas obvias y tautológicas a las que estamos acostumbrados, y que son demostradamente inútiles.
Los seres humanos somos los únicos que gozamos del elevado privilegio de conducirnos a nosotros mismos, eso se llama educación, y se basa en el autoconocimiento y la autorregulación de la conducta. Eso es autonomía y es adaptación. Si no comprendemos bien los determinantes de ello de cara al fenómeno que nos ocupa, seguiremos dando palos de ciego. Y las Españas vacías acabarán desérticas, y el hábitat admirable de las castillas acabará en estepas mesetarias pobladas de conejos, bellas colinas plateadas solo habitables por vegetales recios y animales austeros.
Esa en mi propuesta, un análisis valiente de la realidad, que no tenga miedo de aceptar que las condiciones etológicas de los hábitats humanos deben ser las que nos guíen en la búsqueda de soluciones factibles y bondadosas con la vida humana.