“Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes”
Mae West, 1893-1980
Eso me quedó bastante claro, pero lo que no consigo resolver es dónde acabamos los matemáticos. No crean que esta pregunta me surgió en tiempos difíciles, aunque he de reconocer que todo lo que se escribe aquí se hizo en los días de cuarentena por el coronavirus. De hecho, como no me gusta atribuirme méritos que no me corresponden, dejaré en suspenso el origen de dicha cuestión. Sin embargo, “rebuscando” en la memoria que poco a poco se va perdiendo, acabo de encontrar algo que nos puede servir ¿o no?
Disculpen la pedantería, tal vez debería matizar un poco la expresión.
En primer lugar, traduciré los que acabo de escribir… el límite de f de x, cuando x tiende a cero, es infinito.
¿Ahora sí? Tal vez sea que no.
¿Y si les dijera que f(x) es igual nuestra vida y que lo de x tendiendo a cero es cuando morimos?
¿Un poco mejor?
Ah, se me olvidaba, aún queda lo de infinito. Ese infinito es, precisamente el lugar al que nos dirigimos después de la finalización de nuestro proceso vital. Pero ¿qué es eso de infinito? Ahí está la clave de la cuestión, después de muchos años de enseñanza, lecturas, cursos recibidos y búsquedas bibliográficas, no he conseguido descifrar el verdadero significado de ese símbolo.
Es por lo que, cuando necesito ayuda, recurro al diccionario de la RAE y, en este caso como en muchos otros, comparte conmigo esa incertidumbre.
Del lat. infinītus.
1. adj. Que no tiene ni puede tener fin ni término.
2. adj. Muy numeroso o enorme.
3. m. Lugar impreciso en su lejanía y vaguedad. La calle se perdía en el infinito.
4. m. En una cámara fotográfica, última graduación de un objetivo para enfocar lo que está distante.
5. m. Mat. Valor mayor que cualquier cantidad asignable.
6. m. Mat. Signo (∞) con que se expresa el infinito.
7. adv. Infinita o excesivamente.
Lugar impreciso en su lejanía y vaguedad. Debe ser que los matemáticos estamos condenados a vagar por el inframundo, ahora que el purgatorio despareció. Menos mal, que siempre hubo algunos que tuvieron claro que acabarían bajo tierra y, como buenos científicos, lo único que les importaba era “quitar hierro al asunto”.
Ahí tienen la tumba de Diofanto de Alejandría, en la cual se puede leer…
“Caminante, esta es la tumba de Diofanto: es él quien con esta sorprendente distribución te dice el número de años que vivió. Su niñez ocupó la sexta parte de su vida; después, durante la doceava parte su mejilla se cubrió con el primer bozo. Pasó aún una séptima parte de su vida antes de tomar esposa y, cinco años después, tuvo un precioso niño que, una vez alcanzada la mitad de la edad de su padre, pereció de una muerte desgraciada. Su padre tuvo que sobrevivirle, llorándole, durante cuatro años. De todo esto se deduce su edad.“
(La traducción es una versión libre)
Hay otras más recientes y, según parece muy peligrosas, como la del matemático Allan Robinson (fallecido en 2012).El Concejo Municipal de Farndon, Reino Unido, considera que la inscripción es inapropiada, ya que la inscripción iba “en contra de las directrices para inscripciones de lápidas”. No sé si los matemáticos irán al cielo, al infierno, al extinto purgatorio o vagarán por el inframundo. No sé si nuestro vocabulario es algo sectario y sólo para “iniciados”. No sé si transmitimos una imagen de rareza o es que, realmente lo somos. Lo que sí sé es que a nadie dejamos indiferentes, tanto por lo bueno (todo), como por lo malo que ven en nosotros. Es por eso que, adaptando una de las frases más míticas de Tierno Galván os digo, ¡Lectores: el que no esté preparado que se prepare… y al loro con mi futuro epitafio!
Gracias a Chumy-Chumez por haber reflejado con tanta exactitud lo que nunca supe expresar. He de reconocer que siento un poco de “celo”, profesional o no, porque la idea no se me ocurrió a mí. Imagínense cuántas ecuaciones habré resuelto a lo largo de mi vida docente y, sin embrago, me ha quedado la más fácil, la única en que, antes incluso de plantearla, ya se sabe la solución.