La mayoría de mis alumnas de la ESO están colgadas de Tom Holland, y esa es la escasa, pero sin duda muy sólida, base sobre la que descansa la última gran producción del lanzarredes. Y es extraño, porque Holland tiene corte de actor clásico, se da más un aire a Mickey Rooney que a Tom Cruise, y de hecho es británico. Para mi arcaico gusto, que se forjó en los tebeos de Vértigo (o Bruguera, que eran aún peores, no recuerdo bien) horriblemente traducidos y coloreados a partir de los originales de Stan Lee y John Romita Senior, el Spiderman más fiel a aquella gloriosa etapa en la que Peter Parker era un adulto con pantalones de campana que tenía una estatua de indio coloreada a la puerta de su apartamento fue el de Andrew Garfield. Garfield, en efecto, tiene las patillas justas para ser el digno y atribulado Parker de Romita Senior, un grandísimo dibujante (mucho mejor que su hijo, todo sea dicho para fastidiar). El Spiderman de Tobey Maguire, en cambio, no existe, hasta donde yo sé, en los cómics, es algo así como una versión de derechas de Spidey tal y como la gente que no lo ha leído imagina que debería ser un héroe –y, de hecho, así lo dice la Tía May en el parlamento más soporífero de la trilogía. Pero vuestro amigo y cordial vecino Spiderman no puede ser derechas, porque su seña psicológica fundamental es el sentimiento de culpabilidad y su condición material sempiterna la pobreza, aunque tenga poderes de sobra para generar una fortuna, como hizo Ezekiel Sims con las mismas dotes. Para colmo, se le mueren los amigos, se le mueren las novias (el épico y melodramático original que leímos de niños, nuestra educación spidersentimental, (lo tenéis aquí), se le muere el tío Ben y hasta le persigue la policía y la prensa, como si fuera un Julian Assange con mallas)
Holland, en cambio, es el “monísmo” Spiderman de la línea Ultimate, es decir, el que pretendió conectar con el nuevo público lector adolescente. Los fabricantes de estas películas cada vez son más inteligentes, y ha llegado un punto ya en que afinan tanto que te hacen una cosa que es imposible que no guste a todo el mundo. No Way Home tiene chistes bastante buenos, los villanos son demasiados pero tienen su personalidad (descacharrante cuando Jamie Foxx le dice a Garfield que le imaginaba negro), el congreso entre los tres avatares de Spidey para investir a Holland como sucesor resulta entrañable y tenemos también escenas, que no voy a destripar, de gran emotividad. Las secuencias de acción suelen aburrirme, pero en esta han sido sumamente perspicaces también en esto, recuperando esos pináculos de andamios, grúas y edificios en construcción que tanto juego dieron en una de Maguire y en la primera de Garfield. De noche, y con esa estructura como de metálicas Porn Ruins para columpiarse, las acrobacias resultan mucho más impresionantes y como de escenario de fin del mundo en el que se dirime el destino de la humanidad (truco también usado magníficamente en Terminator 2 y la primera de X-Men, Estatua de la Libertad incluida). Si a eso le añades la presencia del Doctor Extraño, un personaje que encarnado por Benedict Cumberbacht pega un giro de 180 grados semejante al imprimido a Iron Man encarnado por Robert Downing Jr. (en mi opinión, fue esa habilísima maniobra la que hizo Vengadores posible, y ya todas las películas Marvel son de los Vengadores, también esta), entonces el espectáculo está servido. Doctor Extraño, cuando era un soso y un serio, también era amigo de Spiderman en los tiempos de Lee/Romita Senior. Aquí mantiene unos diálogos divertidísimos con Holland, y, desde luego, la llamada Dimensión Espejo, en parte inspirada por el Origen de Nolan, engrandece y abisma cualquier película (mi hija, que va de que no le gustan las mates, alucinó con la manera en que Spidey soluciona el problema).
En resumidas cuentas, que si usted no es Carlos Boyero, pasará un buenísimo rato con Spiderman No Way Home. Spiderman no es un muñequito de merchandising más, Spiderman es, ya lo he dicho, nuestro amigo y vecino Spiderman, el único personaje de Marvel, junto con Ben Grimm, The Thing, que es más, enormemente más, Peter Parker que Spiderman. Lo más bueno de todo, lo que hace que te percates de lo listísimos que han sido estos últimos años en Marvel al volvernos a vender su panteón de semidioses esta vez en pantalla grande es que al término de la película en cierto modo la situación vuelve al punto de partida humilde pero noble de Stan Lee y John Romita Sr. Es mi opinión que el día en que China sea capaz de comernos el coco y robarnos el corazón de esta manera seremos totalmente suyos…