Daniel Dennett “in memorian”

Me resulta desolador que existan tan pocos filósofos como Dan Dennett. Me resulta frustrante que en mi gremio sea la excepción, más que la regla, intentar estar bien documentado en temas científicos y, antes de defender cualquier tesis, darse una buena vuelta por la bibliografía científica al respecto para comprobar si lo que uno dice tiene algún tipo de respaldo más allá de ser una opinión u ocurrencia de cuñado de turno. Así, me resulta doloroso hablar con compañeros que desconocen la obra de Dennett mientras leen con fruición a autores superventas como Byung-Chul Han, en el que no solo no se encuentra ni una sola referencia a estudio científico alguno, sino en el que es difícil encontrar argumentaciones propiamente dichas.

Tampoco entiendo cómo no hay más filósofos con la militancia atea que tuvo Dennett. En un mundo en el que cada vez menos gente cree en las religiones oficiales, parece muy extraño que no existan más cosas parecidas al grupo de los cuatro jinetes del ateísmo del que Dennett formó parte junto a Dawkins, Harris y Hitchens ¿Por qué no hay nada así en el ámbito castellanoparlante? ¿Seguimos con la filosofía de convento que hemos hecho de toda la vida?

Y, por último, no entiendo ni entenderé nunca, cómo no hay más filósofos que escriban con la claridad con la que lo hacía Dennett. Es terriblemente común en el mundo de la filosofía encontrar textos absolutamente ininteligibles en los que los autores no han tenido ni la más mínima deferencia con el lector (¿Para quién escriben?). Me hace especialmente gracia el caso de Jacques Derrida, quien escribe con un estilo salvajemente críptico y cuando se le critica por ello, siempre responde que no se le ha comprendido bien. El caso es que en esas oscuridades siempre hay algo de impostura: parecer mucho más inteligente, sabio y profundo de lo que uno realmente es; y oscurecer lo que, realmente, es falta de contenido. Me ha pasado muchas veces en mi carrera de filósofo: me he peleado durante mucho tiempo con textos que, cuando consigues descifrarlos dentro de lo posible, las ideas ocultas no eran para tanto ¿Merece la pena? Ya os digo yo que no.

Daniel Clement Dennett III nació en Boston el 28 de marzo de 1942. Su padre, Daniel Clement Dennett II, era un agente encubierto de la inteligencia norteamericana que se hacía pasar por agregado cultural de la embajada de Estados Unidos en Beirut, por lo que el pequeño Dan pasó gran parte de su infancia en el Líbano. Desgraciadamente murió en un accidente aéreo en Etiopía en 1947. La madre de Dennett, la maestra y editora Ruth Leck, se llevó a sus hijos de vuelta a los Estados Unidos. Dennett estudió en el PEA (Phillips Exeter Academy), un colegio privado de alto rendimiento en donde te preparaban específicamente para ir a Harvard. Si bien comenzó a estudiar matemáticas en la Universidad de Weyslan, Connecticut, parece ser que leyó al lógico y filósofo del lenguaje Willard Van Orman Quine (Quine para todo el mundo, y otro de mis héroes intelectuales), y decidió estudiar filosofía en Harvard, únicamente, para decirle a Quine que no llevaba razón. En Harvard terminó su Bachelor of Arts en Filosofía en 1963.

Su director de doctorado fue Gilbert Ryle, famoso miembro de la Escuela de Oxford (la segunda generación de filósofos analíticos que seguían al Wittgenstein de las Philosophische Untersuchungen) quien escribió una de las obras de Filosofía de la Mente más relevantes de la segunda mitad de siglo: The Concept of Mind.(1949). Allí criticaba el error categorial que cometió la filosofía cartesiana al pensar en una mente inmaterial encarnada en un cuerpo material. Es celebérrima la expresión ryleana «El fantasma en la máquina». Ryle pensaba que el concepto de mente surgía del error de dar sustancia a algo que no la tiene, de tratar como una «cosa» a algo que no lo es. La mente es tan solo una palabra que utilizamos para designar a un conjunto de disposiciones conductuales, de las posibilidades de acción que son nuestras distintas habilidades cognitivas. La mente, estrictamente hablando, no existe, y todos los problemas a los que los filósofos llevan dando vueltas siglos y siglos vienen dados por ese error.

De 1965 a 1971, Dennett enseñó en la Universidad de California, Irvine, pero pasó la mayor parte de su carrera en la Universidad de Tufts (centro privado cerca de Boston), donde dirigió el Centro de Estudios Cognitivos junto con Ray Jackendoff. El proyecto filosófico de Dennett fue el mismo desde el principio: ofrecer una filosofía de corte científico que pudiese ser útil a la propia empresa científica. Su obra más famosa, The Conscious Explained (1991) fue todo un best-seller, recibiendo furibundas críticas por parte de, prácticamente, todo el mundo (Curiosamente, en la Wikipedia en castellano no hay página de esta obra; y en formato físico fue editada por Paidós, pero se encuentra agotada desde hace ya unos cuantos años. Nada, señores editores, sigan editando a Han). En esta obra, basándose en evidencias de las neurociencias, la psiquiatría o la inteligencia artificial, Dennett pretende demostrar que la consciencia es tan solo una ilusión. Esta tesis es, probablemente, lo más contraintuitivo que puede plantearse ¿Cómo no va a existir mi consciencia si es lo más cercano, lo más inmediato que se me presenta en mi existencia? ¿Cómo no va a existir la única certeza que nos dejaba la filosofía cartesiana? ¿Acaso cuando me duelen las muelas no me están doliendo verdaderamente? De aquí lo controvertido del libro y las ampollas que levantó. Dennett arremete contra los qualia, las sensaciones asociadas a las experiencias subjetivas como la rojez del color rojo de una manzana, o el mencionado dolor de la infección en una muela. Su argumento central es que las ideas que los diferentes filósofos dan de ellos (inefables, privados, inmediatos, incorregibles, etc.) son confusas y contradictorias entre sí, por lo que sería mejor prescindir del concepto de qualia para explicar la consciencia.

Dennett expone allí su crítica a la idea de teatro cartesiano y su teoría de los borradores múltiples. El teatro cartesiano consiste en pensar que nuestra vida mental ocurre como si la mente fuera un teatro, un lugar, en el que una especie de homúnculo percibe nuestras percepciones. Esto llevaría a una insalvable regresión ad infinitum, ya que el homúnculo necesitaría a su vez a otro, éste a otro y así sucesivamente. No, para Dennett este homúnculo, este Yo, no es más que una abstracción. Nuestro cerebro es, fundamentalmente, una herramienta al servicio de nuestra supervivencia biológica. Para ello, elabora diferentes interpretaciones de lo que sucede en el mundo a partir de la información que le llega de éste, creando una serie de borradores que compiten por ser el foco de atención que guíe la acción. La mente no tiene un puente de mando desde donde un capitán ordena qué hacer, sino que existen un montón de módulos que funcionan en paralelo. El Yo no es más que una forma de hablar, un centro de gravedad narrativo a donde tienden todas estas historietas, algo parecido al modelo pandemónium de Oliver Selfridge. Tenemos alma, decía Dennett, pero está hecha de una gran multiplicidad de robots diminutos

Su otra gran obra, Darwin’s Dangerous Idea (1996, editada en castellano por Galaxia Gutenberg, pero de nuevo, agotada) lo consagró como un darwinista ortodoxo, defendiendo el adaptacionismo en su versión más dura, y estableciendo un agrio combate dialéctico con el famoso paleontólogo, y mejor divulgador científico, Steven Jay-Gould. Para Dennett, la evolución es un proceso algorítmico, mecánico y ciego que crea la inescrutable complejidad del mundo biológico sin la necesidad de ningún diseñador inteligente. Y esta es la idea más peligrosa que jamás se haya pensado, un ácido universal, que corroe todo lo que toca, que atraviesa de forma transversal todas las disciplinas del conocimiento humano. Si aceptamos esta idea, tenemos que prescindir de gran parte de nuestro bagaje intelectual, de nuestras más arraigadas creencias. Dennett denuncia la existencia de ganchos celestiales (skyhooks), de intentos de explicación que acuden a la divinidad para intentar escapar de las dolorosas consecuencias del ácido de la selección natural. Para uno de los pensadores que más se han tomado esta idea en el ámbito hispanoparlante, Carlos Castrodeza, el darwinismo no lleva a otro lugar que al nihilismo (recomiendo su La darwinización del mundo de 2009, editada en Herder): las grandes ideas de la metafísica occidental, toda la filosofía moderna, toda apelación a la trascendencia o a lo sobrenatural, se derrumban.

Dennett tenía la mente de un ingeniero. Su filosofía era eminentemente práctica: intentaba crear herramientas para solucionar problemas. Abordaba los problemas filosóficos no como misterios insondables (no hay filósofo al que le den más alergia las profundidades metafísicas), sino como adivinanzas o acertijos matemáticos, como trucos de magia que hay que desvelar. Es por eso que le gustaba tanto la ingeniería inversa: si te encuentras un reloj, desármalo y vuélvelo a montar pieza por pieza, comprendiendo cómo funciona cada engranaje. Para Dennett, apelar a Dios o a lo sobrenatural no era más que una solución fácil producto de la pereza mental. Si no sabes cómo funciona no recurras a Dios, sino redobla tus esfuerzos por comprender.

Daniel Dennett también fue un ejemplo de filósofo comprometido, valiente, que sale a la palestra de la arena pública. En el mundo filosófico lo más común es encontrar a las grandes mentes refugiadas en la torre de marfil del academicismo, alejadas del mundanal ruido pero, precisamente por eso, con total incapacidad para influir en él. Dennett nunca se escondió y, gracias a ello, sus ideas tuvieron impacto en la sociedad. Es por eso que necesitamos más filósofos como él y que su pérdida sea una verdadera tragedia para la filosofía. Esperemos que su última obra, su biografía intelectual I’ve Been Thinking (2023), se traduzca pronto al castellano.

Dan Dennett falleció el pasado 19 de abril a los 82 años de edad. DEP uno de los filósofos más importantes de nuestro tiempo.


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1 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Conocí a Castrodeza. Sin duda en esto que mencionas tenía razón. Tengo la tesis, sin apoyo documental, lo reconozco, de que la ciencia moderna fue forjada o al menos influida por el libertinismo ateo del s. XVII. De ahí que autores como este nos sigan dando la tabarra libertina, cuando ya no viene al caso en un occidente secularizado y hedonista. Pero, bueno, parece que sigue dando fama y dinero….

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