Octubre 2025

Diario de un Savonarola

El gran prohombre de la no violencia, el indú Mahatma Gandhi, dijo durante una arenga en Bolpur: “Correrán ríos de sangre antes de que conquistemos nuestra libertad, pero esa sangre deberá ser la nuestra.”.

Sangre y libertad han ido siempre unidas en el decurso de la Historia y, de tal unión, los hombres hemos ido conquistando pequeños tesoros de libre expresión y hermosos espacios de convivencia.

Precisamente por lo costoso de estos logros, por su sello de sangre, por su rastro de sufrimiento y vidas dejadas en el camino, debemos salvarguardar la memoria de quienes, con su entrega por la causa de la paz, la libertad y la justicia, han propiciado y propician cada día nuevas esperanzas humanistas.

Quien recuerda y extraña es un hombre dispuesto a lanzarse al futuro con los brazos abiertos, amparado por la solidez de quienes labraron ese futuro. El que no olvida sus principios y a quienes los cimentaron es digno de seguir, porque somos la exacta continuación de quienes nos precedieron y debemos ser el ejemplo de los que nos continuarán.

No seríamos dignos si no pusiésemos en valor a esos referentes que cada día consiguen que uno de los más hermosos conceptos del humanismo, la libertad, se vaya desvinculando un poquito de la sangre… Y, si fuera preciso, que esa sangre siga siendo nuestra.

También dijo Mahatma Gandhi: ˝La causa de la libertad se convierte en una burla si el precio a pagar es la destrucción de quienes deberían disfrutarla”.


Hay una libertad disparatada que se entiende por sus usuarios como meta conseguida, cuando la libertad siempre fue el camino, como Ítaca, y no una situación estática. En esa libertad disparatada se asientan los tipos de la comunicación global, del capitalismo feroz o del poder político… Su idea ‘liberal’ de la cosa supone que para conservarla y defenderla es preciso normalizar ciertas situaciones ‘menores’ [según ellos] de sometimiento forzado y forzoso que propicien el bienestar artificial de muchos en detrimento de unos pocos. Su mundo libre es de valor consumista y de contrastes tintados de sonora injusticia, su acto más libre es la competencia [ganar, vencer, derrotar…] y su pasión más ardorosa es convencer a la masa de que se siente cómoda en esa situación y que no luche ni se subleve por conseguir la verdadera libertad, esa que va unida sin medias tintas a la justicia.

Salir de su trampa es prácticamente imposible desde los actuales parámetros sociales, y debe ser labor de los intelectuales hacer saltar una pequeña chispa de compromiso que propicie una revolución contra estos señores empingorotados del poder omnímodo. Ahí tienen ustedes una causa por la que crear, reflexionar, idear y dar el máximo de sus dotadas inteligencias para sentir que han pasado por la vida con un pequeño atisbo de dignidad… Dje ‘prácticamente imposible’, que no imposible.

Torres más altas cayeron a lo largo de la Historia y siempre fue gracias a hombres que fueron capaces de mover a las masas a base de entusiasmo y palabras medidas [nunca comedidas].

Ya lo dijo el no violento Mahatma Gandhi: “La causa de la libertad se convierte en una burla si el precio a pagar es la destrucción de quienes deberían disfrutarla”… Justo lo que ahora sucede mientras nos adormecen con historias de fantasmas y extraterrestres, concursos de cocina, partidos de fútbol, juegos de Nintendo, y hasta esta puñetera y tangible trampa virtual de internet.

Escribir sin sentir la necesidad de denunciar lo que sucede es absolutamente inmoral… Y hacer lo contrario quizás sea perder el tiempo.

Aunque todavía hay clases.


Leo mis últimos poemas en fase rem [los poemas, claro, no yo] y les aplico, como siempre, esa estrategia deconstructiva que aprendí hace unos años de la lectura de Jacques Derrida, buscando las diferencias que existen entre el significado de las palabras que he utilizado y lo que en la realidad representan.

Es un trabajo que me encanta y con el que disfruto mucho, pues descubro en mi proceso expresivo un montón de situaciones metafóricas que yo había anotado en primera instancia como justa realidad.

De la deconstrucción obtengo riqueza de significados y suelo encontrarme con gratísimas sorpresas. En este proceso es donde empiezo a tomar consciencia del valor de mis poemas y, sobre todo, de la dosis de indicio y de potencialidad que contienen. Muchos parecen radicalmente distintos a mi mirada después de haber pasado el cedazo deconstructivo, ello a pesar de que apenas hago cambios sobre la idea inicial.

Es ahí donde aparecen las lecturas estratificadas de un poema que a primera vista trataba un sentimiento con exclusividad, de ahí surgen los caminos paralelos del poema y la posibilidad de hacerse únicos y distintos en cada lector/receptor… Era éste un camino que siempre tuve la necesidad de controlar al máximo [es quizás lo único que intento controlar con tozudez de cada poema] y que descubrí en unos textos espesos de Derrida, de los que debo confesar que solo capté la idea que me interesaba [el interés lo creó la idea de deconstrucción, claro, sin que yo fuera a por ella] y dejé aquello por imposible, dándole a la idea Derrida una explicación simplista que me sirviese… Y me sirve de maravilla.


Con 19 años todo era atractivo a la mirada, el mundo estaba poblado de caminos abiertos por hollar y la vida se presentaba franca y dispuesta para tomarla y vivirla…

Ya con 67 años, todo ha tomado la pátina de la decepción y solo el estado de búsqueda puede hacerme permanecer fresco y atado a una vida que aún puede guardarme un puntito de luz y sorpresa si me empeño en ello.

Mientras que con 19 años no importaban las palabras como ‘valor’ tangible de lo vivido y de lo por vivir, con 67 años se han hecho herramienta imprescindible para intentar engañarme en el asunto de que mi vida es pura supervivencia. Ahora no importa tanto lo que quiero decir [antes era siempre lo fundamental: gritar aunque no supiera cómo hacerlo] como de qué forma decirlo [ahí tienes preclaro el personal asunto deconstructivo traído de Derrida al que me refería hace unos días]. Necesito que mis palabras acoten, se cierren lo más ajustadamente posible al concepto que quiero expresar… O que se pluralicen en su significado,  pero siempre bajo mi control minucioso.

Antes caía sin problemas y sin sonrojo en la generalización, no medía las consecuencias porque no me importaban demasiado. Ahora procuro escribir cada una de mis palabras con una medida exacta, sopesando su ‘valor’ de proyectil o de caricia.

También entiendo que eso me deshumaniza, pues sacrifico la frescura [calidad que fue mi norte durante demasiados años], pero me proporciona un poder que no conocía entonces: el de saber que la fuerza añadida al peso de cada palabra la pongo yo y solamente yo, de tal forma que, conociendo su calibre, averiguo cómo llegará, hasta dónde alcanzará y en qué forma hará herida o conseguirá restañarla.

Este proceso en el que me encuentro también me permite asistir a la relectura de mis poetas preferidos y encontrarlos distintos, ya que no solo leo sus poemas como conjunto plástico y creativo, sino que asisto a ellos con ojos de histólogo, deteniéndome en cada una de sus palabras, en el tejido de cada verso, y encontrando gozo o decepción en ese universo escondido que se hace descubrimiento paralelo al de la oportunidad del poema… Es luz sobre la luz, conocer las cartas que tiene el contrario antes de que se desarrolle la jugada, pero sin intervenir en el resultado, ya sea errado o absolutamente brillante.

Entenderé perfectamente que un joven de 19 años vea que mi proceso actual se queda en lo anecdótico para huir de la raíz pura del poema [que en la juventud es el ‘mensaje’], que suponga una pérdida de tiempo el trabajo reflexivo alrededor de unos versos tan preclaros (¿) y conocidos como, por ejemplo, ‘Vendrá la muerte y tendrá tus ojos’.

El joven de 19 años los estampará en una camiseta junto a, yo qué sé, la imagen de El Che; los dibujará en su carpeta universitaria junto a una foto de los Extremoduros y lo mostrará ufano y sonriente a los ojos cerrados de la plebe… El mensaje sobre cualquier otra valoración, y el ‘mensaje’ unido a la ‘estética’ en una nebulosa que termina siendo confusión eterna muy bien aprovechada por la mercadotecnia, ese pozo sin fondo al que todos lanzamos monedas a diario para intentar convertirnos en lo que nunca podremos ser.

Derrotado y escéptico, casi puedo afirmar que prefiero mis 67 años, con sus miedos y sus fobias, con sus dolores y sus manías, con su doloroso descenso físico y con este enredado proceso de las palabras y a las palabras.

Me lo dijo Joan Margarit en Lucena y ya lo he relatado aquí algunas veces y con distintos fines: a cada edad del hombre le corresponde una edad de la mujer y una edad de las palabras.


Utilizo las palabras en el sentido más agrio del término ‘utilizar’, y lo hago para impulsarme hacia una estética e incluso para intentar impulsar a la Lengua [no es pedantería, dios me libre, que es normal que quien usa impulse el objeto usado hacia su recreación e incluso hacia un cambio que puede hacerse patente en el tiempo… Y ya lo hacía Brodsky sin sonrojo alguno y hasta con auténtica satisfacción].

El problema de utilizar las palabras como combustible es que a veces se pierden las referencias reales y se llega a perder hasta el instinto de conservación solo por pronunciarlas o escribirlas en el orden y con la solución hacia fuera que te pide el cuerpo. Es en este punto donde resulta absolutamente importante haber trabajado sobre tu calidad de bufón, haber logrado que el general de la gleba te acepte como tal y te permita ser abiertamente lo que no le permitiría a un ciudadano normal en las mismas circunstancias.

Es en este punto donde notas que tienes el control de tu existencia, donde te acercas más a un estado de libertad que te permite pasar por encima [y pateando] de las supersticiones religiosas, sobre el ‘deber’ y la ‘obediencia’, sobre las estructuras del poder establecido que edifica sus conceptos terribles con absurdo valor de ‘verdad’. Es en ese espacio donde puedes poetizar negando cualquier autoridad que no sea la que tú establezcas. Entonces, cuando todo se alumbra con tu luz, y no con esa luz mortecina de los otros, la ética y la estética se hacen unidad indiscutible y caminan hacia ese impulso de la Lengua que resulta a la vez impulso de uno mismo hacia donde sea.

Llegado a ese punto, no existe inseguridad porque no hay miedo posible que pueda distorsionarte desde el exterior. Tú creas tus miedos y los destruyes o los llevas a su extremo.

¿Imagináis un mundo de hombres en tal estado?, ¿un mundo de individualidades no sometidas, capaces de expresar y vivir con tranquilidad el valor del contrapoder?

Decía también Joseph B. que ‘si un poeta tiene una obligación respecto a la sociedad, es la de escribir bien. Al formar parte de la minoría, no tiene otra opción’… Y es ahí donde debemos obligarnos si entramos en la vorágine del bufón, en escribir bien. Y también en aprender a soportar el hedor de nuestra conciencia mientras lo mostramos.

La edad tiene estas cosas, te hace llegar a estos paisajes y hasta habitar en ellos a ratitos aunque todo se tuerza. Es quizás lo mejor que se puede alcanzar en el descenso. Y no es poco.


La individualidad necesaria consiste fundamentalmente en establecer criterios personales y pensar por ti mismo bajo cualquier circunstancia [por lo menos intentarlo a diario], en tener una exacta conciencia de lo personal y educarla en la singularidad, en conocer y afirmarnos en nuestra responsabilidad ante el mundo y ante nosotros mismos, en luchar contra la idea de sometimiento a los otros y a las cosas de los otros [y así no sentirnos nunca víctimas, que es la peor de las condiciones que se pueden suponer en un ser humano]. 

En la individualidad uno siempre fracasa solo y el fracaso del grupo no le afecta porque nunca es su fin el propiciarlo. Tampoco triunfa uno en la individualidad, solo camina, pues el triunfo requiere de la mirada exterior y del aplauso ajeno.

La premisa primera es no dejarse llevar por lo exterior jamás, mantener el camino marcado y no admirar porque otros admiran, ni odiar porque otros odian.

Después hay que percatarse de que los gozos más intensos proceden de uno mismo y se desencadenan también en uno mismo [el proceso creativo y estético es quizás la mejor muestra], por lo que hay que cultivarlos hacia adentro, sin valorar sus consecuencias éticas ni los ajustes a la moral, que son circunstancias que requieren del grupo, cuando no las impone ese ‘otro’ emboscado y empeñado en someter.

Solo desde estas premisas, desde esta visión individualista del desarrollo humano, pueden lograse avances revolucionarios que afecten a todos positivamente, pues la ruptura intelectual del sistema [despreciando su ética acomodada y su moral cansina] es la única posibilidad tangible de cambio [y lo demuestra con múltiples ejemplos la historia de las civilizaciones, en las que brillantes individualidades son capaces de armar giros humanistas de 360 grados en breves plazos de tiempo, giros que redefinen el valor de las tecnologías y de las artes, de la ciencia y del pensamiento… Y,  por tanto, de los sistemas políticos y sus usos].

Sé que desde los diversos pensamientos progresistas de la izquierda moderna (?) y desde los antiguos postulados de la izquierda obrera [aquella de los parias de la Tierra] no se entiende la individualidad como un aspecto positivo del hombre, se la denigra poniéndole el marchamo de ‘liberal’ y propia de cavernícolas conservadores, y eso me duele y me mosquea, porque yo me siento en ese tono de pensamiento obrero en el que los valores de igualdad, justicia o solidaridad son camino de libertad y de progreso, valores de alto humanismo, pero anular al individuo en su desarrollo como tal me parece tan grave como privarle de todos esos valores para convertirle en la fuerza del hormiguero.

Creo que hay una individualidad que vibra en esa línea de pensamiento, sé que la hay y quiero perseverar en ella, empeñarme en sacarla adelante para mi uso y disfrute, buscarle las vueltas para rebatir esa idea oscura de que el individualismo es egoísta y egotista. Poder decirle con argumentos a esa clase que vive ‘cargada de razón’, tanto en sus tramos de poder como de oposición, que el fracaso de uno no es el fracaso de todos, y que el triunfo de uno puede ser también el triunfo de los demás. 

Creo que mi curiosidad por lo extraño [y también por la creación poética] proviene de una cosa salesiana que estaba fundamentalmente trabada por el terror que yo sentía hacia aquellos enseñantes energúmenos [no todos, por dios] que respondían con exageración torturadora al menor gesto dubitativo de los alumnos. Recuerdo que cuando volvía a casa desde el colegio [después de pasar por la postortuta de la banda de la Plaza Mayor liderada por Corrales], mi misión autoimpuesta consistía en colocar los cuadernos de deberes en orden sobre la mesa: los últimos siempre eran religión y ciencias naturales, y los primeros, por supuesto, las matemáticas de Víctor Lobo, la Lengua de Jesús de Miguel y el francés de Ciriaco de Andrés Peña. Después de arbitrar con conciencia el orden de realización de trabajos, echaba un somero vistazo a los contenidos a trabajar y estudiar… Y decidía comenzar siempre por lo más dificultoso, ya que solo con pensar que me podían preguntar al día siguiente aquellos malvados con su regla de madera y la campana de bronce en las manos, sacaba la poca memoria que tenía [es una de mis mayores faltas, la memoria] y me machacaba hasta que aprendía aquellas rarezas de la Lengua, las matemáticas, el francés o el latín… Aún recuerdo de corrido el ejemplo latino de encabalgamiento: ‘quadrupedanteputrensonitumquatitungulacampum’ [nunca supe lo que significaba, pero la verdad es que mis versos saben encabalgarse y lo hacen con frecuencia], las preposiciones propias: ‘aantebajocabeconcontradedesdeenentrehaciaparaporsegunsinsosobreytras’, los ejemplos de palabras bifrontes: ‘amor–roma’ y ‘la mina de sal–la sed animal’… o teoremas rarísimos y tiempos verbales en francés que decía de corrido con pronunciación castellana recia: ‘yetieile… nusavonvusaveilson…’, y el jodido vocabulario bilingüe y de corrido: ‘casamesón… pastelgató… ventanafenetr… lapizcrayón… tíooncl… mesatabl… regalocadó…’. O aquellos comienzos y finales de los anhídridos que aprendí con la regla mnemotécnica: ‘hipo, oso, oso, ico y perico’… o el jodido sistema periódico que aún me sé de memoria: ‘sodiolitiopotasiorubidiocesioyfrancio…’ [recuerdo que siempre me quedaba trabado en el molibdeno].

De aquel terror me vino este puñetero versificar midiendo o buscando la música, la pasión aforística y la búsqueda de los cuádruples sentidos de las palabras en una frase [y la deconstrucción, amigo], el jugar a hacer anagramas y palíndromos [el mejor que he hecho es “ateneo en eta”], el buscar pentavocálicas mientras conduzco en mi Jeep o en inventarme simples charadas.

Es, quizás, lo único que le debo a los molondros padres salesianos… Eso y mi afición al baloncesto.


Con el tiempo me he percatado de que para conocer mejor el castellano es imprescindible haber naufragado en otra lengua. Solo desde la mágica conversión de las palabras de un idioma a otro, desde los giros distintos para una misma idea, incluso desde los distintos significados que ingentes términos de nuestro idioma tienen en los diversos países hispanoparlantes…, puedes percibir la riqueza significativa y expresiva de tu lengua natal. Sucede lo mismo que con el asunto de habitar en una tierra durante años y sorprenderte de pronto con que no conoces sus edificios singulares, que no has visitado sus museos con atención, que no te has fijado en los artesonados de sus iglesias o que, simplemente, no has mirado hacia arriba cuando caminas para empaparte del universo de balcones, galerías y decoraciones. Llegamos a habitar nuestro espacio como en un acto reflejo, igual que llegamos a hablar nuestra lengua de la misma forma, sin ser sensibles a su potencia y sus hermosos valores, sin percibir su fuerza ni las capacidades que nos prestan como herramienta o arma, como camino de conocimiento y quizás hasta como meta.


Recomendaba don Miguel de Unamuno entre sus luces y sus sombras que procurásemos vivir en continuo vértigo pasional, dominados por una pasión cualquiera, ya que –decía– solo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente duraderas y fecundas… Y el problema del apasionamiento es justamente el alto porcentaje de fracaso en lo que produce en ti pasión, conjugándose que un ser apasionado está divinamente encendido mientras nada en su pasión, pero se apaga totalmente cuando fracasa en su pasión… Y no hay peor mal que yo pueda imaginar que el de llegar a la frustración por el apasionamiento, siendo quizás mucho mejor hablar del esfuerzo de voluntad que del ‘gusto vehemente’ que supone la pasión, más cuando tomamos consciencia/conciencia de que trabados en la pasión jugamos en una peligrosa línea que separa la luz de la sombra absoluta en lo personal.

Me interesa mucho el tema, porque soy un apasionado visceral y conozco en mis carnes el dolor del fracaso en una pasión, sé el golpe que te deja en el cuerpo y lo complicado que resulta entrar en un camino de recuperación [que nunca es total, ya que la marca del fracaso de una pasión es eterna y late puñeteramente].

Para seguir disfrutando de Luis Felipe Comendador
Abril 2025
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