Domingo todos los días

Fotografía André Kertész

Ya no está hecho de parques, ni playas, ni regresos en auto. El domingo ahora tiene espectáculos simples: una moto que pasa a lo lejos, un pájaro que casi se cae de la rama, un vecino brusco abriendo la persiana de un tirón, un camión de basura que llega con su brazo mecánico a vaciarse un tacho encima. Y ya. Cosas que pueden verse desde una ventana o un balcón.

Hoy fue así pero gris, golpe bajo para la ropa húmeda en el tender y para el encierro de la gente desesperada por la cuarentena preventiva. Se puso denso el día, la humedad se agudizó con las horas hasta que el cielo se llenó de un color más triste aún, mezcla de noche y lluvia. Entonces aparecieron los rayos, tres, que de repente hicieron blanca toda la ciudad doblegándola bajo un trueno de bestia negra. Llovió fuerte pero breve, como si un domingo herido fuera capaz de crear su propio espectáculo importante.

Mario Cattaneo

Antes, el domingo era un día anhelado. Una carta alta para jugar a los paseos o al descanso y ganar las partidas. Era el borde de la semana donde se podía reflexionar sobre el pasado mientras ciertas cosas cambiaban de lugar: los recuerdos, las decisiones. Era un día de ropa cómoda, de arbitrariedad, de tiempo envuelto en una membrana de nostalgia perfecta donde las horas marchaban hacia un final temprano. Pero ahora la semana se rige bajo las reglas del confinamiento, y ya todos saben que los lunes, los miércoles o los viernes pueden ser como los domingos. Así que de a poco, el borde del ayer y el hoy se desdibuja. El aislamiento borra el protagonismo del domingo que va perdiendo su magia, su velo blanco, su emocionante conteo regresivo hasta aparecer. Ahora es domingo todos los días

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