La historia sigue asombrando cien años después, mostrando más matices cuanto más se sabe de ella, como si resumiera en su extremo brutal la íntima conexión entre los sueños y las pesadillas, la fina línea que separa la determinación de la locura, las utopías de las distopías, la dificultad y el riesgo de abordar cuestiones sociales y personales que siguen abiertas, al menos, desde el comienzo de la revolución industrial.
Aurora Rodriguez, esa mujer de tanto carácter, que quería reformarlo todo, controlarlo todo; que detestaba a los hombres y también a las mujeres; que quiso crear una hija pura, de una raza superior, que cambiara el mundo, como un apéndice de su voluntad omnipotente. A la que educó desde su vientre, con lecturas en voz alta, con música; a la que enseñó a leer precozmente, a la que hizo estudiar sin descanso, a la que lanzó a la política como un adalid de la libertad que nunca dejó de controlar hasta asfixiarla. Que quizá era producto de una época o quizá solo un sujeto patológico con la excusa del contexto social.
Esas cuestiones no del todo resueltas que siguen aquí y que crean paradojas, dudas y certezas que se van acumulando con cada intento de resolverlas. La desigualdad social, la desigualdad entre hombres y mujeres, la moral sexual cultural marcada por la represión, la búsqueda y los límites de la libertad y la felicidad individual, la influencia de la naturaleza y la cultura en la configuración del ser humano, las posibilidades y los riesgos de la eugenesia, la difícil conceptualización de la locura. Las grandes ideas que se encarnan en vidas y construyen existencias. No siempre congruentes, a veces alucinadas por los ojos del monstruo que mira al monstruo. La cuestión personal, Wilhelm Reich como ejemplo. Quizá Foucault. Muchos otros.
La niña Hildegart que quería saberlo todo y que nunca salió del útero asfixiante de otra mujer que quería salvarla. La secretaria de la sección española de la Liga Mundial para la Reforma Sexual, la militante socialista, la que se carteaba con Havellock Ellis o Magnus Hirschfeld, la que escribió tantos libros en tan poco tiempo. La que hablaba de libertad sexual cuando nunca rozó una piel amable, la que imaginaba utopías de moral tan rígida donde no cabía el amor, ni los seres inferiores a los que había que dejar morir. La que parecía haber conseguido tanto a los dieciocho años y no tenía en realidad nada. La que quizá quiso rebelarse y ni siquiera pudo intentarlo porque murió a los 18 años de cuatro tiros que le disparó su madre.
La niña Hildegart que nació el 9 de Diciembre de 1914. Cien años del comienzo de esa historia tan terrible y fascinante, y que nos concierne, de alguna manera …
“Contemos cuanto antes los hechos escuetos, sobradamente conocidos y aterradores en su simplicidad mortífera. Todo sucedió en España y hace casi un siglo. Aurora Rodríguez era una mujer con graves delirios de grandeza. Tan graves que un buen día decidió emular a Dios y tener un hijo que salvara a la Humanidad. O, mejor, una hija, una niña a la que educaría para ser la Primera Mujer Libre, el prototipo de la nueva sociedad. Y así, Aurora programó su embarazo y parió a Hildegart, a quien amaestró desde la cuna con férrea mano de domadora circense, hasta convertirla en un ejemplar anómalo y excepcional, en una pobre niña prodigio. Hildegart aprendió a leer antes de los dos años, a escribir antes de los tres. Con ocho dominaba el francés, el inglés y el alemán. Con catorce se lanzó a la vida pública y comenzó a escribir en los periódicos, a dar conferencias, a redactar libros, a participar en la política (ingresó en las Juventudes Socialistas y en UGT). A los diecisiete había terminado la carrera de derecho y era famosa. Un año después, en 1933, Hildegart quiso hacer uso de esa libertad para la que supuestamente había sido educada. Quiso independizarse de su madre. Y Aurora, para impedirlo, le pegó cuatro tiros una noche de verano, mientras dormía.”
(…) seguir leyendo
ROSA MONTERO “La madre araña”
Leí todo el caso hace tiempo en el libro de un conocido, “Españoles excesivos”. Se trata de un típico fenómeno filosófico, más que psicológico. Aurora se cree en posesión de la Verdad, y hace un experimento con ella. El experimento está vivo y es su hija. Con gran trabajo, ha criado a la Verdad, la Pureza y el Futuro en un sólo ser. Cuando le sale humana, porque quiere probar varón, la mata. Fue arrestada y no tuvo oportunidad -ni edad- de intentarlo una segunda vez. Pero seguro que pensó, primero, que había hecho bien, porque la culpa la tenía el especimen malogrado. Y, segundo, que sólo había que cambiar de sujeto para que la cosa funcionase. O sea, que la Verdad seguía siendo Verdad pese a todo. Como muchos marxistas…
(Y no es que haya que dar la razón a los conservadores, es tan sólo que la verdad, la pureza, etc., deben ser seriamente moduladas con la experiencia…)