Días de lotería, de risas espumosas y champán para aquellos a los que la diosa Fortuna se ha dignado otorgar el contenido de su cornucopia. Esa es su alegoría positiva, la más apreciada, aunque la representación más original de esta diosa es la que se asocia a la ruleta del azar, la que hace girar la rueda del año, con lo que tiene de aleatorio y azaroso. Esta diosa tenía una adjunta, llamada la Ocasión, que era calva y difícil de atrapar, por eso se dice que la ocasión hay que cogerla cuando llega, “por los pelos”. Esos tres elementos, fortuna, azar y ocasión, son los que se suscitan en el juego de la lotería, y en todos los juegos de azar. Por eso está justificada la expectación ansiosa que sentimos, la alegría de las personas afortunadas, y la pesadumbre de las desafortunadas, que en seguida buscarán otra nueva “ocasión” para conseguir la bendición de la diosa. Y así, año tras año, haciendo girar la rueda de la fortuna, que es ciega y sorda, como la injusticia que se siente cuando no te toca.
Así pues, es comprensible que a los seres humanos nos encapriche el juego y nos desquicie el azar, pues siempre lo ansiamos en positivo y casi siempre lo recibimos en negativo. Y es que el azar siempre es voluble y breve, y casi siempre dudoso o negativo, como lo era la diosa más caprichosa del Olimpo. Por eso, incluso las consecuencias positivas del azar tienen sus peligros. El que se siente tocado por el dedo dorado de la diosa se cree en posesión de algún don que podrá usar para condicionar el giro de la rueda del azar en el futuro, y en consecuencia se sentirá impelido a probar de nuevo, a arriesgarse en pos de la ocasión. Pero eso no es cierto. Nadie puede condicionar el giro de la ruleta de la fortuna. Así se entiende que, con llamativa frecuencia, a algunas personas a las que les ha tocado la lotería, en el futuro les asedie la maldición de la Palas femenina, la diosa de la calamidad, a la que la mala fortuna le costó la vida.
Pero, mitos aparte, lo cierto es que eso sucede con inusitada frecuencia, y no por culpa de la influencia de misteriosos secretos divinos, sino por el simple hecho de ser seres humanos. Los mitos sólo describen lo que somos y como nos comportamos, y es lógico que el que se siente aliado de la diosa se relaje entusiasmado, y se dedique, como Palas, a jugar en la orilla verde del río de la vida sin ocuparse de atender a los peligros constantes de la existencia. Esa especie de entusiasmo eufórico es muy acogedor, pero es también irracional y efímero, alocado y descuidado, Plantón decía que era el germen de la locura. Así, casi sin enterarse, el que se siente tocado por la bendición divina asume riesgos innecesarios, acomete retos invencibles, o no presta el cuidado preciso a las vicisitudes normales de la vida. Y eso tiene consecuencias azarosas, pues cuando uno deja la vida en manos del azar, la ingrata y desalmada probabilidad estadística se encarga de poner en su papel a la diosa Fortuna, es decir en la tercera versión que era la mala, y que desgraciadamente es la más frecuente.
Pero para que no se me tilde pesimista y agorero, diré que la locura divina que causa la euforia de la fortuna es estupenda, es gratísima y es efímera, como las burbujas del champán, por eso hay que disfrutarla cuando llega, a tope, y compartirla, como se entrega la risa generosa, con los brazos abiertos. Y luego volver a la realidad, quizá de forma diferente, algo más relajada, más animosa y amable, pero sin cambiar lo esencial de lo que somos y hacemos, pues eso es lo que de verdad nos otorga la felicidad de la existencia.
Y nada de descuidarnos, pues del descuido viene la desidia, y de ella la indolencia, y de ésta la negligencia, que significa taparse los ojos, no querer ver, y al cabo darse de bruces contra la rueda peligrosa del azar.
Por eso a ti que has leído hasta aquí, te recomiendo que te toque la fortuna, que te cuides del peligroso azar y que te prevengas contra la taimada ocasión, así podrás disfrutar de la euforia placentera sin caer en el entusiasmo alocado.
Salud y paz.