Días de niebla y de frío, de miedo y tristeza, de sombras funestas. ¿Volverán los días de luz, de calor, de alegría y de iluminaciones?
La niebla: Los días de niebla son de incertidumbre. Los de niebla sin luz son de tinieblas. Y los de niebla con miedo son tenebrosos. En la ciudad de la luz ha caído una niebla espesa, que obnubila y atemoriza a los ciudadanos, que se esconden y tiemblan ateridos. La niebla confunde sus mentes y congela sus corazones, y de ahí surgen los dilemas brumosos: Morir o matar, ojo por ojo, justicia o ajusticiamiento.
La luz: La luz invita a sentir, percibir, indagar, encontrar, compartir, crear, procrear… La ciudad de la luz nos convoca al arte y al amor. En sus calles iluminadas las mentes y los corazones se abren para recordarnos que ellos inventaron el trilema más perfecto de la historia humana: Liberté, égalite, fraternité.
La niebla y la luz: Si juntamos la niebla y la luz aparecen las iluminaciones, y por ellas entra la curiosidad y se convierte en ilusión, en desvelamiento creativo. Pero a veces la niebla se ilumina con tanta intensidad que nos ciega, y nos convertimos en fanáticos, que son los iluminados por el fanal del templo y el frenesí de los dioses.
De las iluminaciones a los fanatismos hay un corto trecho, y además está lleno de trampas y confusiones. De ahí nacen los lemas únicos, rígidos, axiomáticos, y de ellos los dogmatismos irrebatibles, y sangrientos.
Desgraciadamente el mundo está viviendo en tinieblas, las iluminaciones se están convirtiendo en ofuscaciones. Los lemas imperantes en las mentes de los fanáticos se convierten en actos violentos. Los dilemas de los racionales se debaten en incertidumbres irresolutas. Y los trilemas de los ilustrados no logran iluminarnos con sus virtudes.
Por eso es tan señero lo que está ocurriendo en el mundo en estos días, no tanto por la magnitud de la sangre derramada, que en términos cuantitativos es pareja a tantas otras, sino porque se trata de un cambio cualitativo muy grave.
En la ciudad de la luz la obnubilación de algunos ha propiciado que se explayen los fanatismos a sus anchas, imponiendo sus velos tenebrosos sobre las iluminaciones más luminosas que ha alcanzado la especie humana.
Esa ciudad es hoy lema, dilema y trilema de la humanidad, símbolo de la lucha entre la luz iluminadora y la niebla borradora. Y si no la paramos se extenderá por el mundo velándolo todo.
Hemos de responder con urgencia a la siguiente pregunta: ¿Qué queremos para el futuro de la humanidad: regresar otra vez a las viejas tinieblas tenebrosas, o seguir avanzando hacia la luz que nos convoca a la vida?