“Mr. Holmes”: el último sucesor de Watson

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Nunca hago excepciones; la excepción invalida la regla.

Sherlock Holmes

 

El atípico director Bill Condon se ha convertido en el último, hasta el momento, sucesor de John H. Watson, asistente, médico y cronista del detective más famoso de todos los tiempos, Sherlock Holmes. Se lo agradecemos. Desde el año en que yo nací, 1970, en que se estreno la deliciosa La vida privada de Sherlock Holmes, de Billy Wilder, nuevas aproximaciones al mito (aunque gente habrá, incluso británica, que crea que el misántropo de Baker Street de verdad existió) creado por Sir Arthur Conan Doyle han visto la luz en enfoques cada vez más modernos. Los más recientes son, primero, la revisión en términos de superhéroe -es una auténtica manía la de los norteamericanos con los superpoderes…- de las dos entregas del Sherlock Holmes de Robert Downing Jr., con una ambientación lúgubre y gótica que excede con mucho la niebla misteriosa del original, pero que no nos disgusta del todo. Ya están haciendo la tercera, por lo visto. Luego, la serie de la BBC protagonizada por Benedict Cumberbatch, y que sitúa a Holmes en la actualidad, sin pérdida alguna, en mi opinión, del espíritu decimonónico de la saga. También, tenemos el inmenso respeto con que Alan Moore alude a la figura del detective (sólo se le nombra así, y no hace falta más: “el Detective”…), en The League of Extraordinary Gentlemen, en detrimento del trato que da después a James Bond, que queda como un chulo vulgar y sin escrúpulos. Y hay múltiples ejemplos más, todos, como poco, buenos. La excepción, si acaso, a esta noble estirpe de sucesores de Watson, desgraciadamente, es española: José Luis Garci rodó aquella película, de cuyo título no quiero acordarme, en la que Sherlock arribaba a Madrid para atrapar a Jack el Destripador y terminaba por elogiar nuestros castizos churros… Para que la máxima del propio Holmes no se cumpla, olvidaremos ahora tal excepción y comentaremos brevemente la regla, que contiene por sí misma no poca enjundia.

 

 

Sherlock Holmes

Sherlock Holmes, inicialmente, es un químico, y no un físico, al igual que el tipo de Breaking Bad.  En el relato inaugural, Un estudio en escarlata, Conan Doyle hace que Watson se sorprenda de que Holmes ni siquiera sepa del Giro Copernicano, tan concentrado como está en su saber empírico enciclopédico únicamente dirigido a la investigación del crimen. Con tal de atrapar al delincuente, a Holmes no le importa lo más mínimo que la Tierra sea redonda o plana o que se mueva o no se mueva. De modo que, en este aspecto, Sherlock Holmes no es ningún sabio a la antigua; es, más bien, un consumado especialista dotado de un gran talento. La Química es una ciencia que ha devenido extraña bajo el reinado de la Física, pues estudia afinidades y repulsiones entre substancias concebidas como tales, aunque lo haga ambicionando el método mecanicista de la Física. Quiero decir que la Química sigue trabajando con cualidades, en un universo científico de cantidades, y Sherlock Holmes maneja con gran habilidad ambas variables. Se diría que para juzgar a los hombres, mucho más que para jugar con moléculas o con estrellas, son necesarios todos los recursos intelectuales posibles. La película de Condon arranca con esta premisa, precisamente: un anciano Holmes viaja al Japón de la posguerra nuclear en busca de una substancia especial que mitigue su Alzheimer. No cuento más. A partir de ahí, el guión se desarrolla preciso y eficaz hacia un final necesariamente sentimental, que es lo que corresponde a la altura de la leyenda. Es una historia crepuscular, magníficamente interpretada por Ian McKellen (que ya había trabajado con Condon en la estupenda Dioses y monstruos), que satisface a los conocedores e intriga a los iniciados, y que merece ser vista pagando o, si no hay más remedio, incluso sin pagar.

 

 

Watson, la señora Hudson,  Moriarty, Mycroft… ya no aparecen en esta coda de la vida de Holmes. Él comparece al desnudo. Ni siquiera existe ya la Inglaterra Victoriana, esa época de doble fondo de la cual Sherlock Holmes es justamente la bisagra, el nudo donde ambas Inglaterras, la imperial y la miserable, se conocen, se tocan. En esta cinta se insinúa que no sólo Watson, como fiel cronista del héroe, posee sucesores dignos, sino que el propio Holmes, el mejor detective del mundo, también podría tenerlos… Conan Doyle, que llegó a intentar matar a su portentoso personaje (por llegar a ser de modo asfixiante más grande que él mismo), no hubiese podido imaginar nada de esto.

 

 

 

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