A veces la mejor forma de querer a los que más se quiere es saber distanciarse de ellos a tiempo, traicionarlos de alguna manera, concentrarse en no imitarlos de ningún modo para no verse arrastrados por el torbellino autodestructivo que arruina sus vidas.

Una infancia difícil es también una oportunidad de construirse. Es fácil dejarse llevar, repetir dinámicas, fascinarse por fatalismos que parecen escritos en las estrellas o que siempre pueden justificarse con palabras muy elocuentes que apelan a leyes inflexibles y a emociones muy intensas que parece imposible soslayar.

Pero también se puede decidir ser otra cosa. Apelar a la voluntad para ir construyendo la estética de lo que se quiere ser en cada gesto, en cada negación de las fuerzas irracionales que parecen invadirlo todo, en la rabia convertida en combustible de una huida hacia delante donde desaparece el miedo y sólo alienta una certeza: sobreviviré y seré de otra manera.

La perturbación emocional sólo es romántica y atractiva cuando se mira a lo lejos, no cuando se sufre de cerca y desde luego nunca cuando la tienes en casa. Scotti debía saber mucho de eso. Su madre tenía esquizofrenia además de mucho encanto y de bastante talento para algunas cosas. Su padre era un escritor alcohólico que tuvo todo lo que quería en las manos y no supo o no pudo disfrutarlo, ni siquiera el dinero, ni el éxito, ni, desde luego, los afectos. De todo lo cual era consciente, lo que probablente aumentaba su desesperación en los tiempos en los que sentía que ya había comenzado la demolición.

Los amores atormentados sólo son soportables en la peliculas o en la literatura. Quizá también en el recuerdo o en las cartas que se escriben después. Pero no en el fragor de las madrugadas de resacas y reproches, ni en los días que se rompen para siempre y se llevan todo por delante. También la infancia de los hijos que se hace trizas entre la soledad y el miedo a que comience la tormenta en cualquier momento.

Francis Scott Fitzgerald - 07

Lo que hace el tiempo histórico con nosotros, cómo nos transforma o nos hace perseguir sueños imposibles en los que nos podemos dejar la vida. Los límites y los abismos que marca el temperamento, siempre al fondo, como el latido de un destino. El viento que nos arrasta y la conciencia de lo que podía haber sido, lo que podíamos haber hecho y ahora vemos tan claro, cuando ya es demasiado tarde. Los consejos de esas cartas para proteger a la hija o impulsarla, buenos consejos que no podía leer en ese momento porque venían de él y ella estaba huyendo en medio de la ambivalencia.

Lo irreparable que siempre nos sorprende, que nunca nos creemos del todo cuando contemplamos los mismos lugares, los escenarios de la felicidad tan frágil, el mismo cielo del que de pronto nos damos cuenta que tenemos que irnos para siempre. Las cartas como huellas que tardarán en llegar a la playa. Ese tiempo en que los hijos pueden volver, leerlas, investirse de una energía que, sólo unos años antes, hubiera podido destruirles.

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“En la vida, sólo creo en las recompensas por la virtud (según el talento que uno tenga) y en los castigos por no cumplir con tus obligaciones, que sin duda se pagan caros. Si tienen el libro en la biblioteca del campamento, ¿le pedirás a la señora Tyson que te deje echar un vistazo a un soneto de Shakespeare donde se lee el verso «El lirio que se pudre huele peor que la maleza»?”

“Preocúpate del coraje, de la higiene, de la eficiencia, de la equitación. No te preocupes por la opinión de los demás, por las muñecas, por el pasado, por el futuro, por hacerte mayor, por que alguien te supere, por el triunfo, por el fracaso (a menos que sea culpa tuya), por los mosquitos, por las moscas, por los insectos en general, por los padres, por los chicos, por las desilusiones, por los placeres, por las satisfacciones.”

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“Si tienes algo que decir, algo que sientes que nadie ha dicho antes, tienes que sentirlo tan desesperadamente que encontrarás alguna manera de decirlo que no haya sido hallada por nadie antes, para que lo que dices y cómo lo dices se mezclen como una sola materia – tan indisolublemente como si lo hubieses concebido de junto.”

“Cuando la gente habla del estilo, siempre le sorprende un poco su novedad, porque piensan que solo están hablando de estilo cuando en realidad de lo que están hablando es del intento de expresar una idea nueva con tanta fuerza que conservará la originalidad del pensamiento”

“Escribir es como nadar bajo el agua y aguantar la respiración.”

Nada que valga la pena no es difícil”

“Más allá de la ‘inteligencia’ que se te supone vagamente haber ‘heredado’, la gente no tardará en adornarte con mis pecados. Si me entero de que te has tomado una copa antes de cumplir los veinte, me sentiré en el derecho de embarcarme en una última y extraordinaria borrachera interminable.”

“Viajar siempre es divertido […]. No voy a decirte que te servirá para mejorar el francés, porque supongo que te sonará a trabajo, pero sí te voy a decir que si la cosa sale bien serás una chica muy afortunada, porque lo más probable es que estos años sean la última oportunidad de conocer Europa tal y como era.”

“Recuerda lo que te conté sobre la equitación, que no puedes ser tan osada como cuando nadas, porque hay otro factor implicado aparte de ti, el caballo.”

“¿Me harás el favor de leerte esta carta una segunda vez? Yo la reescribí dos veces.”

“Como tantos hijos de padres demasiado autodestructivos y complicados, Frances Scott Fitzgerald construyó una invisible red de seguridad entre su famoso progenitor y ella. No era falta de amor, muy al contrario, era simple instinto de supervivencia. La hija de uno de los escritores más grandes y malogrados de la historia de la literatura pecó de frialdad como única tabla de salvación frente a los tormentos de su padre. No se le puede reprochar a la pequeña Scottie, o Scottina, como a veces la apodaba él, la añoranza infantil por una familia más convencional. Tampoco, que fuera una chica egoísta. Ella misma lo reconoce con pesadumbre en el prólogo a Cartas a mi hija (Alpha Decay): “Comprendí que sólo había una manera de sobrevivir a su tragedia, y era ignorarla”.

 

El volumen reúne por primera vez en español la correspondencia que Fitzgerald mantuvo con su única descendiente, desde su primer campamento de verano hasta la universidad. Son, sencillamente, piezas tan sabias, delicadas y desnudas, escritas con tanto amor y compresión hacia ella, con tanta esperanza, que resultan desgarradoras. Como apuntó el escritor Malcolm Cowley en una entrevista a The New York Times, cuando Fitzgerald escribe a su hija en Vassar lo hace en el fondo a sí mismo en Princeton, antes de que todo se echara fatalmente a perder y se derrumbara definitivamente. “En la vida, solo creo en las recompensas por la virtud y en los castigos por no cumplir con tus obligaciones, que sin duda se pagan caros”, le escribió el verano de 1933. “¿Le pedirás a la señora Tyson que te deje echar un vistazo a un soneto de Shakespeare donde se lee el verso ‘El lirio que se pudre huele peor que la maleza?”.

 
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