El conflicto entre la compasión y la justicia en nuestra sociedad

Fotografía de Piergiorgio Branzi

Vuelvo, por lo menos parcialmente, a las ideas de Josua Mitchell y su planteamiento sobre la diferencia entre suplementar y sustituir. Un ejemplo que él pone en su libro es el del conflicto entre la compasión (mercy) y la justicia. Mitchell habla de ello en el contexto de la emigración. Se nos plantea un conflicto entre nuestros deseos de que las personas que han tenido que abandonar sus países por persecución política o por unas condiciones deplorables de vida puedan tener acceso a una vida digna y por otro lado la necesidad de los países de tener fronteras y unas leyes con respecto a la emigración. Pero podemos encontrar ejemplos de este conflicto en muchos sitios. Un ejemplo podría ser las políticas relacionadas con la ley de violencia de género. Queremos ayudar a las mujeres que son víctimas de violencia pero estamos saltándonos principios de la justicia que hasta ahora habían sido esenciales, como la presunción de inocencia o la igualdad ante la ley. Es famosa la frase de Carmen Calvo “a las mujeres hay que creerlas sí o sí”. Otro ejemplo podría ser el que se plantea con las mujeres trans en el deporte. Por un lado, queremos que esas personas no sufran, queremos integrarlas a todos los niveles en la sociedad, incluido el deporte, y que vivan una vida lo más acorde con su deseos e intereses. Pero por otro lado surgen dudas sobre la justicia de que compitan en la categoría femenina dadas las ventajas biológicas que tienen. Este artículo aborda los aspectos científicos y éticos de esta difícil cuestión.

La postura de Mitchell es que la justicia es el plato principal y la compasión el suplemento, que la compasión no puede ser un sustituto de la justicia. Si no hay justicia, si la destruimos, no puede haber compasión. En definitiva, la compasión debe suplementar a la justicia  pero no sustituirla. Un mundo sin la justicia de la ley nos devolvería a un estado sin derechos y libertades en el que la convivencia no es posible.

Fotografía de Piergiorgio Branzi

Desde el punto de vista de la psicología moral hay otra manera de enfocar el problema. En su libro la Mente de los Justos, Jonathan Haidt compara la moralidad con el sentido del gusto. Lo mismo que existen cinco sabores básicos (amargo, ácido, dulce, salado y umami o cárnico), nuestra moral sería también múltiple, un sentido con varios pilares o fundamentos, seis en concreto (en un inicio eran cinco pero luego añadió el fundamento de la Libertad/Opresión), y dos de ellos son el del cuidado/daño y el de la justicia. El principio del cuidado/daño se corresponde aproximadamente con la compasión: la capacidad de sentir empatía ante el sufrimiento de otros, el no hacer daño y el de cuidar a los demás y no querer que la gente sufra. El principio de la justicia tiene que ver con el altruismo recíproco, la igualdad y la imparcialidad, los derechos individuales y la autonomía. Otros autores como Oliver Scott Curry con su Teoría de la Moral como Cooperación, o Michael Tomasello, tienen teorías un poco diferentes pero coincidentes en muchos aspectos.

Si estas teorías evolucionistas tienen razón, se desprende de ellas una consecuencia muy importante con implicaciones prácticas. Lo que estas teorías nos dicen es que la moral es múltiple y consistiría en un racimo de módulos con entradas y salidas diferentes que pueden entrar en conflicto entre ellas. Según ellas, las decisiones morales humanas son tomadas por diferentes “voces morales” dentro de nosotros o por diferentes mecanismos psicológicos que responden a diferentes tipos de problemas de cooperación y en un momento dado el principio de ayudar a la familia puede chocar con el de la justicia o el de respetar la propiedad. ¿Debo robar o perjudicar a otros para salvar a mi amigo, a mi hermano o a un compañero que lo necesita? Tenemos normas y predisposiciones para no robar comida a los otros, pero ¿qué pasa si mi hijo o mi amigo se están muriendo de hambre? Muchas situaciones morales en el mundo real contienen complejas combinaciones de todos estos intereses o preocupaciones y a veces crean dilemas morales. Esta situación es la que describe precisamente el dilema de Heinz, utilizado por Kohlberg que dice, de forma muy simplificada, que una mujer se está muriendo de cáncer pero una farmacia tiene un medicamento que la puede salvar. Su marido, Heinz, no tiene suficiente dinero para pagarlo, ¿deber robar el medicamento o no debe hacerlo?

Fotografía de Piergiorgio Branzi

El resultado de este conflicto entre los diversos principios que componen nuestra moralidad sería que, escojamos la respuesta que escojamos, una mitad de nosotros no queda satisfecha, por lo que básicamente no tienen solución porque la complejidad de la moralidad humana genera unas contradicciones que seguramente son inevitables. Sus múltiples fundamentos y capas nunca van a a ser aplicados de forma consistente en todas las situaciones debido a la complejidad e imprevisibilidad de la vida social humana, que además va cambiando con el tiempo en las diferentes épocas. Fenómenos como la globalización o el desarrollo tecnológico, y otros, cambian nuestra vida social y hacen que las estrategias de cooperación que teníamos previamente no sean adecuadas ya para los nuevos tiempos. Como dice Tomasello, “la moralidad humana no es un monolito sino una miscelánea que se ha ido uniendo a retazos a partir de una variedad de fuentes diferentes, bajo condiciones ecológicas diferentes, en diferentes periodos, durante los varios millones de años de evolución humana”.

Sea como sea, y lo enfoquemos el problema desde la posición teórica que lo enfoquemos, creo que tiene toda la razón Mitchell en que uno de los retos más importantes que tenemos en estos tiempos en nuestras sociedades es encontrar una relación sana y eficaz entre la compasión y la justicia. Está por ver cómo va a resolver la sociedad este problema.

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1 Comment

  1. says: Óscar S.

    Es cierto todo: la moral, como el propio yo, es plural. Pero tal vez por ello el camino a seguir sea el de olvidarnos de Platón y volver a los sofistas, es decir, no tomar nuestras decisiones en nombre de la verdad sino en nombre de la persuasión. Allí donde justicia o compasión choquen, se debe empezar por reconocer que no existe una respuesta única, con lo cual hay dos posibles salidas: o se emplea un argumento de autoridad que se considere legítimo o por lo menos prestigioso o se saca la cuestión a debate. El debate se sabe a sí mismo no develador de verdades absolutas, sino tan sólo de consensos provisionales, eso si es que obtiene consenso alguno. Quiero decir, en resumen, que cuando nuestros principios entran en guerra unos con otros no hay que desesperar y pedir un cirujano de hierro que nos saque del conflicto a base de decreto-ley. No, la opción racional es ponerse a hablarlo, exponerse a ser convencido por otro que guarde contigo una relación de igualdad inicial de poder, y ver qué sale de ahí. Eso no sólo es lo más humano, sino que es lo que hacemos todos a diario en el contexto íntimo de nuestras respectivas familias, por ejemplo. El problema de la complejidad no se puede abordar negando la complejidad misma…

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