Ideas y creencias en el mundo COVID

Con frecuencia atiendo en la consulta a personas que empiezan su discurso diciendo que vienen a verme porque les han presionado u obligado, pero que ellas no creen ni en la psiquiatría, ni en los psiquiatras y que no quieren que les de tratamiento, obviamente se refieren a fármacos.

Mal comienzo para una relación terapéutica, pero aun así seguimos, pues, como decía el psiquiatra vasco-argentino Ángel Garma, las relaciones con los pacientes suelen empezar con un en contra y acabar con un encuentro. Ese fenómeno lo he comprobado en multitud de ocasiones.

Yo suelo decirles que respeto sus creencias, pero que nosotros los médicos psiquiatras no somos como los dioses en los que creemos o no creemos, simplemente somos trabajadores, técnicos, que no nos guiamos por creencias sino por datos, que no actuamos movidos por opiniones sino por saberes, y que lo máximo que aspiramos es a que la luz de la ciencia nos ilumine, y no a dejarnos deslumbrar por las luminarias de los fanatismos y credulidades.

Para apoyar con fundamentos esta apreciación podríamos acudir al certero análisis de Ortega y Gasset sobre esta cuestión en su libro “Ideas y creencias” de 1940, donde, en cierto modo viene a decir que somos dueños de lo que sabemos y esclavos de lo que creemos, que las ideas las tienes tú y las creencias te poseen. Las primeras pueden ser contrastadas por la sabiduría científica o filosófica, pero las creencias no, solo son sentidas, seguidas, compartidas o impuestas. Las ideas y los saberes influyen en lo que hacemos y en como somos, pero pueden ser mejoradas, afinadas o cambiadas por otros pensamientos mejores. Las creencias sin embargo tienden a ser fuertes, rígidas o inapelables, y nos condicionan tanto que a veces hacen que perdamos el control de lo que hacemos y que actuemos ciegamente, en ocasiones de forma fanática y dañina para otros, o simplemente de forma crédula y peligrosa para uno mismo.

Las creencias son pensamientos muy emocionales, muy afectivos, y tienen tanto poder por que su procesamiento mental y cerebral es muy rápido y potente, se produce en estructuras y funciones muy ligadas a la vitalidad, a la animalidad, como el miedo o el amor, la ansiedad o la beatitud. Diríamos, sin ánimo de molestar, que son pre-pensamientos, pre-sentimientos, muy elementales y muy primitivos evolutivamente hablando, ya que se desarrollaron en las primeras épocas del transito entre los cerebros prehomínidos y homínidos, con una función adaptativa ante las amenazas del medio o de otros animales, para activar rápidamente las defensas, la alerta y alarma y defendernos. Sin embargo, las ideas más elaboradas, los pensamientos basados en la comprobación y el aprendizaje son más lentos, más sutiles, menos potentes pero sin duda son más propios de cerebros y mentes más desarrollados, más evolucionados e inteligentes, en su sentido más estricto.

Ahora, en estas coyunturas tan complejas, tan estresantes, tan amenazantes, y tan compartidas, en cierto modo la mente y el cerebro humano, tanto a nivel individual, como a nivel de ese cerebro social compartido que es la información, ha regresado, o tiene mucho riesgo de regresar, a etapas más primordiales de funcionamiento, a activar las alertas y respuestas rápidas basadas en el miedo o la angustia, en la protección y la defensa. Para los mejor dotados, eso supone acorazarse tras las propias ideas, saberes y aprendizajes, pero para los más débiles o vulnerables, eso supone refugiarse tras las creencias o incluso credulidades. Estas personas son también más vulnerables ante la influencia de otras que tienen creencias muy fuertes, muy fáciles de comunicar, o que ostentan más capacidad de liderazgo, más habilidades sociales y comunicativas, o, en ocasiones, menos escrúpulos y más egoísmo. Por no hablar de los dogmas sectarios y fanatismos, que aprovechan estas coyunturas para expandirse como hongos mortíferos, captando a las personas más débiles e inestables, más necesitadas de apoyos emocionales y sociales.

Si trasladamos esto al asunto Covid, el panorama se complica. A la objetiva amenaza del virus, a la enorme morbilidad y mortalidad que causa, se le ha unido la colectivización del miedo, la globalización de la alerta, que han actuado como amplificadores alarmistas. Por otra parte, frente a lo que hubiera sido necesario para atenuar, dulcificar toda esa marabunta, se ha sumado al proceso una enorme incertidumbre sobre la evolución y duración de la pandemia, y una gran inestabilidad en las medidas sanitarias y políticas adoptadas. En definitiva a la potencia destructiva de la viriasis, se le ha sumado la potenciación deformativa del sistema de comunicación global, determinando respuestas de alerta y alarma excesivas, caldo de cultivo fecundo para que crezcan las emociones y conductas creenciales o fanáticas. Hasta ahora eso, por suerte, ha sido mínimo, apenas ha trascendido el problema Covid hacia regresiones sociales, pese a que no hayan faltado los gurues del apocalipsis, ni hayan dejado de aprovechar la oportunidad los sacamantecas del catastrofismo.

Sin embargo, en algunas cuestiones importantes, como la oportunidad de las medidas políticas adoptadas, la utilidad de los sistemas de protección usados, o la inocuidad y eficacia de las vacunas, el vertedero de la estupidez humana se ha llenado de basuras. El sistema de redes sociales y medios de comunicación actual, tan útil para tantas cosas y tan benéfico para tantas personas, ha actuado como facilitador de lo inadecuado e inoportuno. Tal vez por eso sigue habiendo personas que rechazan la mascarilla, sectas de respirantes que se comportan como si fueran adeptos a la religión del oxígeno puro. Y, peor aun, grupos antivacunas que difunden creencias erróneas, disfrazadas de ideas, noticias o datos falsos, o al menos no verificados ni verificables. Se entiende que ciertas personas débiles, aisladas, vulnerables, se sumen a esa especie de vacunofobia irracional y peligrosa. Se niegan por que están aplicando a un asunto científico un método creencial, parecido a esas personas que a veces me visitan en la consulta. Las vacunas contra la Covid son uno de los avances científicos más admirable de todos los tiempos. Por primera vez un logro sanitario de tal magnitud no se debe a la chiripa, a eso que los filósofos denominan serendipia, como sucedió con la penicilina o con las primeras vacunas. Ahora, los científicos se han aplicado al máximo, han usado recursos poco antes inconcebibles, han dispuesto de poco tiempo pero de muchos apoyos, mucha información, mucha colaboración, y no se han movido ni un pelo del método científico, pese a las tentaciones de la oportunidad y las ganancias.

Ojalá que esta brevería sirva para que algunas de las personas más débiles, aisladas o vulnerables abran sus mentes a las ideas contrastadas y compartidas, a los saberes y la ciencia, y las cierren a las creencias irracionales y las credulidades debilitantes. Todos, sobre todo ellas mismas, ganaríamos mucho.

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1 Comment

  1. says: Óscar Sanchez

    Muy bueno, pero en realidad Ortega en ese texto estaba atacando a las ideas, no contraponiendolas a una presunta irracionalidad de las creencias. Por decirlo con metáforas cercanas a las suyas, lss creencias son como el suelo que pisamos. otorgan seguridad, en tanto que las ideas son fantasmas mentales más bien endebles a los que, según él, es dificilisimo ser verdaderamente fiel, porque las sostenemos solo de boquilla, como un banderín -otro símil mio- que fácilmente se nos cae de las manos para enarbolar otro. Es decir, que lo que el filósofo hacia allí era justificar filosóficamente el historicismo, nada que ver con ese uso subjetivista que tú aquí le das.

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