No sé qué es la conciencia de un tonto; pero la del hombre intelectual está llena de tonterías.
Paul Valéry
Una temporada hubo, parece que ya olvidada, en la que la cocina intelectual del movimiento en ascenso Podemos sólo se guisaba caldo populista de Ernesto Laclau con sofrito algebraico de Jacques Lacan, y el plato, claro, resultaba indigerible para la mayoría. De repente, cabezas que momentos antes no sabíamos que existían se pusieron a vendernos la receta, como una panacea para ser “absolutamente de izquierdas”. El hecho palmario de que el mismo Lacan fuese un reaccionario de tomo y lomo sabían justificarlo esos iluminados por los sinuosos derroteros habituales a la ciencia del inconsciente o a la sociología contrafáctica. Allí estaba, por si acaso, el magnífico histrión de Slavoj Zizek para abanderar la causa en un plano más internacional, y como, de por sí, la sociología de Laclau puede ser, efectivamente, difícil de seguir, pero ya el pensamiento de Lacan consiste enteramente en un pozo de oscurantismo psicoanalítico, entonces el discurso resultante de su conjunción sólo podía ser compartido por unos pocos que decían ser capaces de ver a través de nuestro psiquismo colectivo como el legendario zahorí encuentra signos de agua clara en un fangoso e infecto pantano. Nada de eso, creo, ha servido finalmente para nada, o estoy mal informado. En España, al final, se ha votado conforme a los estrictos y previsibles criterios de miedo e inercia, por un lado, o de rabia y frustración, por el otro, es decir, por motivos, me parece, sumamente inmediatos y fáciles de descifrar. No se puede afirmar, tampoco, que el resultado de las elecciones haya supuesto todavía ningún traspaso significativo de la Hegemonía cultural hacia la izquierda, a la manera de las ideas de Antonio Gramsci reivindicadas por Laclau. Pero aunque lo hubiese supuesto aún en una pequeña medida, nadie hubiese podido augurarlo en base a elucubraciones ocultistas acerca de las fuerzas oscuras que operan en nuestra psicología de masas autóctona, como si no existiesen intenciones y proyectos mucho más deliberados y autoconscientes obrando en el proceso, o como si aquí no tuviésemos nuestros propios Deus ex Machina que suelen intervenir oportunamente desde dentro para determinar el desenlace del drama.
Todo género de psicoanálisis es ocultista, o una rama prestigiosa del ocultismo, me parece a mí, porque no permite hacer su trabajo natural al inconsciente (que es un trabajo ingente y crucial, como cuando nos faculta para aprender idiomas, el nuestro propio o el de un país extranjero donde estemos residiendo), sino que cree aportar las claves herméticas que lo fuerzan para que “cante” quién sabe qué sucios secretos que hemos escondido por ahí, y que a lo mejor en algunos casos hasta hacen muy bien en seguir escondidos. Lacan, además, como es conocido, estructura el inconsciente “como” un lenguaje, pese a que sabemos, cuanto menos desde las inquisiciones fragmentarias del llamado Segundo Wittgenstein, que no es posible, ni siquiera concebible, pensar un lenguaje privado, absolutamente solitario, ni para el mismo Dios antes de la Creación, ni para las expresiones más cerradas y solipsistas del arte, ni tampoco para ese compartimento estanco que sería el subconsciente. El lenguaje humano consiste en comunicación, reglas de juego comunicativas, más que en una presunta estructura o pseudo-estructura (el propio Noam Chomsky parece haberse olvidado de sus investigaciones primerizas en este sentido), y para comunicarse y jugar lingüísticamente los hombres necesitan convivir socialmente con muchos otros hombres. De ese modo, ha ocurrido en España que los “sucios secretos” conscientes o inconscientes de nuestro país han sido aireados pública y sistemáticamente de unos años a esta parte gracias a cierto periodismo -no, desde luego, a todo el periodismo…-, y gracias también precisamente a la labor mediática de síntesis e interpretación de los dirigentes de Podemos. No ha habido nada, por tanto, de subterráneo o encriptado (de misterioso para la gente, quiero decir, hasta el punto de que precise de un gurú que lo desentrañe) en todo ello, sino al contrario: todo se ha desenvuelto a plena luz del día, casi con luz y taquígrafos como quería antaño Anguita, y resulta poco extraño así que, al término, la “represión” nacional, por utilizar ese lenguaje acuñado para epatar a las damas vienesas, haya terminado por estallar como un tomate maduro en un sector importante del electorado…
La fórmula más famosa de aquel Laclau-lacanismo reciente era aquella de que la victoria pasaba por ocupar la representatividad del “significante vacío”. Poco importa lo que demonios pudiera querer decirse con aquello, que no dudo de que tenga su sentido incluso en el interior de un pensamiento académico bastante esotérico para la mayoría. Lo que importa es que el significante, o sea, el símbolo de las demandas y de la resistencia de una gran parte de la población a las políticas del decretazo, de la mayoría absoluta, de la negación de la cultura y hasta de la vivienda, así como, sobre todo, de la austeridad sólo para con los más débiles se ha mostrado bien lleno, después de todo. Lleno de “ilusión”, dicen… Lleno de hartazgo, también, para qué engañarnos. La ilusión es más populista, efectivamente, y, por tanto, más ingenua y manipulable que el hartazgo, el cual no sabe bien lo que quiere pero otra ración de lo mismo ya no puede soportarla. Es cierto que la ilusión mira hacia el futuro, y el futuro, en realidad, nos tememos que está ya trazado por la consabida conspiración de los poderosos que van a presionar lo indecible al inquilino virtual de La Moncloa. El hartazgo, por el contrario, hay que reconocer que mira más hacia el pasado, y actúa desechando, huyendo, saliendo de najas, como en la vieja “Parábola de Buda sobre la Casa en Llamas”, que Bertolt Brecht publicó en Historias de Almanaque en 1939, y que dice así:
Gautama, el Buda, enseñaba la doctrina de la Rueda de los Deseos,
a la que estamos sujetos, y nos aconsejaba
liberarnos de todos los deseos para así,
ya sin pasiones, hundirnos en la Nada, a la que llamaba Nirvana.
Un día sus discípulos le preguntaron:
«¿Cómo es esa Nada, Maestro? Todos quisiéramos
liberarnos de nuestros apetitos, según aconsejas, pero explícanos
si esa Nada en la que entraremos
es algo semejante a esa fusión con todo lo creado
que se siente cuando, al mediodía, yace el cuerpo en el agua,
casi sin pensamientos, indolentemente; o si es como cuando,
apenas ya sin conciencia para cubrirnos con la manta,
nos hundimos de pronto en el sueño; dinos, pues, si se trata
de una Nada buena y alegre o si esa Nada tuya
no es sino una Nada fría, vacía, sin sentido.»
Buda calló largo rato. Luego dijo con indiferencia:
«Ninguna respuesta hay para vuestra pregunta.»
Pero a la noche, cuando se hubieron ido,
Buda, sentado todavía bajo el árbol del pan, a los que no le
habían preguntado
les narró la siguiente parábola:
«No hace mucho vi una casa que ardía. Su techo
era ya pasto de las llamas. Al acercarme advertí
que aún había gente en su interior. Fui a la puerta y les grité
que el techo estaba ardiendo, incitándoles
a que salieran rápidamente.
Pero aquella gente no parecía tener prisa. Uno me preguntó,
mientras el fuego le chamuscaba las cejas,
qué tiempo hacía fuera, si llovía,
si no hacía viento, si existía otra casa,
y otras cosas parecidas. Sin responder,
volví a salir. Esta gente, pensé,
tiene que arder antes que acabe con sus preguntas.
Verdaderamente, amigos,
a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de
desear gustosamente
cambiarse de sitio, nada tengo que decirle.»
Así hablaba Gautama, el Buda.
Pero también nosotros, que ya no cultivamos el arte de la paciencia
sino, más bien, el arte de la impaciencia;
nosotros, que con consejos de carácter bien terreno
incitamos al hombre a sacudirse sus tormentos; nosotros
pensamos, asimismo, que a quienes,
viendo acercarse ya las escuadrillas de bombarderos del capitalismo,
aún siguen preguntando cómo solucionaremos tal o cual cosa
y qué será de sus huchas y de sus pantalones domingueros
después de una revolución,
a ésos poco tenemos que decirles.
Tal vez el Buda de Brecht, e incluso el Buda original, histórico, si es que existió, postulasen el Nirvana también como un “significante vacío” metafísico. Sólo que ellos querían dejarlo deliberada, literalmente vacío, y nosotros, que no somos budistas ni especialmente revolucionarios, lo preferimos mejor lleno. Se ha llenado de las conquistas, pero también de las lagunas, democráticas que han ido constituyendo los últimos treinta y tantos años la historia de España. Se ha llenado del 15-M, de las mareas y de los movimientos anti-desahucios que han tenido lugar en la calle, y no en los libros o las universidades. Y va a haber que seguir llenándolo en los próximos años, sine ira et estudio (“sin ira ni parcialidad”, en palabras latinas de Tácito), pero tratando de no caer de nuevo en el miedo o la inercia. Es un periodo arduo el que nos espera, amigos, pero ya no es la maldita Casa en Llamas. Y no hay, o no tiene que haber, ningún sermoneador Buda que nos guíe, ni siquiera el Laclau-lacanismo, que desde ahora deseo que haya pasado a mejor vida –una vida superior: la propia del Mundo de las Ideas… Porque esto ya no obedece, o no tiene que obedecer, tampoco, a estrategias altamente intelectualizadas y alejadas de la compresión común. Será un proceso de regeneración democrática autoconsciente, plural, transparente y compartido o, por definición, no será. Es incuestionable que la aparición de Podemos en el escenario político nacional ha hecho posible este cambio porque ha sido esta fuerza la que ha generado el nuevo espacio al que después se han apuntado otros. Que vaya a haber, ahora, o no, traslado de la Hegemonía es un asunto que dependerá de las negociaciones, discusiones y peleas que están por venir, como todo lo demás. Pero en la arena pública y de manera que todos podamos entenderlo y participar como es debido.
No he querido enrollarme más, pero, en realidad, hay otra vertiente intelectual limítrofe al partido que lo precede pero que, por el momento, se encuentra cómoda en él. Se trata de los que defienden un marxismo kantianizado, del Kant de la Razón Práctica, y para los cuales la Casa ya estaba en Llamas desde hace mucho tiempo y a escala global. Estos apoyan un discurso más racionalista que lo que busca es la configuración de un auténtico Estado democrático de Derecho en el que prime un incremento de las instituciones públicas, incluida la economía. No parece que en la cúpula lo conozcan mucho, atendiendo a las citas que Pablo Iglesias hace de la obra del filósofo prusiano…
A mi me gusta más que el Laclau-lacanismo, como he venido llamándolo, pero me estorba un poco su afán de universalidad. Cuando me he referido al “significante lleno”, he querido decir que debe estar lleno de esas circunstancias concretas que han surgido los últimos años y que nos han llevado donde estamos. Si las circunstancias fuesen otras, quizá habría que tomar otras posturas. Por tanto, no creo que esta suerte de kant-marxismo tenga derecho a postularse ilimitadamente en todos sus aspectos fuera de la oportunidad que le ofrecen los tiempos, pero resulta refrescante en su esquematicidad, o eso me parece a mi. Veremos, ahora que ya no va a ser tan fácil referirse a “la casta”…