La mejor música de 2017

Se cierra un año social y políticamente convulso, que sin embargo ha sido en lo que a música se refiere sereno y no muy contestatario. Eso sí, intenso. Un volumen arrollador de lanzamientos ha obligado a digerirlos a medias si es que se quería seguir medianamente el ritmo. No ha ayudado que gran parte de esos lanzamientos haya carecido del empaque suficiente para querer darles más de una o dos vueltas y descubrir sus profundidades. Ha faltado un disco incontestable que se eleve de forma clara sobre todos los demás y engrandezca la cosecha, aunque sí ha habido varios merecedores de grandes elogios y una retahíla interminable de trabajos decentes con algo que rascar aquí y allá. Si en los años 60 se consolidó el LP como ente artístico cerrado por encima del single, la reversión de esta tendencia 5 décadas después parece irreversible. En la época de la playlist, la atención se concentra cada vez más en las canciones. Como en ediciones anteriores, nos metemos a desgranar todo esto.

 

 

Se impone la normalidad

 

 

El terreno mainstream estaba preparado para una lucha encarnizada. No siempre coinciden en el tiempo novedades de Katy Perry (Witness), Miley Cyrus (Younger Now), Shakira (El Dorado), Taylor Swift (Reputation), Sam Smith (The Thrill of it all) y Ed Sheeran (÷). El caso de este último es especialmente llamativo porque representa el triunfo de la más absoluta normalidad por razones azarosas. Sus canciones son pop del montón. Su propia apariencia también es de tipo heteronormativo del montón, muy alejado del estándar que se impondría para una superestrella, y menos en los tiempos que corren. No tiene tampoco una voz destacable. Pero lo cierto es que a día de hoy nadie goza de tanta adoración entre la masa ni reporta tantos millones como él. Mientras los productores de las figuras antes nombradas se estrujan la cabeza de todas las formas imaginables para dar con algo cool y vendible (y este año la han conseguido solo a medias), él no tiene que hacer nada especial. Y parece que la cuerda todavía le va a durar un rato. Sheeran habría sido el rey absoluto de la temporada…

 

…si no fuera porque se le coló Despacito. Si a Luis Fonsi, plácidamente acomodado en su fanbase de Cadena Dial, le llegan a decir que tras 20 años de carrera alcanzaría un pico tan desmesurado no se lo habría creído. Menos cuando la canción con que lo ha hecho no se destaca en nada sobre las miles de rolas de reggaetón de segunda generación (llamémoslo reggaetón laxo o dulcificado) que pugnan por abarrotar las radios y discotecas del mundo latino. La suya junto a Daddy Yankee ya había conquistado ese mundo cuando, remix de Justin Bieber mediante, se ha comido también el anglosajón, el occidental, el no occidental, y si me apuran hasta el antártico. Lo curioso es que Despacito no tiene ese punto de surrealismo cañí que hizo triunfar a la Macarena o el Aserejé, ni el sello de placer culpable de los hits de Enrique Iglesias. Es, de nuevo, lo más normal del mundo, un single blanco trazado con escuadra y cartabón que estaba destinado a tener una repercusión moderada, estilo Fonsi. Pero algo tiene, nadie lo duda, aunque solo sea porque no existen motivos de peso para despreciarla. Entre versión primigenia y remix, Despacito acumula en Spotify más escuchas que Shape of you (de Ed Sheeran, cómo no). No digamos ya en youtube: 4 mil millones. El triunfo de la normalidad como paradigma.

El rock ha muerto. Viva el rock

 

 

Quizás llego tarde para constatarlo, pero ya es innegable que el rock, por lo menos como cabeza de carrera de la música popular, ha muerto. Aguantan en el pelotón las grandes bandas del pasado (Rolling Stones, Foo Fighters, con nuevo disco llamado Concrete and gold) o parte de ellas (Robert Plant, transitando su lúcida madurez en Carry Fire, o Little Steven, al margen de Springsteen en Soulfire), pero las nuevas saben bien que es imposible llegar a la cima por medio de la clásica combinación de guitarras y batería. Otras formas han tomado el testigo de la modernidad y el rock puro tiene ya mucho de reliquia. No obstante, hay quienes aún se adhieren a él y consiguen sacarle brillo, como el caso de The Orwells con Terrible Human Beings, Wolf Parade con Cry Cry Cry o el veterano Paul Weller en A Kind Revolution.

 

 

Pero por lo general, la supervivencia del concepto banda de rock está ligada a que sus valedores opten por modelos cuando no completamente sintetizados, por lo menos híbridos: mantener el esquema de las canciones, actualizar el sonido. Es el caso de Kasabian (For crying out loud), Queens of the Stone Age (Villains), The Killers (Wonderful Wonderful) o Mando Diao (Good times), todos ellos con resultados modestos. Algo mejor se han defendido en sus respectivos regresos Blondie (Pollinator) o Spoon (Hot thoughts). Y aunque gran parte de la crítica los haya dejado a un paso de la masacre, quienes han salido mejor parados son Arcade Fire, que han entendido perfectamente las demandas del momento. Everything Now es su disco más ligero, de un hedonismo consciente, que exhibe sin pudor tanto sus limitaciones como sus puntos álgidos dándolo todo por válido, y con una pátina de mamarrachismo general que le viene como anillo al dedo. Los canadienses han bajado el listón como prenda para asegurarse el futuro y aun así han dejado por el camino otro reguero de hits notables. Algo parecido ha intentado Beck en Colors, aunque el resultado no sea ni tan disfrutable ni tan satisfactorio.

 

 

Donde sí perviven trazas de rock es en su vertiente suave y de pequeño formato, en el trabajo de cantautores o agrupaciones reducidas. Bien en connivencia con el pop o el folk, bien con estricto respeto a las raíces nucleares de los 70, propuestas como las de Dan Auerbach (Waiting on a song), The War on Drugs (A deeper understanding), Courtney Barnett y Kurt Vile (Lotta Sea Lice), Offa Rex (The Queen of Hearts), Jens Lenkman (Life will see you now), Baxter Dury (Prince of tears) o Ron Sexmith (The Last Rider) dan valiosa continuidad a los sonidos de toda la vida. Muy destacable es el confesional y verborreico Pure Comedy, de Father John Misty. Aunque su escucha completa es ardua, dado su minutaje y la uniformidad de sus canciones, cada una por separado atesora una enorme calidad. Si nos vamos hacia la vertiente dura y punk, también topamos con potentes descargas como las de Sentido del espectáculo, de Biznaga.

 

 

Hay también quienes toman la tradición como punto de partida pero se van por derroteros más personales, aunque eso no siempre les lleve a buen puerto. Es el caso de Fleet Foxes (demasiado cerebrales en Crack-up, su regreso tras 6 años de silencio), Manchester Orchestra (demiado épicos en A Black Mile to the surface) o Elbow (expresivos como siempre pero menos brillantes que de costumbre en Little Fictions). Quienes sí han logrado un trabajo exquisito y lleno de perlas han sido The Clientele (Music for the age of miracles). 

 

Psicodelia eterna

 

 

A diferencia del rock, la que no muere nunca es la psicodelia. Al contrario, sigue sumando cultivadores y manteniendo su capacidad de regalarnos los oídos cada año, aunque en gran medida también ha experimentado un viraje quizá definitivo hacia lo electrónico, más después del punto y aparte que supuso el Currents de Tame Impala. Como réplica de aquel pero mucho más convincente hay que señalar en primer lugar el magnífico Volcano, de Temples. Junto a él, discos como Painted Ruins, de Grizzly Bear (otros por debajo del nivel esperable, pero aun así muy interesantes); V, de The Horrors; By order of the moose, de El Goodo; Heartworms, de The Shins; The Year of the Monkey, de The Wheels; Magnolia, de Rufus T. Firefly o Gord’s Horse, de Cool Ghouls. En el lado de la psicodelia menos adulterada hay que alabar a dos habituales del género que no han decepcionado en absoluto. Agua Ardiente, del grupo argentino Los Espíritus, y Love is Love, de los neoyorkinos Woods, agrandan dos discografías singulares llenas de delicias. Muy logrado está también el debut homónimo de Here Lies Man.

 

Esta vez, con más motivo que nunca, hay que dedicarles un apartado especial a King Gizzard and the Lizard Wizard. Prometieron 5 discos para este año. En el momento de escribir este artículo han sacado 4 y el quinto está al caer. Ninguno de los ya estrenados llega al nivel de sus mejores criaturas, porque lógicamente tienen un marcado carácter de improvisación y experimento. Pero no dejan de formar parte de uno de los conceptos creativos más estimulantes de la actualidad. La banda reafirma sus capacidades para desenvolverse en la psicodelia progresiva de tintes étnicos (Flying Microtonal Banana, Polygonwanaland), la aspereza blacksabbatiana mezclada con el spoken word en el enloquecido Master of the Universe o el jazz suave y estiloso (Sketches of Brunswick East).

 

Semper femina

 

 

Si ha habido un hecho que remarcar en un año no especialmente remarcable, es el de la gran cantidad de discos eminentemente femeninos que han brillado en ámbitos muy diversos. Las mujeres se siguen abriendo camino poco a poco en el mundo de la música y eso afortunadamente se nota.

De lo contrario no nos habrían llegado cosas tan valientes como Los Ángeles, la refundación del flamenco con la que Rosalía ha irrumpido en la escena española, o Banzai, con el que la rapera/poeta Gata Cattana habría hecho lo propio de no ser por su repentino fallecimiento, este mismo 2017, a los 26 años.

 

 

De no hacerlo aquí, en el apartado anterior sobre rock y folk habría mencionado a Tift Merritt (Stitch of the World), a Marika Hackmann (I´m not your man), a Margo Price (All American Made), a Nadine Shah (Holiday Destination), a Bedouine (y su álbum homónimo). También a Laura Marling, alcanzando sus mayores cotas de profundidad y lirismo en Semper femina. Y al gran disco de rock puro del año, uno de esos por los que merece la pena no enterrar al género: el maravilloso Soul Sick de Sallie Ford.

 

 

Ha habido también grandes trabajos de damas consagradas como Mavis Staples (If all I was was black) o Sharon Jones (Soul of a woman), y algunos de bandas con liderazgo femenino como Hurray for the Riff Raff (The Navigator) o Big Thief (Capacity).

A la cabeza de las últimas tendencias se sitúan las exitosas St. Vincent (MASSEDUCTION), a la que cada vez más gente compara con Bowie; y Lorde (20 años y un trabajo tan mayúsculo como es Melodrama). Como siempre que emprende una aventura musical, Charlotte Gainsbourg hace gala de un atrevido concepto y una magnífica producción en Rest, que contiene un tema cedido a la actriz y cantante por el mismísimo Paul McCartney.

 

 

Ovación cerrada, una vez más, para la noruega Susanne Sundfor, la voz más privilegiada del panorama actual. Si Ten Love Songs (disco del año 2015 en esta revista) le supuso un coqueteo con el pop electrónico de tintes épicos, en el sobrecogedor Music for people in trouble se despoja de todo y se ciñe a lo íntimo, pero no renuncia a exponer una riquísima paleta sonora que viaja desde sus habituales masas atmosféricas a la esencia americana de guitarra y pedal steel y un jazz de salón con flauta y clarinete. Un disco de una madurez excepcional, que además lucha contra la velocidad que imponen los tiempos y pide una escucha atenta y contemplativa. De otra pasta.

Satélites

 

La era que vivimos nos permite, como oyentes, acceder a un catálogo de estilos y épocas impensable hace solo 10 años. Los músicos no son ajenos a esto, y la variedad de sus influencias queda reflejada en sus propias creaciones. Es por esto que cada vez abundan más discos que beben de todas partes y conforman obras que se parecen a todas y a ninguna. Por ello agrupo aquí una serie de discos que actúan como satélites orbitando alrededor de los géneros pero son difíciles de inscribir en uno solo.

 

 

Como el fino rap-gospel de Loyle Carner (Yesterday´s Gone), el aroma soul del minimalista Aromanticism de Moses Summney, la sensibilidad de Perfume Genius en No Shape, la integración del new age en las texturas electrónicas de Four Tet en New Energy, la herencia post-punk recogida en Altar, de The Gift, o Sincerely, future pollution de Timber Timbre, los teatrales y floridos Hyppopotamus, de Sparks, y Hang, de Foxygen, el homenaje a los Bee Gees de la era Odessa que se han marcado The Lemon Twigs en Brothers of Destruction, el jazz magnificado de Kamasi Washington (Harmony of difference), el art-rock de Alt-J (RELAXER), la oscuridad recitada de Ghostpoet (Dark Days+Canapes), el rap áspero de Kendrick Lamar (la figura más reverenciada de la actualidad) en DAMN.

En territorio español topamos con curiosísimas propuestas como el debut de Pelícano (Places), con ecos de Ringo Starr y los Sunday Drivers, o el recorrido por la historia del flamenco que proponen Quentin Gas y los Zíngaros en Caravana.

 

 

Mención aparte se merece Stephin Merritt, un tipo que al frente de The Magnetic Fields consigue crecerse cuando se atreve con discos excepcionalmente largos. Si su obra más famosa contiene 69 pistas, 50 Song Memoir repasa cada año de su vida con una canción (hasta completar 50) en una especie de álbum de fotos que invita a perderse y escucharlo muchas veces a modo de rayuela.

 

El disco del año

 

 

Podría haber entronizado a algún otro de los que ya he mencionado anteriormente, pero como indicaba al principio del artículo, ningún disco ha descollado con claridad sobre los demás este 2017. Lo cierto es que he destinado el máximo honor al que sí es el disco más completo de la temporada: American Dream, de LCD Soundsystem. Tras su falsa separación definitiva y consiguiente última gira, los neyorkinos comandados por James Murphy han regresado por su lado menos electrónico y dance y más post-punk, a la vez que han cerrado su colección de canciones más madura y consistente. Ya en Oh Baby empiezan resucitando a Suicide y en Other Voices a los Talking Heads de Remain in Light. No solo resucitándolos, poniéndose directamente a su altura. Les siguen una serie de temas muy bien cohesionados que tanto remiten a estos dos grupos y sus aledaños como a la época anterior de los propios LCD Soundsystem, llevándolos así a una nueva y se presume que muy estimulante etapa donde siguen siendo capaces de enlazar como si nada canciones tan enormes como How do you sleep?, Call the Police o, sobre todo, Emotional Haircut. No importa que esperemos otros 7 años para tener nuevo material de LCD Soundsystem, si tiene tanta fuerza como el de este fabuloso regreso.

Los 50 mejores discos de 2017

 

  1. LCD SOUNDSYSTEM – AMERICAN DREAM
  2. SUSANNE SUNDFØR- MUSIC FOR PEOPLE IN TROUBLE
  3. SALLIE FORD – SOUL SICK

  4. LORDE-MELODRAMA
  5. MAGNETIC FIELDS- 50 SONG MEMOIR
  6. LAURA MARLING- SEMPER FEMINA
  7. FATHER JOHN MISTY- PURE COMEDY
  8. THE LEMON TWIGS – BROTHERS OF DESTRUCTION
  9. TEMPLES- VOLCANO
  10. CHARLOTTE GAINSBOURG- REST
  11. THE CLIENTELE – MUSIC FOR THE AGE OF MIRACLES
  12. LOYLE CARNER – YESTERDAY’S GONE
  13. CURTIS HARDING – FACE YOUR FEAR
  14. ARCADE FIRE – EVERYTHING NOW
  15. DAN AUERBACH- WAITING ON A SONG
  16. LOS ESPÍRITUS- AGUA ARDIENTE
  17. THE GIFT-ALTAR
  18. WOODS- LOVE IS LOVE
  19. SPARKS – HIPPOPOTAMUS
  20. EL GOODO – BY ORDER OF THE MOOSE
  21. FOUR TET – NEW ENERGY
  22. HERE LIES MAN – HERE LIES MAN
  23. MOSES SUMNEY – AROMANTICISM
  24. GHOSPOET – DARK DAYS + CANAPES
  25. ROSALÍA – LOS ÁNGELES
  26. PELÍCANO-PLACES
  27. WOLF PARADE – CRY CRY CRY
  28. ALT – J – RELAXER
  29. HURRAY FOR THE RIFF RAFF- THE NAVIGATOR
  30. EXHIBITION – LAST DANCE
  31. QUENTIN GAS Y LOS ZÍNGAROS- CARAVANA
  32. PAUL WELLER- A KIND REVOLUTION
  33. GRIZZLY BEAR – PAINTED RUINS
  34. JENS LENKMAN- LIFE WILL SEE YOU NOW
  35. MARIKA HACKMAN- I’M NOT YOUR MAN
  36. ROBERT PLANT – CARRY FIRE
  37. BIZNAGA – SENTIDO DEL ESPECTÁCULO
  38. SHARON JONES AND THE DAP-KINGS – SOUL OF A WOMAN
  39. BIG THIEF – CAPACITY
  40. MAVIS STAPLES-IF ALL I WAS WAS BLACK
  41. TAYLOR SWIFT-REPUTATION
  42. PERFUME GENIUS- NO SHAPE
  43. THE WAR ON DRUGS – A DEEPER UNDERSTANDING
  44. MANCHESTER ORCHESTRA – A BLACK MILE TO THE SURFACE
  45. LITTLE STEVEN – SOULFIRE
  46. THE HORRORS – V
  47. BEDOUINE – BEDOIUNE
  48. BAXTER DURY – PRINCE OF TEARS
  49. RON SEXMITH – THE LAST RIDER
  50. SAINT ETIENNE- HOME COUNTIES

 

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