Californication

Estamos acostumbrados a la carcajada que llega de donde debe, justo desde el lugar que la esperamos. Y eso acaba por anestesiarla. Es lo que tienen las etiquetas. Si una serie o película es definida como comedia, debe hacer reír. Si tiene un sello que pone “drama” en sus críticas, tendrías que disponerte a llorar; las propuestas presentadas como musicales también dejan el terreno claro a los espectadores. Pero, ¿qué podemos hacer ante series como Californication’? Ninguna etiqueta soportaría demasiado tiempo sobre ella, no podría ser encerrada en ningún bote sin que la tapa saltase por los aires. Y eso es fantástico hoy. Ni siquiera el protagonista, David Duchovny, sostiene más allá de unos segundos al agente Mulder de Expediente X. Es Hank Moody desde que le ponemos la vista encima: el escritor que no escribe, el amante que no siempre recibe amor de quien ama, el tipo que tropieza siempre con el sexo como por casualidad. Es el padre que no ejerce como tal, pero funciona; el amigo que siempre está ahí, aunque no le encuentres…Un buen tipo.

No es una serie políticamente correcta, ni cómoda; no esperas nunca lo que va a ocurrir en la siguiente escena y esa capacidad de sorpresa permanente la hace especial. Muestra lo cerca que caminamos siempre del precipicio, de la línea que separa el bien y el mal, y que las buenas intenciones no siempre bastan. Y que no pasa nada por fracasar a veces. Y que no hay relaciones perfectas. Y que dentro de la imperfección hay un lugar en el que podemos encontrarnos a gusto.

Californication. Me gusta este nombre que ya es polisémico, porque en él también vive esta gran canción de Red Hot Chilli Peppers. Es un nombre muy bien habitado.

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