Luís Barragán nació en 1902 en Guadalajara (Jalisco, México) y murió en 1988, en Ciudad de México, a la edad de 86 años. Considerado uno de los arquitectos más importantes de la historia de México. Estudió en la Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara, donde conoció y entabló una profunda y perdurable amistad con personajes como Rafael Urzúa Arias y Pedro Castellanos. Su interés por la arquitectura, según afirmaba él mismo, había nacido de la influencia del arquitecto Agustín Basave, uno de sus maestros. Entre 1919 y 1923, Barragán estudió ingeniería civil en la Escuela Libre de Ingeniería de Guadalajara siguiendo los cursos opcionales para obtener simultáneamente el grado de arquitecto bajo la tutela de Agustín Basave. Recibió su título en 1923.
Entre 1925 y 1926 viajó a Francia y España, al llegar a París asiste a la Exposición de Artes Decorativas de 1925. Una de las imágenes que más le impresionó en esa época fue la foto de un jardín diseñado por Ferdinand Bac, que en ese año había publicado un libro titulado Jardins enchantés, y se inició entonces una relación personal entre ambos. Posteriormente tiene un encuentro con las culturas mediterráneas, tanto europeas como musulmanas, que influyeron en su arquitectura (en especial las ciudades mediterráneas, la jardinería, el uso expresivo del agua y con la Alhambra de Granada). Conoció a Le Corbusier en 1931, cuando asistió a sus conferencias en París y tuvo la oportunidad de conocer su obra.
A su regreso a México, la Escuela Libre de Ingeniería no entregaba ya más títulos de arquitectura, por lo que, aun habiendo cumplido con los requisitos exigibles en los Planes de Estudios, no pudo obtener su título oficial como arquitecto. Durante el resto de su vida firmó, alternativamente, como ingeniero, como arquitecto o como arquitecto paisajista. En 1931, viaja a Nueva York donde conoció a Frederick Kiesler y publica, por primera vez, su obra en Architectural Review y House and Gardens. En 1936 se traslada a la Ciudad de México y realiza varias construcciones residenciales, de tipo funcionalista e inspiradas en Le Corbusier y con un interés comercial pues en ello influyó el deterioro de la situación familiar. Colabora con arquitectos como Max Cetto y con el ingeniero José Creixell. Su interés por los jardines y la arquitectura paisajista y su deseo de no depender financieramente de sus clientes lo llevó a la práctica de promotor inmobiliario. En 1945 diseñó y creó el plan de urbanización del Pedregal de San Ángel, junto a otros arquitectos, entre ellos Max Cetto cuya casa fue la primera erigida en la zona.
Inscrito dentro de una polémica postrevolucionaria sobre la identidad nacional, su obra posterior se basa en una retórica sobre arquitectura vernácula universal que Barragán formula con antecedentes del norte de África, España, y zonas rurales de su natal estado de Jalisco. Esto se vio enriquecido cuando en 1951 visita Marruecos, lo que se traduce en un lenguaje formal de construcciones masivas, con gruesos muros y aberturas dosificadas, donde la luz matiza las formas y los acabados son de marcada textura y con brillantes colores que Barragán creyó identificar como de extracción popular. Elementos como el agua y la luz, juegan un papel fundamental en sus proyectos, casi siempre enriquecidos por jardines. Entre 1955 y 1960 restauró el convento de las Capuchinas Sacramentarias en Tlalpan, en 1957 realizó el proyecto de escultura urbana de las Torres de Satélite en colaboración con el escultor Mathias Goeritz y el pintor Jesús Reyes Ferreira. En 1966 es consultado por Louis Kahn para el patio central del Instituto Salk en La Jolla, California, a lo que Barragán recomendó dejar el espacio abierto sin vegetación con solo una fuente recorriendo el espacio.
Posteriormente, en 1976 construyó la Casa Gilardi de la cual sobresale el uso del color y la luz natural en el comedor-piscina. Su discurso sobre arquitectura vernácula coincidió en los años 60 y 70 con intereses estructuralistas y de semiótica de la arquitectura. Basado en estos intereses, el mundo arquitectónico de Nueva York lo lanzó al estrellato internacional mediante la muestra de 1976 del Museo de Arte Moderno de Nueva York llamada The Architecture of Luis Barragán. De esta exposición surge la publicación del libro homónimo, por Emilio Ambasz, curador del MoMA, que se convirtió en la principal referencia sobre la obra de Barragán, pese a sus limitaciones por su falta de crítica y análisis histórico ya que solo reproduce la visión del propio arquitecto. Fue miembro del SAM y del AIA, y a raíz de la exhibición de 1976, obtuvo el premio nacional de arquitectura en 1976, pero su mayor reconocimiento lo consiguió en 1980 cuando se hizo acreedor al segundo Premio Pritzker de la historia, considerado como el equivalente al Premio Nobel en Arquitectura. En 1979 crea el despacho Barragán+Ferrera, producto de la sociedad con el arquitecto Raúl Ferrera Torres, quien ya había colaborado en su taller algunos años antes y quien también trabajó con Ricardo Legorreta, iniciando así una etapa profesional menos reconocida oficialmente.
Lourdes Cruz en su importante trabajo La casa habitación en la ciudad de México, siglo XX, realiza un recorrido por las vicisitudes de los Estados Unidos de México, desde los prolegómenos de Porfirio Díaz, la Revolución (1910-1917), las presidencias de Madero y la larga estabilidad de Lázaro Cárdenas. En ese proceso político, emergen diferentes secuencias construidas que van de La casa Porfiriana –con patio y sin patio, las primeras de herencia colonial–, La casa tecnológica, La casa racional y La casa impredecible. En esa secuencia de oscilaciones estilísticas, la figura de Barragán aparece revestida de características propias. Así formula: “obra impregnada del silencio de los conventos y monasterios, la belleza de los patios árabes, el encanto de las haciendas, la alegría de los colores de las vestimentas mexicanas, la sencillez de la arquitectura vernácula, el misticismo de sus lecturas y del misterio de los jardines de Ferdinand Bac. Su arquitectura se caracterizó por el empleo de colores intensos, pintados sobre muros masivos para un solitario, con una intensa vida intelectual. Al interior combinó el espacio compartimentado y sorpresivo con el espacio continuo como punto nodal de la casa y protagonista de múltiples fotografías. Es una casa que se volcó al interior, le negó valor a la calle y le otorgó trascendencia a los jardines”.
En 1974, tras casi 10 años de retiro, construyó la Casa Gilardi, la última obra de su largo historial, retomando los planteamientos de 1947 al construir su propia casa. Los publicistas Pancho Gilardi y Martín Luque convencieron al arquitecto para aceptar el proyecto, después de que viera sobre el terreno una jacaranda que lo cautivó y despertó en él su capacidad creativa para mantenerla dentro de lo que sería su nueva obra. Enclavada en el barrio de San Miguel Chapultepec, la fachada de la vivienda es inmediatamente identificable por su brillante color rosa y las líneas que definen la estructura cúbica del lugar, ambas características primordiales dentro del trabajo de Barragán. Una obra que refleja –según algunos críticos locales– la influencia de la cultura mexicana en masas y formas y el concepto de color primitivista de los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo. A pesar de esas lecturas etnológicas de la arquitectura de Barragán, existen otras cuestiones que atienden al enunciado, proporcionado por el arquitecto, de Arquitectura emocional.
La casa está construida en dos volúmenes situados en un terreno de 10 metros por 36. La pieza casa rosada, que se cierra hacia la calle, reforzando su interioridad, está ordenada sobre el eje longitudinal del terreno. Hacia atrás, la casa está fragmentada en dos piezas; el volumen delantero que contiene los servicios y los dormitorios, y el trasero, donde se encuentran la zona de estar, el comedor y la piscina. Estos dos volúmenes se unen por un corredor, configurando un patio que rodea el árbol del jacarandá. El juego de luces, colores y distribución de los elementos arquitectónicos se vislumbran en cada rincón, empezando por el emblemático pasillo del lugar que une los dos ámbitos. Por ser una casa entre medianeras, el arquitecto decidió una estructura de muros portantes, que sostienen a la cuadrícula subdividida, donde se insertan los distintos espacios. Para lograr el efecto sensorial de la luz, los muros interiores están estucados con terminaciones muy lisas, de manera que la luz puede inundar los espacios sin interrupciones, haciendo de esta obra, quizás la más paradigmática de Barragán. El primer volumen de la casa Gilardi está distribuido en tres plantas, en la primera nos encontramos con el acceso a la vivienda, el garaje y las zonas de servicio; en la segunda planta existe un dormitorio y la sala de estar y por último en la tercera planta se ubican dos dormitorios más. En la parte posterior de este primer volumen se ubica la cocina y junto a esta el corredor que conecta con el volumen posterior, de una sola planta, configurando el área de la piscina y salón comedor. La disposición en planta descubre poco a poco los espacios a través de filtros de luz y silencio. Un mundo de sensaciones: sencilla entrada, el pasillo se amplía, la escalera sin barandilla levita y asciende por el efecto de luz cenital, nos atrae un emocionante corredor invadido por la suave luz amarillenta que se filtra por una serie de aberturas verticales con vidrios de color ónix, para finalizar el recorrido en la estancia de la piscina, con un fondo a modo de lienzo en paredes azules, contrastando con el color rojo de la columna central y bañada por la luz cenital. Esa piscina-estar-comedor es el espacio central de la casa: un ámbito mágico donde la vida se interrumpe en un callado paso entre lo sólido y lo líquido. El estar-comedor se instala a orilla del agua de la piscina, y el muro de color rojo se hunde en ella y vibra con las geometrías producidas por la cambiante luz cenital que va transformando el espacio a lo largo del día. La piscina que, si bien no es grande en longitud, sí lo es en ingenio y plasticidad. Con elementos en apariencia simples y sencillos, se generan sensaciones inexplicables. Una esquina de paredes azules y una columna rosa que, en propias palabras del arquitecto, “no sostiene nada”, generan un efecto de suelo reflejante como si no hubiera agua. Sin mencionar el halo de luz que hace que todo brille y luzca con esplendor.
En toda la arquitectura de Barragán, los espacios ofrecen una multitud de sensaciones, a través de juegos de luces, colores, distribución y elementos arquitectónicos, como la escalera sin defensa que pareciera levitar bajo una luz cenital. En esta casa, los colores pasan a ser una parte importante de su experiencia, en especial los muros rojo y azul, inspirados en un cuadro de Chucho Reyes. “Chucho Reyes tenía un excelente ojo para el color. Dedicó su vida a las cosas bellas. No entendía de planos, pero me ayudó con el color. El color de los mercados mexicanos… el color de los dulces mexicanos… de las golosinas… la belleza de un gallo. Colocamos los colores para la casa Gilardi pintando grandes cartulinas en mi casa, recargándolas una tras otra en las paredes, moviéndolas de lugar, jugando con ellas hasta que decidimos los colores exactos. Les diré un secreto: la piscina tiene un muro o columna rosa que no sostiene nada. Es una pieza de color situada en el agua, por placer, para traer luz al espacio y mejorar su proporción original”, cuenta Barragán.
La conclusión de Lourdes Cruz en su trabajo citado fija el valor final de la Casa Gilardi: “Uno de los caminos que tuvo gran aceptación entre un nutrido grupo de arquitectos y de un sector de la sociedad, es aquel que se preocupó por el rescate y revalorización de la arquitectura vernácula, el pasado colonial y las tradiciones populares. Marcado principalmente por Luis Barragán, retoma la preocupación por el clima y las orientaciones, los materiales y técnicas de construcción locales en concordancia con los adelantos tecnológicos, y trasciende lo simplemente vernáculo o histórico. Este movimiento que se dio en México, y numerosos países, se ha denominado, entre otros términos, Regionalismo, que tuvo gran aceptación porque propuso una alternativa viable y valedera ante los modelos extranjeros. Esta tendencia tuvo varias expresiones formales que se tocaban y entrelazaban con características comunes tanto espaciales y formales, así como por el empleo de los materiales. La arquitectura “emocional” y el Regionalismo señalaron un camino el cual siguieron numerosos arquitectos, unos por convicción, otros como una moda pasajera. Dentro de este rumbo, algunos elementos fueron constantes y repetitivos, como el patio en donde el color es un elemento que compone y pinta la atmósfera, la presencia de la madera y el barro fue releída como materiales tradicionales que sugieren calidez”.