Diane Keaton como “ser de luz”

“Pero… ¿tu padre a qué se dedica?”, preguntaba Diane Keaton a Al Pacino al ver asombrada y desconcertada la fila de coches de lujo que entraban en la mansión Corleone para la celebración de la boda de su hermana de él. Alguien un poco más avisado, o más miedoso, hubiera puesto pies en polvorosa en aquel mismo momento, pero Kay Adams no, ella se metió en la boca del lobo porque no podía ni intuir el monstruo en que se iba a convertir su noviete vestido de uniforme. Keaton bordaba esos papeles de muchacha atolondrada pero alegre, tierna pero resuelta. Tenía esos ojos triste-esperanzados y encantadoramente escorados hacia la bizquera que lo mismo servían para encarnar la comedia que el drama, unidos a ese cuerpo esbelto capaz de desdoblarse para verse a sí misma desde fuera como en Annie Hall -Hall”, por cierto, era su verdadero apellido, según parece. En los años ochenta mis padres tuvieron parejas de amigos que, cuando se inclinaban hacia lo intelectual (lo cual consistía sobre todo en acudir al Auditorio Nacional, visitar París y probar los nuevos “usos amorosos” venidos de fuera, como hubiera dicho Carmen Martín Gaite), la parte femenina de la relación solía intentar vestirse y peinarse como Diane Keaton. Era fresco, era divertido y daba a entender claramente que la vida no había acabado ni mucho menos para una mujer cuando se encontraba criando hijos. Diane Keaton no fue una actriz despampanante, era más bien como en la línea Barbra Streisand, no unas bellezas arrebatadoras como Kim Novak (que también sigue viva) o Grace Kelly, sino unos rostros de una personalidad única y magnética, que tiene mucho más mérito -lo cual se puede decir también, creo yo, de Sigourney Weaver, en un estilo muy distinto, desde luego…

Con Al Pacino

Diane Keaton murió ayer, todavía no sabemos de qué, pero seguro que no en muy penosas circunstancias. Woody Allen aún no se ha pronunciado, pero yo creo que es porque estas cosas fúnebres le dan yuyu, como a Goethe, que salía escopetado con su caballo de la ciudad en la que había muerto algún conocido suyo (en una ocasión, y conociéndole, una amiga aristócrata dispuso que su propio carro funerario no pasase por la calle donde estaba instalado Goethe). Pero lo hará tarde o temprano, y en parte ya lo hizo, porque he oído que en su biografía, A propósito de nada, escribió que cuando Diane Keaton entraba en una sala, iluminaba todo el bulevar. Se daba, Diane Keaton, un aire a doncellez, a ángel cándido y a Belle époque. Esperemos que en futuro a nadie se le ocurra la sucia idea de utilizar su imagen con una IA para publicidad u otras películas…

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2 Comentarios

  1. says: Óscar Sanchez

    P. S. Acabo de ver una película protagonizada por Keaton que tenía pendiente y de la que había oído hablar muy bien, Y, en efecto, pese a la moralina (consistente en mostrar que le ocurriría en el año 77 a una mujer que aprendiese a comportarse en las relaciones como lo hacen habitualmente los hombres) es un film excepcionalmente bueno, donde Keaton se mete en un papel fuerte , nada “angelical” de modo maestro. Por cierto, en un guiño genial conversa en un bar de mala muerte con Richard Gere acerca de la novela de Mario Puzo que dió origen a El padrino, y Gere afirma que vio la película. (Sin embargo, hay una pega: en mitad del metraje una broma culta referida a Dostoyevski anticipa el final y condiciona el resto del visionado.

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